Muchos y muy ricos son los caminos por los que puede circular el estudio de la obra de Petrarca. No es el menor el de intentar averiguar cuánta realidad existe tras el nombre de Laura, que al fin y a la postre es la destinataria de una obra que fue creciendo hasta formar el muy noble conjunto de 317 sonetos, 29 canciones, 9 sextinas, 7 baladas y 4 madrigales.
Otros posibles y sugerentes itinerarios podrían ser su densa complejidad expresada a través de un estilo claro como pocos y con un léxico reducido —tan solo 3275 voces han contabilizado los especialistas—; el peso específico que los textos clásicos tienen en él y particularmente el de la filosofía estoica; la concentración absoluta en la interioridad sin que se abandone la dimensión social o política; la expresión de los estados anímicos por medio de las formas métricas utilizadas; o, por terminar esta serie, los ritmos del endecasílabo con acento en la sexta sílaba y con acentos en la cuarta y la octava, lo que determina que en la poesía culta española sean los ritmos más habituales, y en los que si disponemos de tiempo, nos detendremos un momento en la tertulia de febrero.
Muchos más son los caminos que puede tomar el análisis de la obra de este italiano genial, porque esa es característica de las grandes obras: ofrecer muchas posibilidades y múltiples lecturas, y eso haciendo gala de una sencillez y claridad extraordinarias. Sin duda, el mejor de ellos es el de sumergirse en su lectura y dejarse llevar por la belleza. En este sentido, es necesario hacerse con algún Cancionero, pues la selección que he subido no es nada más que un palidísimo reflejo. Algo ayuda este programa, ya desaparecido, que combina música y palabra. Cerrad los ojos y dejaos llevar.
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Sobre el ritmo del soneto y un ejemplo no eufónico.
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