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martes, 16 de diciembre de 2025

NIETZSCHE DESCOMPLICADO, 21

 #nietzschedescomplicado


Lecciones de Aurora 6:

Espíritu libre llamaba Nietzsche en Hdh 225 «a quien piensa de manera distinta a lo que se esperaría atendiendo a sus orígenes, su entorno, su posición social y su profesión, o a las opiniones dominantes de la época». Lo que no significa que sea totalmente autónomo, independiente, original — ¡eso no existe! Cuando utilizamos dichas expresiones para referirnos a alguien, lo hacemos siempre de manera hiperbólica, exagerando; con la buena intención de decir algo que es cierto, mas no literalmente.

Todos somos monos de imitación, bien que a veces parezcamos seres humanos, como Rotpeter, el mono de Kafka, que había encontrado una salida.

Probablemente la cuestión sea esa: encontrar una salida. La salida, esa versión kafkiana de la libertad, no es la supresión, la eliminación de los obstáculos, de las barreras que nos separan de lo que queremos hacer o aun ser. Esa libertad no existe, nunca ha existido; es uno de los sueños, de las fantasías del idealismo, del romanticismo disneyano.

Y no, como suele decirse a menudo, por el absoluto determinismo del mundo: si conociéramos todas las causas que nos llevan a hacer algo, entenderíamos que no hay libertad que valga. Realmente, dicho argumento no invalida lo que llamamos «libertad». No conocemos ni podemos conocer todas las causas anteriores que desembocan en una acción concreta o en una forma de vida, luego no se contraponen ese determinismo, imaginariamente razonable, con lo que llamamos libertad, y Rotpeter, salida.

Con lo que el mono-ser humano se encuentra es con el desconocimiento, con la incertidumbre relativos a las circunstancias en que elegimos y al propio ser de quien elige –uno mismo, o no tan mismo, bastante desconocido él, en cualquier caso–, que no han sido elegidas ni elegido.

Por ello, en ese paisaje de bloques sólidos de hormigón, de mamparas grises y sombreadas, e íntimos mamparos, hallar una salida es todo lo que podemos; a eso se le suele llamar libertad.

En Ecce homo, donde Nietzsche levanta su leyenda apoyado en las obras de los últimos cuatro años, nos quiere hacer creer –y el imaginario romántico le ampara– que él fue de pleno autónomo, original. — Sí, fue original, mas no de pleno. Las lecturas de Nietzsche, las influencias son inmensas, bien que esos últimos años no le apetecía ya consignarlas.

Bastaría comparar el último texto de Aurora con el primero de la última parte de La gayaciencia, escrito en 1887, seis años después. En ambos equipara la aventura del espíritu (libre) a un viaje, a un vuelo por sobre el mar; en ambos, la inmensidad el mar, la infinitud sobrecogen y agotan al aventurero. En el primero, sin embargo, el viajero no está solo, forma parte de una línea, de una cadena de investigadores, de un linaje de espíritus que se perpetúa en el futuro: «Todos los grandes maestros y precursores nuestros han acabado por detenerse, ¡también a ti y a mí nos pasará lo mismo! Pero eso, a ti y a mí, ¡qué nos importa! ¡Otras aves habrá que vuelen más lejos!» —Son los aeronautas del espíritu.

En el de 1887 todo lo que hay es un formal «nosotros», impreciso y desfigurado, sin rostro. Lo que ahí destaca es el mar abierto, «tan abierto como quizá no lo haya estado nunca» (GC 343).

En los textos del espíritu libre encontramos a un Nietzsche que no se encuentra solo frente a todo y todos, tiene su familia espiritual, de aventureros e investigadores, y, además, aunque sea crítico, en él no todo es sospecha, hay también lugar para la amistad, el amor, la bondad. El siguiente texto, de Humano, demasiado humano, no necesita comentario, impugna la imagen atrabiliaria que de Nietzsche se suele tener, pero, no obstante, es suyo:

Benevolencia. — Entre las cosas pequeñas pero infinitamente frecuentes y por tanto muy eficaces, a las que la ciencia tiene que prestar más atención que a las cosas grandes, hay que contar la benevolencia: quiero decir, esas manifestaciones de una actitud afable en los contactos humanos, esa sonrisa de los ojos, esos apretones de manos, ese agradar del que normalmente se reviste todo acto humano. Todo maestro y todo funcionario añaden este ingrediente a sus obligaciones; es un ejercicio constante de humanidad, algo así como las olas de su luz bajo las que todo crece; sobre todo en los entornos más pequeños, en el seno de la familia, la vida sólo prospera y florece gracias a esa benevolencia. La indulgencia, el cariño y la amabilidad del corazón son flujos inagotables del instinto altruista y han edificado la cultura de manera mucho más efectiva que las manifestaciones más famosas de él, que se llaman compasión, caridad y sacrificio. Pero es costumbre menospreciarlas y, en verdad, hay en ellas muy poco altruismo. No obstante, la suma de estas pequeñas dosis es imponente, y su fuerza global está entre las más fuertes. — Del mismo modo, en el mundo hay mucha más felicidad de lo que ven unos ojos melancólicos: con que se haga un cálculo correcto y no se olviden todos los momentos agradables que enriquecen el día a día de cualquier vida humana, incluso la más atormentada (Hdh 49).


***
Si quieres la paz, no hables con tus amigos; habla con tus enemigos.  

Moshe Dayan  



Fuente: Wikipedia
Mapa de los conflictos armados en curso (número de muertes violentas en el año actual o anterior):      Guerras mayores (10 000 o más). Palestina, Ucrania, Sudán, Etiopía, Myanmar (Birmania).      Guerras menores (1 000–9 999).      Conflictos (100–999).     Escaramuzas y enfrentamientos (1–99).

martes, 9 de diciembre de 2025

NIETZSCHE DESCOMPLICADO, 20

#nietzschedescomplicado
 


Lecciones de Aurora 5


En el capítulo anterior apuntaba la noción de «moralidad de la costumbre», de la que provendría nuestra moral actual. Pedía al lector que imaginara esos grupos humanos, objeto de estudios antropológicos, en los que las costumbres, las tradiciones son las que rigen la vida social –y la de los individuos– hasta el punto de que el particular bien poco tiene de particular, puesto que está absorbido en el grupo, ha embebido de tal manera sus máximas de actuación que no puede sentir, pensar ni hacer nada que no sea lo establecido por la costumbre, esto es, no piensa en sí mismo en cuanto individuo particular, sino solo en cuanto miembro del grupo.

Al referirnos a esos grupos objeto de estudio de la antropología podría pensarse que estamos hablando de algo bien lejano a nuestra sociedad actual, la de Nietzsche y la nuestra. Y, sin embargo, nuestra moral actual, por mucho que podamos creer, en el caso del cristianismo, que es un gracioso mensaje de su Dios, o, desde un punto de vista más secular e ilustrado, algo impreso en nuestra biología humana o un fruto de la racionalidad, proviene –a Nietzsche no le cabe duda, y aquí intentaré mostrarlo– de la moral de la costumbre. — Nuestra moral actual proviene de la moralidad de la costumbre, solo que «el poder de la costumbre se ha debilitado de manera [tan] extraordinaria» que nos ha llevado a pensar que ya no existe; somos tan sofisticados que no podemos ni siquiera fingir que seamos «animales de costumbre». A lo más, lo reconocemos solo en casos extremos, y forzados por la evidencia; pero no es más que un chiste culpable, ligeramente áspero.

Y no: somos animales de costumbres; y, de entrada, nuestro modo de sentir, de pensar y de actuar es el que la sociedad, el círculo en que nacemos y crecemos nos propone o impone. Solo después, si acaso, iremos liberándonos de ese nuestro ser anónimo e iremos logrando particularidad, nos iremos convirtiendo propiamente en individuos. — Mas esto no está garantizado, por mucho que hoy día la propaganda nos quiera hacer comulgar con la idea de que cada uno somos cada uno.

Basta con pensar en nuestros trayectos por la calle, en nuestros viajes en autobús… ¿no forman una mayoría los que están pendientes –compulsivamente– del móvil? ¿Están todos ellos a punto de recibir una llamada vital? ¿Llama la vida por teléfono?... Los que siguen, no ya el fútbol, como hace unos años, sino los deportes en general, naturalmente con sus preferencias «particulares» –«a mí me encanta el boxeo», «¡la Fórmula 1!», «yo lo que sigo impenitentemente es la Liga de hurling. ¡Ah, no, no soy irlandés. Es que me gusta!»–. Los que oyen la música que hay que oír, leen los libros que hay que leer, celebran las costumbres –tan simpáticas– importadas de EE.UU. como si fueran una necesidad humana que hasta ahora nos ha sido vetada, etc., etc. — ¿No somos animales de costumbres?

«La moralidad no es otra cosa (esto es, nada más) que obediencia de las costumbres, sean éstas cuales fueren; y las costumbres son la manera tradicional de valorar y de actuar.» — Y no pensemos en el estrecho ámbito de lo que se considera «moral» en nuestro mundo; toda valoración es moral, con mayor razón, toda actuación. Así, el elegir un modo de vida, un trabajo, unas amistades, unas actividades; el considerar lo que importa, cómo justificamos o nos explicamos lo que pensamos, lo que apreciamos, lo que apoyamos; el hacer, por lo tanto, elecciones políticas, y la ideología o las razones en que nos basamos, todo eso, y mucho más, viene, en principio, decidido e impulsado por la costumbre, por alguna tradición. Otra cosa es que ahora dispongamos de más tradiciones a nuestro alcance, y estas se entreveren unas con otras, llegando incluso a contradecirse.

«La tradición se sigue porque ordena», no porque nos sea de provecho; puede serlo, pero lo esencial es su carácter impositivo, que no necesariamente vivimos como tal, ya que forma parte de nuestro ser, de ese ser primero relativamente anónimo, esto es, no particular. Hacemos lo que debemos, aunque sea la costumbre (A 9).

No solo, por tanto, la moral entendida en sentido estricto, sino nuestro ser todo proviene de la tradición, de la sociedad. De ahí, por ejemplo, el éxito –pensemos en el momento actual– de las identidades colectivas: ser vasco, ser blanco, ser hombre, ser de la Real Sociedad…, o ser español, ser moreno, ser mujer o ser del Eibar, y eso sin entrar en las inclinaciones sexuales y en las determinaciones de género.

Paradójicamente, la adscripción a un colectivo, a una identidad predeterminada se vive como la originalidad máxima: no hay mayor –en teoría– particularidad que seguir una pauta despersonalizadora. Se siguen unas costumbres en la confianza de que se está siendo auténticamente uno mismo. Nuestros comienzos –repito– como ser anónimo, como ser social explican el fenómeno.

Nietzsche, consciente de esta paradoja que en nuestra postmodernidad alcanza una cota difícil de homologar, llama espíritu libre «a quien piensa de manera distinta a lo que se esperaría atendiendo a sus orígenes, su entorno, su posición social y su profesión, o a las opiniones dominantes de la época.» Cuál sea el origen de esa particularización, de ese arrancarse a la costumbre importa poco, lo esencial es la desviación. «Normalmente –añade– tendrá de su parte la verdad, o al menos el espíritu de búsqueda de la verdad, [ya que] él exige razones, [y] los demás fe» (Humano, demasiado humano 225).



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Si quieres la paz, no hables con tus amigos; habla con tus enemigos.  

Moshe Dayan  



Fuente: Wikipedia
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jueves, 4 de diciembre de 2025

PRESENTACIÓN DE "La filosofía de Hippolyte Taine"

Editorial
 

Para quien no sea un estudioso de la obra Stefan Zweig la tesis doctoral que presentó en 1904 será una absoluta rareza. De hecho, los lectores no solemos leer tesis doctorales, a no ser que, por la razón que sea, estas hayan sido amoldadas para publicarse como obras de divulgación, que las hay en todos los campos del saber y muy buenas.

Sea como sea, y aunque Hippolyte Taine nos queda un poquito lejos en cuanto a su interés como filósofo del arte y a pesar de que el atractivo mayor de Zweig sea su obra narrativa, la verdad es que se lee con interés la tesis doctoral del célebre escritor austríaco y se lee con el mismo o mayor interés el estupendo prólogo que firma el traductor, Jaime Aspiunza, a quien le debemos que nos vaya desmigando paulatinamente a Nietzsche desde hace ya unos meses.

Él, mejor que nadie, os presenta la publicación —por primera vez en castellano— de La filosofía de Hippolyte Taine



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martes, 25 de noviembre de 2025

NIETZSCHE DESCOMPLICADO, 19

 #nietzschedescomplicado


Lecciones de Aurora 4

Uno de los asuntos fundamentales de Aurora, ya lo hemos insinuado, es la promoción del individuo, del particular, o mejor: que exista la posibilidad de que cada uno busque su propio camino, y no se halle este determinado por la inserción de cada cual en sociedad. De ahí surgirá la crítica de la moral tradicional o existente en su momento, que todavía, siglo y medio más tarde, sigue teniendo cierta preponderancia, ciertos rasgos comunes, tradicionales.

Dicha moral tradicional –de origen cristiano, aunque el cristianismo ha ido cambiando en el siglo xix– tiene pretensiones de universalidad, es la misma para todos, lo que en el fondo, o en esencia, redunda en menoscabo del individuo, y aun en su negación y supresión.

La moral tradicional, que arraiga en la «moralidad de la costumbre», esto es, en la costumbre entendida en cuanto moral, lo que pide a los individuos es que no piensen en sí mismos ¡en cuanto individuos! (A 9) — Imaginemos esos grupos humanos de los que nos habla la antropología, en los que las costumbres, las tradiciones, es decir, lo que es norma porque «siempre se ha hecho así», son las que rigen; el particular suele estar tan embutido en el grupo, en su modo de hacer y de ser, ha embebido de tal manera sus máximas de actuación que no puede sentir, pensar ni hacer nada que no sea lo convencional, lo establecido, esto es, no piensa en sí mismo en cuanto individuo.

De hecho, Nietzsche insistirá en que las normas que se llaman «morales» realmente van dirigidas contra los individuos (A 108), al pretender «que el individuo se adapte a las necesidades generales», sin que al mismo tiempo se sepa cuáles son efectivamente esas «necesidades generales». — Tenemos hoy en día un ejemplo palmario, clarísimo de lo anterior: determinadas gentes, que, además, están teniendo un éxito relativamente importante, han decidido que el mundo será mejor si seguimos sus indicaciones referentes al lenguaje inclusivo, porque el lenguaje común tradicional ha devenido discriminatorio. (Le pido al lector que suspenda por un momento su juicio al respecto, ya que, si no, será imposible que entienda lo siguiente.)

Lo que se pretende es que quienes no estén de acuerdo con esa supuesta «necesidad general» prescindan de su opinión o argumentación personal, de su propio sentir al respecto, para seguir las pautas de quien cree haber descubierto una solución general al problema de cierta discriminación. — Fijémonos en que lo que aquí se trata de imponer es un medio, un instrumento supuestamente adecuado para acabar con una discriminación –la lingüística– que, al mismo tiempo que se propone la solución, ha sido engendrada y hecha viral.

No voy a decir «todos», pero a buen seguro gran parte de quienes están en contra de dicho lenguaje inclusivo estarán plenamente de acuerdo en la necesidad de acabar con la discriminación femenina o la transgénero — un fin muy laudable. Cosa bien distinta es que el germen de dicha discriminación esté en el lenguaje, y que la solución sea imponer otra manera de hablar, que ni ellos mismos son capaces de llevar a la práctica rigurosamente.

Es decir, lo que aquí se discute no es el fin –compartido–, sino el remedio propuesto –el lenguaje inclusivo– y el supuesto origen lingüístico de la discriminación, que es el que sostiene la validez del remedio.

Vuelven, pues, las viejas pretensiones de esa moral convencional, «una reforma radical del individuo», esto es, el debilitarlo y anularlo en cuanto individuo; o dicho de manera más positiva, lograr que el individuo se sienta miembro útil de la totalidad, sea feliz sacrificándose (A 132).

El problema verdadero no es que haya gente que esté en contra de tal universalización de las pautas de pensamiento, sentimiento y acción que lo que se suele llamar moral prescribe. El verdadero problema es que «¡se es un particular!»; todavía nadie ha logrado convertirse en «el ser humano»… Y la supuesta representación de las «necesidades generales», del bien de la humanidad no pasa de ser una elección individual, en algunos casos nutrida de buenas intenciones; en la mayoría, irreflexiva, residuo de un cristianismo reciclado; y en algunos otros, pura hipocresía; en cualquier caso, un dislate, a estas alturas del siglo xxi, morrocotudo: ¡¡¡soy el particular que representa al ser humano!!!

La propuesta de Nietzsche no es la del anarcoliberalismo: todo el poder para el individuo — ¡que tenga poder!, claro. Es mucho más matizada. Veíamos el otro día la necesidad de cuidar y atender al espíritu libre que llevamos dentro; el parágrafo acababa con una llamada a la tolerancia: ¡también los demás tienen derecho a sus antojos! (A 552).

Son las acciones individuales las que tienen valor, sea bueno o malo: «Así pues, cuanto más aprecie una época, un pueblo a los individuos y cuanto mayor derecho y preponderancia les reconozca, más acciones de ese tipo [auténticamente individuales, que poseen algún valor] se atreverán a realizar a la luz del día — y de esa manera acaba extendiéndose sobre épocas y pueblos enteros una aureola tal de integridad, de autenticidad en lo bueno y en lo malo, que, al igual que las estrellas, sigue iluminando aún milenios después de haber decaído, como es el caso de los griegos.» (A 529)


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martes, 18 de noviembre de 2025

NIETZSCHE DESCOMPLICADO, 18

Editorial
  #nietzschedescomplicado


Lecciones de Aurora 3

Aurora, publicado en junio de 1881, es el fruto del primer año de vida errante de Nietzsche; fruto de jardinero, que lo cultiva, o mejor: de embarazada, que lo gesta, siendo el padre –como en el caso de nuestra mítica virgen– «el espíritu», esto es, los más grandes espíritus de la historia, con quien Nietzsche entretenía su soledad. En mayo de 1879 la Universidad le había concedido una excedencia por razón de su mala salud, y una pensión que a Nietzsche le resulta suficiente para la vida austera que lleva. Pasa el verano en St. Moritz, y a principios de septiembre envía a su amigo Köselitz el manuscrito de El caminante y su sombra para que lo revise. Se publicará en diciembre de ese mismo año.

El caminante y su sombra, aun estando adscrito a la segunda parte de Humano, demasiado humano, supone el inicio de un cambio respecto de lo anterior. Como nos dice en uno de sus primeros parágrafos, «tenemos que volver a ser buenos vecinos de las cosas más cercanas» y olvidarnos de creer o de saber acerca de las «grandes cuestiones de la vida» (CS 16). Si la primera parte de Humano, demasiado humano había tratado de dar expresión conceptual, científica al pensamiento trágico, El caminante y su sombra implica cierto giro, y es que no son lo mismo el árbol de la ciencia y el de la vida (CS 1); por ello hay que volver a las cosas cercanas –a lo cotidiano– y no estar esperando a que la ciencia nos despeje el terreno de las postrimerías o como, jocosamente, dice Nietzsche, «las postrimerías y las anterioridades» del hombre (CE 16).

Esos últimos meses de 1879 son de los peores de su vida: su salud empeora hasta el punto de que en la primera carta que escribe en enero de 1880 le confesará al Dr. O. Eiser: «Mi existencia es una carga terrible»; carga terrible que, así y todo, encontrará consuelo en sus «pensamientos y perspectivas».

Su primer año de vida errante, a la busca siempre del clima que mejor le siente a su cuerpo, está marcado por la enfermedad y la soledad. La enfermedad, ya lo sabemos, será para Nietzsche acicate para perseguir la salud y entregarse a su tarea. La soledad, en parte impuesta por sus continuos desplazamientos, en parte elegida para poder dedicarse honestamente a su labor, será presupuesto fundamental en Aurora: quien quiera seguir su (propio) camino ha de aprender a estar solo.

Con dicha soledad, la que nos permite atendernos y cuidarnos en exclusiva, ajenos a esa necesidad que suele despertar en nosotros el trato con los demás, la de buscar la simpatía y el amor del otro (en el mejor de los casos), tiene que ver el egoísmo que Nietzsche reivindicará.

Uno de los parágrafos más significativos y hermosos de Aurora, titulado «el egoísmo ideal», compara la atención a uno mismo con el cuidado del embarazo: somos quienes damos a luz lo que seremos, ¡cuidémoslo! Dice: «¿Hay alguna condición que sea más sagrada que la de la gestación? ¡Hacer todo lo que se haga en la creencia tácita de que de alguna manera favorecerá lo que se está gestando en nosotros! ¡Y hará que aumente su misterioso valor, en el que pensamos entusiasmados! ¡Se dejan así muchas cosas de lado sin tener que obligarse uno demasiado! […] ¡Éste es el verdadero egoísmo ideal: atender siempre y vigilar, con el alma tranquila, que nuestro estado fecundo llegue a buen término!»

No sabemos lo que va a salir, lo que vamos a ser; solo sabemos que esa es nuestra tarea, nuestro cometido ahora: «Todo está velado, todo son corazonadas, no se sabe nada de cómo van las cosas, uno espera, procurando estar preparado. […] — crece, sale a la luz: no disponemos de nada con lo que decidir ni su valor ni su momento. Todo lo que nos corresponde es saber bendecirlo y defenderlo. Nuestra esperanza secreta es que “lo que aquí se está gestando sea algo más grande de lo que nosotros somos”: preparamos todo para él, para que venga al mundo en hora buena: no sólo todo lo útil, sino también las efusiones y los laureles de nuestra alma.»

Confíamos en que lo que venga sea mejor de lo que somos, nos supere. Atendiéndonos, cuidándonos, defendiéndonos, preparándonos esperamos descubrir, realizar nuestro yo más propio: «¡Éste es el verdadero egoísmo ideal: atender siempre y vigilar, con el alma tranquila, que nuestro estado fecundo llegue a buen término! Así, de manera indirecta, atendemos y vigilamos por el bien de todos, y el ánimo con que vivimos, ese ánimo de suave orgullo es un bálsamo que se extiende todo a nuestro alrededor aun sobre las almas inquietas.» — Hay que tratarse bien uno mismo o, como se suele decir, hay que quererse uno mismo, para poder tratar bien o querer a los demás.

Eso sí, al igual que las embarazadas tienen sus antojos, «¡tengamos nosotros también nuestros antojos, y no se lo tomemos a mal a los demás cuando les toque a ellos!» — ¡No se lo tomemos a mal a los demás cuando les toque a ellos! (A 552).


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Moshe Dayan  



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martes, 11 de noviembre de 2025

NIETZSCHE DESCOMPLICADO, 17

Editorial
 #nietzschedescomplicado


Lecciones de Aurora 2

La trilogía del «espíritu libre» –los dos volúmenes de Humano, demasiado humano, Aurora y La gaya ciencia– junto con Así habló Zaratustra serían la parte afirmativa de la obra de Nietzsche. Lo que luego vendría, Más allá del bien y del mal, De la genealogía de la moral, Crepúsculo de los ídolos, El Anticristo, constituiría la parte negativa o, mejor dicho: la parte «que dice no, que hace no». Mas no conviene ver una progresión dialéctica entre la parte afirmativa y la negativa. ¿Por qué?

Es cierto que Aurora abre la «campaña contra la moral», «contra la moral de la renuncia a sí mismo». Podría pensarse que, al ser crítica, es una obra que dice «no». — Mas no: «es un libro que dice sí, es un libro profundo, pero luminoso y afable».

Sus efectos pueden ser negativos. Nietzsche los vio en sus conocidos y amigos; cierta repulsión ante el tratamiento que se le daba a la moral, pero es que el idealismo de la época era mayoritario: hasta los materialistas añadían un suplemento ético idealista a su pensamiento.

Sin embargo, en Aurora «no se ataca a la moral, sencillamente, ésta ya no entra en consideración». «El que uno se despida del libro con una recelosa cautela» ante lo honrado o venerado como «moral» no empece para que en todo el libro no haya «ni una sola palabra negativa, ni un solo ataque, ni una sola maldad».

Por ello, Aurora pretende preparar a la humanidad para un gran mediodía, en que se despoje a las acciones tenidas por egoístas de la mala conciencia, en que se revierta la renuncia a sí mismo que es el núcleo de la moral. «¡Cuando el hombre ya no se considere malvado, dejará de serlo!» (Aurora, 148, «Mirando a lo lejos».)

Nietzsche ha vivido ese vuelco de manera personal. Considera Humano, demasiado humano «el monumento a una crisis», la liberación «de lo no perteneciente a [su] naturaleza». Los comienzos del libro –nos sigue contando en Ecce Homo– se sitúan en las semanas del primer Festival de Bayreuth (agosto de 1876): «no reconocía nada, apenas si reconocía a Wagner», le embargaba «una profunda extrañeza frente a todo». Y «todo» era Bayreuth, era Wagner, era su dedicación a la filología, que le habían desviado de su cometido, de su tarea. Le sobraban «idealidades», le faltaban realidades.

La enfermedad le obligó a descansar: «me permitió olvidar, me ordenó hacerlo; me obsequió con la obligación de permanecer quieto, de permanecer ocioso, de aguardar y ser paciente... ¡Pero esto es justamente lo que significa pensar!...» La mala salud de los ojos le redimió del libro, es decir, de la filología. 

«Nunca me he sentido tan feliz conmigo mismo como en las épocas más enfermizas y más dolorosas de mi vida: basta con echar un vistazo a Aurora o quizá a El caminante y su sombra, para comprender lo que supuso esta “vuelta a mí mismo”.»

Volver a sí mismo fue encontrarse, sin que eso signifique que ya estuviera antes. Antes estaba quien había claudicado ante los demás o se había dejado llevar por ellos o se había confundido con ellos. La crisis, por tanto, es cuestión de elaborar un «sí« o un «no». Mas no es igual el «no» que se juega en esta fase afirmativa de su vida y de su obra, y el «no» posterior, el de la obra crítica «dura», energuménica. El «no» actual es simplemente la vuelta a sí mismo, vuelta que no es recuperación de algo previo, sino descubrimiento, invención: un Nietzsche nuevo y original, el verdadero Nietzsche que hallará también expresión en la última fase de su creación.

Por eso dirá más adelante en Ecce Homo que las obras negativas son «un anzuelo» para atraer lectores, público a su gran tarea, que es «congelar» el idealismo, volver a la naturaleza del ser humano, sin imponerle ideales imposibles que desvirtúan la existencia, que le quitan su valor y la debilitan. 

«Mi cometido [mi tarea]: sublimar todas las pulsiones de tal modo que la percepción de lo extraño llegue bien lejos y, no obstante, esté acompañada de placer: la pulsión de la honestidad conmigo mismo, la de la justicia para con las cosas, tan intensamente que la alegría prevalezca sobre el valor de los demás tipos de goce, y, si es necesario, se sacrifiquen, en parte o en su totalidad, a ello. Desde luego, no hay contemplación desinteresada, sería el aburrimiento absoluto. ¡Pero basta la emoción más delicada!» (Fragmentos póstumos II, 2.ª 6[67].)

Dar vida a las pasiones, sublimarlas, no reprimirlas; desarrollar dos virtudes nuevas: la honestidad con uno mismo, esto es, no engañarse, y la justicia para con las cosas, el conocimiento que nos permite aceptarlas como son; y todo ello, para lograr la alegría de vivir. En todo caso, pensar, cuestionarse, dejar en suspenso la definición de uno mismo…, «orondo, feliz como un animal marino tumbado al sol entre las rocas de un arrecife». — Así, Aurora.

(Las citas sin referencia de estos dos primeros capítulos provienen todas de Ecce Homo, traducción de Manuel Barrios Casares, Tecnos, 2022.)


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Fuente: Wikipedia
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