Resumiendo mucho, lo que la literatura realiza con el texto es, en primer lugar, ofrecernos las impresiones que objetos o situaciones provocan en nosotros, no la descripción realista; depués, señalarnos las reacciones que dichos objetos o situaciones pueden provocar en nuestra recepción; finalmente, mostrarnos los efectos que ocasionan en nuestros sentidos, es decir, la impresión que dejan.
Así, en este "Idilio", lo importante, lo que tiene mayor peso, es la impresión que produce el paisaje, la luz, el momento cambiante del día, los colores de la naturaleza, el paso del tiempo desde el amanecer hasta el mediodía, todos esos matices que se van acumulando y que despiertan la sensualidad y el erotismo de la adolescente pastora hasta llegar al clímax en la penúltima estrofa: La zagala se turba y empina.../Y alocada en la fiebre del cebo/lanza un grito de gusto y de anhelo.../¡Un cambujo patán se avecina! y no es necesario que el poeta nos diga cuál es el final del pasaje, cualquiera puede imaginarlo, porque lo verdaderamente interesante es la bien construida gradación de sensaciones que nos llevan hasta el encuentro final.
[Dejo enlazadas las palabras que pueden hoy resultar poco frecuentes o desconocidas, así como las propias de México]
IDILIO
A tres leguas de un puerto bullente
que a desbordes y grescas anima
y al que un tiempo la gloria y el clima
adornan de palmas la frente,
hay un agrio breñal y en la cima
de un alcor un casucho acubado
que de lejos diviso a menudo,
y rindiéndose apoya un costado
en el tronco de un mango copudo.
Distante, la choza resulta montera
con borla y al sesgo sobre una mollera.
El sitio es ingrato por fétido y hosco.
El cardón, el nopal y la ortiga
prosperan y el aire trasciende a boñiga,
a marisco y a cieno, y el mosco
pulula y hostiga.
La flora es enérgica para
que indemne y pujante soporte
la furia del soplo del norte,
que de octubre a febrero no es rara,
y la pródiga lumbre febea
que de marzo a septiembre caldea.
El oriente se inflama y colora
como un ópalo inmenso en un lampo,
y difunde sus tintes de aurora
por piélago y campo.
Y en la magia que irisa y corusca
una perla de plata se ofusca.
Un prestigio rebelde a la letra,
un misterio inviolable al idioma,
un encanto circula y penetra
y en el alma es edénico aroma.
Con el juego cromático gira
en los pocos instantes que dura;
y hasta el pecho infernado respira
un olor de inocencia y ventura.
¡Al través de la trágica historia
un efluvio de antigua bonanza
viene al hombre como una memoria
y acaso como una esperanza!
El ponto es de azogue y apenas palpita.
Un pesado alcatraz ejercita
su instinto de caza en la fresca.
Grave y lento discurre al soslayo,
escudriña con calma grotesca,
se derrumba cual muerto de un rayo,
sumérgese y pesca.
Y al trotar de un rocín flaco y mocho
un moreno, que ciñe moruna,
transita cantando cadente tontuna
de baile jarocho.
Monótono y acre gangueo
que un pájaro acalla soltando un gorjeo.
¡Cuanto es mudo y selecto en la hora,
en el vasto esplendor matutino,
halla voz en el ave canora,
vibra y suena en el chorro del trino!
Y como un monolito pagano
un buey gris en un yermo altozano
mira fijo, pasmado y absorto,
la pompa del orto.
***
Y a la puerta del viejo bohío
que oblicuando su ruina en la loma
se recuesta en el árbol sombrío,
una rústica grácil asoma
como una paloma.
¡Infantil por edad y estatura
sorprende ostentando sazón prematura:
elásticos bultos de tetas opimas,
y a juzgar por la equívoca traza
no semeja sino una rapaza
que reserva en el seno dos limas!
Blondo y grifo e inculto el cabello,
y los labios turgentes y rojos,
y de tórtola el garbo del cuello,
y el azul del zafiro en los ojos.
Dientes albos, parejos, enanos
que apagado coral y prende y liga,
que recuerdan, en curvas de granos,
el maíz cuando tierno en la espiga.
La nariz es impura y atesta
una carne sensual e impetuosa,
y en la faz, a rigores expuesta,
la nieve da en ámbar, la púrpura en rosa
y el júbilo es gracia sin velo
y en cada carrillo produce un hoyuelo.
La payita se llama Sidonia.
Llegó a México en una barriga,
en el vientre de infecta mendiga
que, del fango sacada en Bolonia,
formó parte de cierta colonia
y acabó de miseria y fatiga.
La huérfana ignara y creyente
busca sólo en los cielos el rastro
y de noche imagina que siente
besos, ay, en los hilos de un astro.
¿Qué ilusión es tan dulce y hermosa?
Dios le ha dicho: "¡Sé plácida y bella,
y en el duelo que marque una fosa
pon la fe que contemple una estrella!"
¿Quién no cede al consuelo que olvida?
La piedad es un santo remedio,
y después, el ardor de la vida
urge y clama en la pena y el tedio
y al tumulto y al goce convida.
De la zafia el pesar se distrae,
—desplome de polvo y ascenso de nube—.
¡Del tizón la ceniza que cae
y el humo que sube!
La madre reposa con sueño de piedra.
La muchacha medra.
Y por siembras y apriscos divaga
con su padre, que duda de serlo,
y el infame la injuria y estraga,
y la triste se obstina en quererlo.
Llena está de pasión y de bruma,
tiene ley en un torpe atavismo
y es al cierzo del mal una pluma...
¡Oh pobreza! ¡Oh incuria! ¡Oh abismo!
***
Vestida con sucios jirones de paño,
descalza y un lirio en la greña,
la pastora gentil y risueña
camina detrás del rebaño.
Radioso y jovial firmamento.
Zarcos fondos con blancos celajes
como espumas y nieves al viento
esparcidas en copos y encajes.
Y en la excelsa y magnífica fiesta,
y cual mácula errante y funesta
un vil zopilote resbala,
tendida e inmóvil el ala.
El sol meridiano fulgura,
suspenso en el Toro;
y el paisaje, con varia verdura,
parece artificio de talla y pintura,
según está quieto en el oro.
El fausto del orbe sublime
rutila en urente sosiego;
y un derribo de paz y de fuego
baja y cunde y escuece y oprime.
Ni céfiro blando que aliente, que rase,
que corra, que pase.
Entre dunas aurinas que otean,
tapetes de grama serpean
cortados a trechos por brozas hostiles
que muestran espinas y ocultan reptiles.
Y en hojas y tallos un brillo de aceite
simula un afeite.
La luz torna las aguas espejos
y en el mar sin arrugas ni ruidos
reverbera con tales reflejos,
que ciega, causando vahídos.
El ambiente sofoca y escalda,
y encendida y sudando, la chica
se despega y sacude la falda,
y así se abanica.
Los guiñapos revuelan en ondas...
La grey pace y trisca y holgándose tarda…
Y al amparo de umbráticas frondas
la palurda se acoge y resguarda.
Y un borrego con gran cornamenta
y pardos mechones de lana mugrienta,
y una oveja con bucles de armiño
—la mejor en figura y aliño—
se copulan con ansia que tienta.
La zagala se turba y empina...
Y alocada en la fiebre del cebo
lanza un grito de gusto y de anhelo...
¡Un cambujo patán se avecina!
Y en la excelsa y magnífica fiesta,
y cual mácula errante y funesta
un vil zopilote resbala,
tendida e inmóvil el ala.