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| Editorial |
Salvo algunas traducciones esporádicas en revistas o en antologías generales —caso aparte es el libro de D. Alonso Poetas españoles contemporáneos—, esta, creo, es la primera ocasión que se traduce al castellano una cantidad importante de poemas de G. M Hopkins (1844-1889) para formar con ellos una antología que pueda ofrecer al lector de este idioma una idea fehaciente de su quehacer poético.
Hopkins, si bien es un poeta del siglo XIX, permaneció inédito hasta 1918, año en que su amigo y también poeta, Robert Bridges, dio a conocer una primera edición de su poesía.
No busquéis la belleza de su poesía en la fe de un hombre de iglesia, sino en su expresión.
LA GRANDEZA DE DIOS
El mundo lo blasona: la grandeza de Dios.
En llamaradas saldrá, cual brillo de lámina agitada;
cual rezumado aceite exprimido se engrosa en grandiosidad.
¿Por qué los hombres no reconocen su vara?
Generaciones lo han pisado, pisado, pisado;
y todo lo marchita el comercio, manchado y nublado el afán;
y viste el borrón del hombre y comparte el olor del hombre pelado
está el terreno ahora y, calzado, el pie no lo puede notar.
Pero a pesar de todo, jamás la naturaleza se gasta;
allí vive la más preciosa lozanía muy dentro de las cosas;
y aunque la última luz deje el poniente oscurecido,
oh, en la orla del oriente surge la aurora,
porque el Espíritu Santo sobre el mundo torcido,
empolla con su cálido pecho y con , ah, fúlgidas alas.
LA NOCHE ESTRELLADA
¡Mira a las estrellas! ¡Alza la vista al cielo!
¡Mira sentada en el aire esa raza ígnea!
¡Las bellas villas, ciudadelas en círculo!
¡Los foscos bosques en que se hunde el diamante! ¡Los ojos de los elfos!
¡Las grises praderas frías donde yace el oro, el vivo oro,
el blanco rayo donde bate el viento! ¡Álamos aéreos en llamas!
¡Palomas, copos, flotando en un temor de granja!
¡Y bien! Todo se compra, es recompensa todo.
¡Compra, pues! ¡Puja! ¿Qué? Preces, paciencia, votos, limosnas.
¡Mira, mira: marasmo de mayo, como ramas del huerto!
Mira: flor de marzo, como en sauces que mela el amarillo.
Esos son en verdad el granero: de puertas adentro moran
los tresnales. Esta estacada brillante guarda dentro
de casa al esposo Cristo, su madre y todos sus santos, a Cristo.
PAZ
¿Cuándo, paloma torcaz, Paz, plegarás tus alas tímidas
y terminarás tu vagar en torno a mí, y estarás bajo mis ramas?
¿Cuándo, cuándo, Paz, querrás, Paz? No seré hipócrita
ante propio mi corazón. Admito que a veces vienes; pero
esa paz poco a poco es poca paz. ¿Qué paz pura permite
alarmas de guerra, las desalentadoras guerras, su muerte?
¡Oh cierto, Paz, que mi Señor debería dejarme en su lugar
algún bien! Y así deja la Paciencia exquisita
Él viene con algo que hacer, no viene a arrullar,
viene a empollar y posarse.










