Panorámica de la iglesia del convento de los Jacobinos. |
El convento de los Jacobinos de Toulouse es uno de los lugares de visita obligada y uno de los mejores ejemplos de la arquitectura de Languedoc. Como la mayoría de las edificaciones tolosanas, está construido en ladrillo rojo de la zona, de ahí que se conozca a la ciudad como la ciudad rosa. Albi es la roja.
Dentro de la iglesia hay varias sorpresas. Tal vez la más popular sea el conjunto de esbeltas columnas que han permitido disfrutar de una luz mágica dentro de la misma y de un grandioso espacio resuelto en una sola nave. La que se sitúa en el ábside tiene nombre propio, la palmera, y fue merecedora de estas palabras de Paul Claudel: Un pilar único del cual sale por todos lados un torrente de nervaduras, una cabellera de direcciones, una ascensión de palmas. Una columna de 22 metros y las nervaduras separan la bóveda del suelo a una distancia de 28 metros.
Más escondido, pero bien anunciado, se encuentra el relicario donde reposan los restos del que seguramente ha sido el más grande pensador de la Edad Media. Poco me interesa la filosofía escolástica, pero a cada cual su mérito. Y aquel hombre humilde que era capaz de dictar cuatro cartas a la vez, que afirmaba que el oficio del sabio es ordenar y que entendió a Aristóteles mejor que nadie en su época, merece todo mi reconocimiento. Estoy hablando de Tomás de Aquino. Y aunque no participe de sus creencias nada me impide honrarle con esta cita:
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