Para Miguel, Irene y Maialen,
desinteresados partícipes de mis desvelos.
El pasado día 30 publiqué una entrada en la que manifestaba mi sorpresa al encontrarme con un árbol que había florecido con dos flores totalmente distintas. Perplejo ante semejante hecho, rápidamente comencé a preguntar en mi círculo inmediato, pero la respuesta se resistía.
Pocos días después, alguien me comunicó que en otra ciudad había visto dos árboles iguales a los que les ocurría exactamente lo mismo, lo que no hacía nada más que aumentar mi curiosidad.
Esa misma tarde me encontré con una mujer que llevaba una ramita con flores cogida de algún otro árbol de la zona y le pregunté si sabía qué árbol era. Me respondió que se trataba de un cerezo silvestre y que en su tierra había muchos, pero que no daban cerezas.
Estimulado por la respuesta, comencé una nueva búsqueda y tropecé con una página dedicada a diferentes cerezos que se cultivan en Japón. Allí es muy famosa la tradicción del hanami, que consiste en salir a los parques y jardines a disfrutar de la belleza de los miles y miles de cerezos en plena florescencia. Y allí estaba mi cerezo, de nombre kanzan.
Me costó un tiempo averiguar a qué nombre podría corresponder el kanzan japonés, pero la búsqueda dio resultado: prunus serrulata. Ya solo me quedaba averiguar el porqué de tan curiosa floración. Pero, al menos, había un indicio en la página donde se ofrecía la doble nomenclatura, y es que podía dar flores blancas o rosadas.
Al día siguiente, con la emoción floreciéndome por los poros, acudí al invernadero municipal. Tal vez allí pudieran ofrecerme la solución al enigma. Y, efectivamente, me la dieron: son árboles ornamentales que proceden de injerto y, con el tiempo, pueden desarrollar la flor blanca —la del cerezo silvestre (tenía también razón la mujer)— que, con los años, se extiende por todo el árbol.
Para mi sorpresa, inmediatamente después me preguntaron por el lugar en que se encontraba. Según me indicaron, no se habrían dado cuenta los jardineros, porque de haberlo hecho... ¡tienen la orden de podar las ramas que comiencen a ofrecer la flor blanca!
Y volví a casa con sentimientos confusos en mi interior: por un lado, me alegraba de haber obtenido la respuesta a mis dudas; por otro, me entristecía saber que la doble belleza, tarde o temprano, va a ser demiada.
Así, pues, ni azaroso, ni natural; humano, ¿demasiado humano?