Eduardo Chirinos murió en 2016, pero antes había dejado preparados unos folios introductorios para la edición de su poesía por parte de Pre-Textos. De ahí tomo estas palabras suyas que me gustan mucho:
Desde Vallejo sabemos (con qué dolorosa certeza sabemos) que ningún poema podrá cambiar el mundo, y que los poetas no son más que seres humanos que trabajan con las palabras y los silencios de siempre. Pero sabemos, también, que aunque el esfuerzo de los poetas está condenado al fracaso, la poesía sabrá nutrirse de esos espectaculares y silenciosos fracasos.
¿Que si la poesía puede ofrecer alguna respuesta a los tiempos que corren? Creo que no. Y no lo digo ni por desengaño ni por escepticismo, sino porque a la poesía no le corresponde ofrecer respuestas, sino hacer preguntas y proponer retos. Además. todas las épocas son épocas de desencanto e incertidumbre; lo que ocurre es que somos más sensibles a la nuestra porque somos sus víctimas. Nuestra época no exige respuestas "heroicas" ni grandilocuentes: las transnacionales, los fabricantes de armas, los poderes represivos del Estado y la moral de la competencia tienen los oídos higienizados contra la poesía. Pero que un solo poema pueda ser escrito y leído en soledad es ya una muestra, tal vez la más efectiva, de la dignidad del lenguaje en un mundo que se empeña cada vez más en ignorarlo.
Y ahora los poemas:
RETORNO DE LOS PROFETAS
Para Antonio Claros
El sol se hará oscuro para ellos
pero pronto han de volver
Miqueas III, 6
Los profetas han muerto.
Cuernos de guerra anuncian la pronta llegada de la peste,
nuevos tiempos de miseria y escasez.
El campo de batalla está desierto, el cielo se oscurece, la infinita
rueda se ha quebrado.
Dicen que ángeles bellos y monstruosos nos vigilan
pero ya no tenemos ojos para verlos.
Los profetas han muerto.
Atrás los sucios velos que ocultaron la verdad de nuestros rostros,
las ramas que ocultaron la Serpiente cuando rogamos placer
y nos dieron a cambio la resignación.
Textos venerables son ahora pasto de las llamas,
sólo la lechuza mira con indiferencia la corona
que rueda a los pies del más miserable de los dioses.
Sólidas estatuas se arrodillan, gimen, se arrancan los cabellos,
los mástiles que antaño sujetarán los más bravos marinos
golpean la memoria de los dioses que quedan,
¿a quién debemos acudir cuando nos coja la peste?
Los mendigos del reino asaltan los jardines, desprecian los
oráculos, reparten por igual sus pertenencias.
Los nobles del reino conservan sus arcas, sus vinos, sus mujeres,
el miedo que gobierna la implacable voluntad de los presagios.
Los profetas han muerto.
Nadie ahora nos engaña, nadie nos confunde, nadie
nos dice la verdad, y estamos solos.
Estamos solos esperando la señal que nos indique
dónde hemos de ir para honrar con dolor a los profetas.
De Rituales del conocimiento y del sueño.
JUNTO A LA TUMBA DE SALINAS
Un pequeño saurio atraviesa la tumba de Salinas,
husmea el óxido que mancha la blancura del mármol
y se oculta rápidamente entre la hierba.
Entonces lo contemplo.
Qué de besos perdidos frente al mar,
qué de labios bebiendo sus gotas azules,
qué de cielos nunca hollados, fortalezas
donde el amor se rindió a los abrazos de nadie.
Nadie, Salinas, buscando entre sombras un cuerpo desnudo,
nadie en las palabras que alguna vez ardieron por nosotros.
Yo también me enamoré con tus poemas.
Ellos sabían lo que habría de ocurrirme, me leía en ellos,
pero tú plagiaste mi vida, la dignificaste, la hiciste del revés.
¿Mereces entonces el perdón?
Ahora que estás bajo un cielo verdadero,
devorado por los insectos de la tierra, pronombre
encadenado a la carne de unos besos que yo di por ti,
te ofrezco estas flores.
Acéptalas, Salinas, como un homenaje de quien quiso creer
y vivió feliz en el fecundo engaño.
De El equilibrista de Bayard Street.