Presentar a
Umberto Eco es una tarea vana, pues toda persona que tenga un pequeño interés por la lectura en particular y la cultura en general, conoce a este prolífico pensador. En cualquier caso, sobre su nombre tenéis el enlace con la entrada de Wikipedia, donde podéis descubrir sobre qué no ha escrito, que es más sencillo que realizar una lista sobre lo que sí ha escrito. Pero vayamos con el libro que aquí aparece.
Antes de que apareciera este título, la editorial Lumen había publicado con el mismo formato y diseño dos estupendas obras de Eco:
Historia de la belleza e
Historia de la fealdad; por lo tanto,
El vértigo de las listas es el tercer libro de esta serie tan peculiar sobre el mundo del arte que el semiólogo italiano publica con esta editorial.
Lo primero que se me ocurre decir sobre este texto es que es un hermoso objeto -como regalo puede funcionar perfectamente-. Está muy bien encuadernado, primorosamente ilustrado, escrito elegantemente e impreso, para que no falte nada, en un papel de gran calidad. 45 euros avalan este despliegue. Tiene valor como libro de arte, pero también como libro de poesía. Me explico: cada capítulo, dedicado a un modelo distinto de lista, puede leerse independiente, fuera del conjunto y tiene, además, la belleza intrínseca de un poema. Al fin y al cabo, una lista no es otra cosa que una selección cuidadosa de palabras que puestas una detrás de otra provocan un fogonazo de belleza. Y en este libro se encuentran listas para todos los gustos, desde listas redactadas por Homero, hasta enumeraciones escritas por Borges, Joyce o Neruda o Calvino.
Pero el libro, que es un libro sobre arte y literatura, no es, lógicamente, un mero catálogo de listas. Es, básicamente, una bella, pero no explícita, reflexión sobre el porqué de las mismas. Quizá ahí resida uno de los mayores atractivos del texto, en que se cuida mucho de no manifestar abiertamente ese porqué. Si bien en el prólogo Eco nos comenta qué le llevó a escribirlo, nunca nos llega a decir de manera manifiesta que es lo que hay detrás de todas ellas, aunque bien podemos suscribir lo que Pennac decía en
Como una novela: "El hombre construye casas porque está vivo, pero escribe libros porque se sabe mortal" (pag. 169). Sólo es necesario cambiar la palabra libros por la palabra listas.