Desternillante por momentos, surrealista casi siempre, metafísico cristiano en sus reflexiones, irreverentemente agudo en los diálogos, El hombre que fue Jueves es una novela que leí hace muchos años y que he vuelto a leer ahora empujado por una pregunta de un amigo y por la curiosidad de comprobar cómo había cambiado yo mismo ante una lectura de juventud. Y como el texto formó parte de la biblioteca de la que tuve que deshacerme en aquella época, no he tenido más remedio que acudir a la biblioteca para recordar viejas aventuras.
La historia que nos cuenta Chesterton es la de un poeta reclutado por Scotland Yard para combatir el anarquismo. Así nos lo presenta el autor:
Procedía de una familia de
extravagantes, cuyos más antiguos miembros habían participado siempre de las
opiniones más nuevas. Uno de sus tíos acostumbraba salir a la calle sin
sombrero, y el otro había fracasado en el intento de no llevar más que un sombrero
por único vestido. Su padre cultivaba las artes, y la realización de su propio
Yo. Su madre estaba por la higiene y la vida simple. De modo que el niño,
durante sus tiernos años, no conoció otras bebidas más que los extremos del
ajenjo y el cacao, por los cuales experimentaba la más saludable repugnancia.
Cuanto se obstinaba su madre en predicar la abstinencia puritana, tanto se
empeñaba su padre en entregarse a las licencias paganas; y cuando aquélla dio
en el vegetarianismo, éste estaba ya a punto de defender el canibalismo.
Rodeado, desde la
infancia, por todas las formas de la revolución, Gabriel no podía menos de
revolucionar en nombre de algo, y tuvo que hacerlo en nombre de lo único que
quedaba: la cordura.
Inmediatamente conseguirá infiltrarse en el Consejo Central Anarquista donde no todo es lo que parece, ni muchísimo menos, y se verá arrastrado a una aventura tan loca como increíble que no pienso desvelar.
La narración, a medida que avanza, se va transformando en algo más que una novela, pero ninguna novela que se precie se queda solamente en la narración de unos hechos. Esto, tal vez, puede suponer una pequeña dificultad para quienes prefieran quedarse en la pura trama, pero se perdería buena parte del carácter chestertoniano del texto.
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Como he dejado enlazado el texto completo con el título de la obra en el primer párrafo, podéis leer algún capítulo antes de decidiros o no a leerla. Particularmente, el capítulo tercero —en el que se nos cuenta cómo va a conseguir introducirse el protagonista en la organización— me parece el más divertido y actual. Y si utilizáis la edición que aparece aquí, podréis leer una magnífica contextualización histórica de la época a cargo de John William Wilkinson.