Yalal ad-Din Muhammad Rumi nació en 1023, en Balj (Afganistán), y murió en 1273 en Konya (Turquía). Rumi era un místico cuya influencia fue notable en su época y que siguió creciendo después de su muerte.
Tal vez más conocido que él mismo sea la orden que fundaron sus seguidores una vez muerto el maestro, los famosos Derviches Giróvagos, quienes siguiendo sus enseñanzas, meditan y se abandonan al ritmo de la música, mientras dan vueltas.
De Rumi poco me interesa su pensamiento místico ni su búsqueda de unión con el Amado. En eso coinciden todos los místicos de todas las religiones. Lo que me interesa es su escritura sencilla y directa, la utilización de pequeñas anécdotas cotidianas para plasmar su pensamiento y, por encima de todo, la disposición siempre presente a compartir la felicidad terrena con los demás.
¿Qué puedo hacer, oh creyentes?, pues no me reconozco a mí mismo.
No soy cristiano, ni judío, ni mago, ni musulmán.
No soy del Este, ni del Oeste, ni de la tierra, ni del mar.
No soy de la mina de la Naturaleza, ni de los cielos giratorios.
No soy de la tierra, ni del agua, ni del aire, ni del fuego.
No soy del empíreo, ni del polvo, ni de la existencia, ni de la entidad.
No soy de India, ni de China, ni de Bulgaria, ni de Grecia.
No soy del reino de Irak, ni del país de Jurasán.
No soy de este mundo, ni del próximo, ni del Paraíso, ni del Infierno.
No soy de Adán, ni de Eva, ni del Edén, ni de Rizwán.
Mi lugar es el sinlugar, mi señal es la sinseñal.
No tengo cuerpo ni alma, pues pertenezco al alma del Amado.
He desechado la dualidad, he visto que los dos mundos son uno;
Uno busco, Uno conozco, Uno veo, Uno llamo.
Estoy embriagado con la copa del Amor, los dos mundos han desaparecido de mi vida;
no tengo otra cosa que hacer más que el jolgorio y la jarana.
Y aquí tenéis algún otro, escrito sobre pantalla y con fondo musical sufí.