Este poemario nace, desde el punto de vista temático, de la confluencia de un brutal hecho familiar y del estallido de la guerra en Ucrania. Podía haber surgido mucho antes, porque desde que yo tengo noticia del asesinato de mis abuelos paternos hasta que lo di por concluido hace relativamente poco tiempo, los conflictos armados en el mundo han sido muchos, demasiados, pero no fue así. El tema no me atraía entonces.
Tampoco han sido mis fuertes convicciones pacifistas las que dieron el empujón inicial a cuanto en él expreso. Han sido anécdotas mucho más insignificantes las que al final me han determinado a escribirlo y publicarlo. La más cruel y estúpida de ellas la conforman pequeños comentarios de gente amiga y muy próxima recordándome que mis abuelos ya tenían su reconocimiento en esas cruces y placas que se colocaron al finalizar la guerra civil en pueblos y ciudades, con el lema: Caídos por Dios y por España, pero donde no figuraba nombre alguno.
Este proceso llega a su nivel más despreciable cuando inicio una pequeña indagación para intentar averiguar en qué cuneta podrían estar sus ya irreconocibles esqueletos o en qué registro podrían constar sus nombres. Como ya se habrá entendido, a mis abuelos no los pasearon los insurgentes. Pero la memoria, ay, es caprichosa y parcial. Desde una de las asociaciones a las que acudo solicitando información se me dice: Pero es que tú eres de los vencedores. Me pareció soez. Di las gracias y colgué.
Yo no gané nada. Tampoco mis abuelos. Tan solo mi padre ganó la pérdida de los suyos y con ellos, el norte. Ese hecho determinó de por vida su manera de entender el mundo. Manera que yo no compartía ni a los veinte ni a los treinta ni nunca. Pero que ahora, cuando él ya no está, puedo entender. Las personas somos mucho más que ideologías, aunque hay algunas a las que la ideología les ocupa todo el cerebro.
Llegados a este punto, tal vez alguien piense que este poemario puede ser mi ajuste de cuentas personal con una parte de la historia de este país. Nada más lejos de la realidad. Basta con leer la contraportada que he redactado para darse cuenta de ello. Y quien lea el interior descubrirá inmediatamente que es una reflexión desde el dolor universal sobre el estado de guerra. Afortunadamente, ni soy yo quien la sufrió ni quien está sufriendo ninguna. Es una aproximación empática ante el horror de los más viles comportamientos que afloran en un estado de violencia total. La idea de matar a otra persona me parece abominable. Es todo ese horror y desconcierto el que he intentado plasmar en la sección Nieve negra, pero sin recurrir en ningún momento a escenas o episodios violentos.
También es un poemario que plantea preguntas sobre nuestra historia, no la de este país, sino la de la humanidad. Pretende despertar interrogantes con la sana intención, tal vez ingenua, de que nos los planteemos, aunque tan solo sea durante el breve instante que dura la lectura de un poema, con el propósito de que recordemos que son cuestiones que aún no hemos resuelto.
Y es una presentación de imágenes y elementos que tenemos muy asumidos en la historia de los pueblos y que diariamente vemos en unas ciudades y en otras, desde Lisboa hasta Tokio y desde Tokio a Nueva York. Las guerras y sus rituales de muerte dejan demasiados iconos esparcidos por doquier. Incluso contemplamos algunos como obras de arte.
El poema central, ahí donde el poemario alcanza el clímax emocional, es, claro está, donde se cuenta, ahora sí, la anécdota familiar del asesinato de mis abuelos, que empieza a manera de nota necrológica y va subiendo en intensidad emocional.
Después, y por último, llega la expresión de un deseo que es el mismo deseo que se ha expresado tantas veces por personas más capaces e importantes que yo. Es la última sección. Lleva por título Yo también tengo un sueño. Con ese título no es necesario que aclare nada.
Ojalá os guste y, si es así, me lo digáis. Pero mucho más me gustaría que tuviera la capacidad de remover alguna conciencia.
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