Lo que me estaba ofreciendo aquella desconocida era de una sencillez horrorosa:
Cambiar vida por liga. Días de mi vida porque el Madrid recuperase los 12 puntos que le llevaba el Barcelona. Días de mi vida por ganar la liga...
Estaba viendo el partido contra el Villarreal en la Peña Vikinga y en medio del griterío general se hizo un extraño silencio. Todo el mundo estaba mirando fijamente a la puerta que se acababa de abrir. No tardé mucho en darme cuenta de que el silencio se debía a que los corazones y los pulsos de todos nosotros se acababan de parar. No es que en la peña no hubiese mujeres, que las había, y mucho más forofas que los hombres, pero juro que no había ninguna como aquella, ni en la peña, ni en la calle, ni en el trabajo, y si me apuran, ni en las revistas. Vino derecha hacía mí y sonriéndome se sentó a mi lado. Para aquel momento, entre la sorpresa y la emoción, babeaba de tal manera que me estaba mojando los zapatos. Era alta y con curvas de guitarra. Una mezcla de Ava Gadner, Marylin y Sofía Loren, que puestos a hacer mezclas no se me ocurre, ni creo que exista, una mejor. Morena como el infierno, ojos color miel como la que yo le untaría en todo el cuerpo, labios para morder y un cuerpo digno de dioses, aunque con el tiempo me di cuenta de que los dioses ni la cataban y sólo disfrutaban de ella demonios, satanes y belcebúes.
Cuando conseguí cerrar la boca, vi que me tendía su mano a la vez que me volvía a sonreír. Le alargué la mía y me fijé que tenía todas las uñas pintadas de blanco y un enorme anillo de oro que le tapaba medio anular, en el centro destacaba una perfecta S en color rojo ardiendo entre llamas. Era un anillo muy raro para aquella mujer y aunque nada me hacía sospechar de ella, supuse que lo habría robado. Entonces no supe el porqué, pero un escalofrío recorrió mi espalda.
- Me lo regaló un afortunado. El siguiente podrías ser tú....me dijo mientras se alisaba la falda y cruzaba las piernas. Dos. Las conté varias veces para cerciorarme.
Durante diez minutos seguimos mirando el partido sin dirigirnos la palabra. Yo estaba deseando hablar con ella pero "El Madrid es el Madrid" y como estaba atacando y jugando bien, me limitaba a mirar sus largas piernas (dos) torciendo los ojos. Me imaginaba en el césped del Bernabéu haciendo el amor rodeado de todos los títulos del Madrid, rodeado de copas y copas, de orejonas y de 100 años de historia. Había leído en el As que un jugador inglés había hecho el amor con su novia en el campo de su equipo con todas las luces encendidas, era una fantasía sexual que el jugador tenía y había cumplido su sueño, parece ser que en el equipo acabaron enterándose y, desagradecidos ellos, multándole por saltarse la normativa interna. Desde entonces me parecía que juntar en un mismo sitio las dos cosas que más me gustaban era lo máximo a lo que alguien podía aspirar. Y allí estaba yo con las copas volando a nuestro alrededor, ella se había empezado a desabrochar el primer botón de la camisa, el segundo, el....
Su voz me despertó. - En el minuto 26 te concedo un gol de Sergio Ramos, a pase de Robben, con la cabeza, de rebote en el cuerpo de Cazorla, me dijo al oído.
No le hice mucho caso y seguí alternando la visión deformada (creo que desde aquel día estoy estrábico) de sus pechos, piernas, piernas, pechos y el partido.
En el minuto 26 Robben cogió la pelota a la altura de la medular, avanzó unos 15 metros, centro medido y cabezazo de Ramos, el balón golpeó en la espalda de Cazorla y se coló dentro.
Todo el bar estalló de júbilo. Todos menos la mujer y yo. Le miré asombrado y me dijo:
- Tranquilo. Es fácil. Dentro de 14 minutos el segundo. Pepe, también de cabeza, a pase de Guti, por la escuadra derecha.
A partir de ese momento conté los segundos. A los catorce minutos, en el 40, vino el gol de Pepe exactamente como ella había dicho. Tampoco lo festejé, la volví a mirar y esta vez, para mí asombro, me dijo:
- ¿Quieres más o te vale un 2 a 0?
Estaba tan asustado que entre balbuceos incomprensibles pedí dos más. Uno de Raúl y otro de Robben. Se cumplieron los dos. El partido acabó 4 a 0 y mi curiosidad se impuso al miedo a lo que acababa de presenciar. Hacía unos segundos me encontraba al borde del infarto y todavía no sé porqué, pero cuando le hice la pregunta estaba extrañamente tranquilo y esta vino a mis labios como si fuese otro el que la hiciera.
- ¿Puedes ganar más partidos?
- Depende.
- ¿Depende de qué?
- De ti. De lo que estés dispuesto a darme.
- No tengo mucho dinero.
- No quiero dinero, quiero vida.
- ¿Como vida?
- Tu vida, quiero parte de tu vida, la que estés dispuesto a darme para ganar la liga.
-¿Estás loca ?
- No. Piensa en los meses que quedan hasta que acabe la liga. 7 maravillosos meses para disfrutar, para gozar cada fin de semana con la remontada. Piénsalo bien y valóralo en su justa medida. Tienes una semana. Nos vemos el sábado que viene aquí mismo, a la hora del partido contra Osasuna.
Se levantó sin decir nada más y se encaminó hacia la puerta. Un par de metros antes de alcanzarla se dio la vuelta, me miró, se tocó varias veces la sien con el dedo índice y luego me señaló.
Desde aquel momento hasta que la volví a ver a la semana siguiente, apenas dormí, no dejaba de dar vueltas a lo que me había dicho. Imaginaba quién podía ser, pero no tenía cuernos ni rabo y sí un imán que me atraía a ella sin remisión. A pesar del temor estaba dispuesto a hablar con ella. 7 meses de felicidad merecían por lo menos 7 meses de mi vida. Calculando que viviese 97 años merecía la pena vivir 7 meses menos por gozar de la victoria del Madrid. Decidí ofrecerle un mes. No sabía exactamente qué era lo que quería, pero si tenía que regatear era un buen comienzo. Me propuse no ofrecer más de siete meses, justo lo que faltaba hasta el final de la liga.
Llegó a la peña cinco minutos antes del partido. Yo llevaba sentado 1 hora. Se acercó a mí, me volvió a sonreír (todavía hoy recuerdo cada una de sus sonrisas) y me hizo la pregunta directamente:
- ¿Cuánta vida me ofreces?
- Un mes- dije sin mucha convicción.
Entonces ella, para mi sorpresa y gratitud eterna, hizo algo que nunca he olvidado. Me besó. Bueno, primero me besó, luego separó su cabeza lentamente dejando que su lengua fuese lo último en despedirse de mí y por último, mirándome con aquellos ojos de miel, me dijo:
- Siete, me ofreces siete meses y aunque no quisieras ofrecer nada más, llegarías a hacerlo sin dudar, pero no me gusta abusar de vosotros, me quedo con siete meses. Cuando llegue el momento vendré a buscarte. ¿Estás de acuerdo?
La palabra salió de mi boca rápidamente, ya que mi cerebro no intervino en ello, estaba muy ocupado con otros menesteres como segregar todo tipo de endorfinas y feromonas.
-Sí, dije sin dudarlo.
Me contestó como sólo ella sabía hacerlo. Se acercó a mi oído y al hacerlo noté el olor dulce de su pelo rozando mi cuello, pasó la lengua por el lóbulo, lo mordisqueó suavemente y me dijo susurrando:
-Vale, se cumplirán tus deseos, el Madrid ganará la liga, y para que empieces a disfrutar te regalo el primer gol de nuestro pacto.
Me dio la espalda, caminó varios pasos con aquellas largas piernas de siete leguas y un momento antes de salir me lanzó un beso juntando y alargando aquellos rojos labios, beso que como acababa de decirme coincidió con su primer regalo. Raúl marcó su gol número 307 con la oreja (ella lo había anticipado....), la peña estalló de júbilo y yo vi cerrarse la puerta detrás de aquella increíble mujer.
Tardé dos minutos más en darme cuenta de la estupidez que había hecho, me entró el miedo, un miedo cerval a la equivocación que acababa de cometer, a lo desconocido, a las consecuencias de mi estúpido acto. Hasta aquel momento no lo había visto claro, pero había sido un idiota por dejarla marchar, no volvería a verla hasta sabe Dios cuando y no podría vivir con ese peso. Tenía que volver a negociar. No podía dejar las cosas de esa manera. Me levanté de la silla y eché a correr, abrí la puerta de la peña y miré a derecha e izquierda. Ni rastro. Me lancé hacia la derecha y en el cruce con la siguiente calle, la vi a lo lejos. Corrí como nunca lo había hecho en mi vida. Llegué a su altura sin aliento, todavía estaba a tiempo de corregir el error. La miré fijamente a los ojos e imploré algo de lo que nunca me he arrepentido:
- ¿Y la décima?