Suele ocurrir que con el paso del tiempo quien escribe se hace más consciente de la gravedad del asunto y tiende hacia el verso nostálgico; se cuela en sus versos la amargura del final consabido y la obra se tiñe de dolor y de pérdida. El tiempo, como un potente ácido, va desgastando lo que en un principio había de vitalidad y entusiasmo.
No es el caso de Sánchez Rosillo, poeta del que nos ocuparemos en la tertulia de mañana, 17 de abril. No es que haya sido nunca un poeta de aire pesimista, más inclinado a cantar la pérdida que a celebrar la vida, pero sí es evidente que en sus últimos títulos —desde La certeza concretamente— cuanto había de elegíaco va desapareciendo y nos encontramos con una gozosa aceptación de la vida.
CERCA
Sucede la hermosura en cualquier parte.
Si estás atento y miras y esperas,
no es preciso que vayas a buscarla
a extrañas ni lejanas latitudes.
Desde el silencio de mi casa, en esta
noche fría y serena de un 22 de enero,
sin moverme siquiera del cuarto en el que escribo,
puedo ver cómo, mágica, en el cielo va alzándose
una gran luna llena, y nada más ansía
mi corazón rendido, nada más
necesitan mis ojos.
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