Es un placer y un honor poder publicarlo aquí.
Al autor, además de agradecerle el permiso, le deseo muchos éxitos.
Recuerdo este sueño horrible: envié a Arturo Pérez-Reverte un mensaje con faltas de ortografía. Sí, fui muy temerario y pagué las consecuencias. Él me persiguió por el Paseo Alfonso XIII a lomos de un corcel mientras agitaba su hacha purgadora y bramaba: "los incultos sufrirán mi cólera". Pude esquivar el galope doblando por Capitanes Ripoll, pero también estaba allí, con un jubón y cierta espada noble. Sonreía al tiempo que perforaba sin piedad las barrigas de quienes consideraba, según sus palabras, "tiñalpas analfabetos". Descendí hasta el puerto atravesando alfombras cadavéricas; unos tenían la cabeza serrada por adverbios africados, en otros los adjetivos se habían abierto paso a través de sus pulmones, colgándolos como cárnicos frutos de ignorancia.
Antes de ser también ajusticiado, pude ver al escritor sentado sobre su cátedra de la Real Academia; cubría todo el horizonte y cuando hablaba, las frases salían como brasas semánticas. Una de ellas me impactó y fui calcinado por aquel absolutismo lingüístico.
Desperté empapado en sudor; suspiré aliviado. "Me gusta vivir al límite", pensé. En el suelo estaba el libro Territorio Comanche. Fui a recogerlo; tropecé contra la estantería y el diccionario cayó sobre mi cabeza, rompiéndome el cráneo.
Andoni Atienza
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