Imagen tomada de Wikipedia |
Dice
el DRAE en
su primera acepción: 1. adj. Dicho
de una persona: Que carece de libertad por estar bajo el dominio de
otra. Es ésta una
definición muy genérica, pero podemos entendernos con ella, sobre
todo porque nadie que habite este mundo carece de imágenes que le
expliquen perfectamente qué significa ser esclavo.
De
forma general podemos decir que la esclavitud fue abolida a lo largo
del siglo XIX, aunque hay países y territorios que tienen la honra de
haberla hecho desaparecer mucho antes —Hungría, año 1000; Suecia,
1335; Japón, 1587...—. En cualquier caso, y se aboliera cuando se aboliera, la enormidad del fenómeno a lo largo de la historia ha sido que nadie puede dejar de sentirse conmocionado ante los datos que nos ofrece la investigación. A mí me conmueven aún más los datos que ofrecen la OIT y la ONU en la actualidad.
Según la OIT, en el mundo hay 21 millones de personas víctimas de trabajo forzado. Según los datos de la organización End Slavery Now, entre 21 y 30 millones. Eso sin tener en cuenta el trabajo forzado en campos de prisioneros, de los cuales los más numerosos son los chinos, y otras muchas formas bajo la que se disfraza esta bárbara práctica antihumana, y no aludo a los sueldos de miseria que la crisis ha impuesto, sino a situaciones claramente esclavistas.
El enorme sufrimiento producido por la esclavitud ha sido una de las lacras más negras de la humanidad. Resulta muy chocante descubrir que en el siglo XXI, después de superar dos guerras mundiales, de redactar una carta de DDHH, todavía seguimos manteniendo una práctica odiosa y degradante como pocas.
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