CIUDAD DE MESETA
Como por estos sitio
tan sano aire no hay, pero no vengo
a curarme de nada.
Vengo a saber qué hazaña
vibra en la luz, qué rebelión oscura
nos arrasa hoy la vida.
Aquí ya no hay banderas,
ni murallas, ni torres, como si ahora
pudiera todo resistir el ímpetu
de la tierra, el saqueo
del cielo. Y se nos barre
la vista, es nuestro cuerpo
mercado franco, nuestra voz vivienda
y el amor y los años
puertas para uno y para mil que entrasen.
Sí, tan sin suelo siempre
cuando hoy andamos por las viejas calles
el talón se nos tiñe
de uva nueva, y oímos
desbordar bien sé qué aguas
el rumoroso cauce del oído.
Es la alianza: este aire
montaraz, con tensión de compañía.
y a saber qué distancia
hay de hombre a hombre, de una vida a otra,
qué planetaria dimensión separa
dos latidos, qué inmensa lejanía
hay entre dos miradas
o de la boca al beso.
¿Para qué tantos planos
sórdidos, de ciudades bien trazadas
junto a ríos, fundadas
en la separación, en el orgullo
roquero?
Jamás casas: barracas,
jamás calles: trincheras,
jamás jornal: soldada.
¿De qué ha servido tanta
plaza fuerte, hondo foso, recia almena,
amurallado cerco?
El temor, la defensa,
el interés y la venganza, el odio,
la soledad: he aquí lo que nos hizo
vivir en vecindad, no en compañía.
Tal es la cruel escena
que nos dejaron por herencia. Entonces,
¿cómo fortificar aquí la vida
si ella es solo alianza?
Heme ante tus murallas,
fronteriza ciudad a la que siempre
el cielo sin cesar desasosiega.
Vieja ambición que ahora
solo admira el turista o el arqueólogo
o quien gusta de timbre y blasones.
Esto no es un monumento
nacional, sino luz de alta planicie,
aire fresco que riega el pulmón árido
y lo ensancha, y lo hace
total entrega renovada, patria
a campo abierto. Aquí o hay costas, mares,
norte ni sur: aquí todo es materia
de cosecha. Y si dentro
de poco llega la hora de la ida
adiós al fuerte anillo
de aire y oro de alianza, adiós al cerro
que no es baluarte, sino compañía,
adiós a tantos hombres
hasta hoy sin rescate. Porque todo
se rinde en derredor y no hay fronteras,
ni distancia, ni historia.
Sólo el voraz espacio y el relente de octubre
sobre estos altos campos
de nuestra tierra.
De Alianza y condena, 1965.
***
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