viernes, 27 de septiembre de 2024

SIN IR MÁS LEJOS, Fermín Herrero

Ejemplar de la Biblioteca Central
Como no he leído nada de Fermín Herrero, no dudo ni un momento en llevarme a casa este ejemplar que resultó ganador en 2016 del XXXII Premio Jaén de Poesía.

Humildad, impulso acético, paisaje cotidiano, costumbrismo, cierta querencia por lo sublime y, en ocasiones, un vaivén entre un ligero hermetismo y una propensión a la claridad. Diría yo que estás son algunas de las características presentes en este próximo, por cercano, Sin ir más lejos. Diría incluso más: todas ellas se pueden detectar en el primer poema, auténtica poética de voluntad definitoria:


La poesía

es la conciencia.

Muchas veces la profané,

lo haré de nuevo. Es más,

ya la estoy traicionando.

La poesía no tiene

complacencia, trabaja

a favor del olvido

de uno mismo.

En ausencia de Dios ,

lo espera; si se esconde,

lo busca, porque sabe

de su insignificancia. Lo diré

por derecho: la poesía

ha de mostrarse. La bondad

se ve, no necesita

verborrea. Y a cada uno

según sus obras.

La poesía es la conciencia,

ese invento judío, según Hitler.

Es una enfermedad

que afecta los más débiles

de la especie.

  

A mí, de todas formas, me gustan más los poemas con cierto aire machadiano, en los que el pensamiento metafísico no se encuentra en su enunciación, sino en la presencia misma de la naturaleza soriana:


Este cielo de frío, limpio como

una patena. Ocho días de cierzo

han dejado un azul altísimo, todo

tersura, lucidez, acaso certidumbre.

Así que estoy aún. Un cielo inmaculado,

sin respuestas, es una afirmación.

Estoy. Aún estoy. No se queda la luz 

en la materia, la hace suya. Un cielo

crudo, para que nadie se envicie

con otro abril. Debiera renunciar 

también a tanto y tanto, sin preguntarme

cómo está tan arriba lo de dentro.

Ocho días de cierzo, con sus noches.


O este otro:


Nevado el Duero, maniatado desde hace días

por la helada, resplandece el sol de mediodía.

Restalla su cristal, casi no puedo

abrir los ojos. ciertamente deslumbra

la grandeza, nos hace enmudecer. Hasta

Hasta los álamos eternos de la ribera contemplan

su reflejo con un estupor de invierno

y muerte. Incluso el hielo parece triste

en los juncares. mientras el río nada

dice, le da las aguas, corriente abajo,

un arroyuelo mínimo que culebrea

con mucho esfuerzo sin apenas

notarse entre la broza.

Ha conseguido desatarlo el sol

y con qué intimidad, con cuánta sencillez

suena al oído, hablando muy bajito, su rumor

de cauce ingrato y de caudal exiguo.


Y cierra el poemario de manera simétrica, jugando a ser capicúa:


La extrañeza,

el encanto y la gracia.

Y la pérdida.

No hay 

más. O sí,

lo que trasciende.

Y la ilusión, al menos,

de ser libres.

Mientras dura

el poema.

***


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