Instituto donde estudió el poeta. |
A pesar de su extraordinaria brevedad –tan sólo cinco libros-, la trayectoria poética de Claudio Rodríguez es una de las mejores y más acabadas muestras de poesía concebida y realizada como modo de conocimiento, no sólo porque en cada uno de sus libros asistamos a un proceso –con sus dudas, tanteos, contradicciones, misterios y claridades- de conocimiento por vía de la escritura, sino también porque el conjunto de los mismos forma un proceso general más amplio en el que se van desenvolviendo y modulando diferentes aspectos del conocimiento poético. El resultado final será un universo poético unitario, trabado y dialéctico en cuya creación cabe distinguir varias fases, una por cada libro publicado. Por lo demás, este proceso lleva aparejado una serie de transformaciones paralelas y progresivas en los distintos planos de la expresión: lenguaje poético y sistema imaginario, tono general, métrica, ritmo, lo cual hace que desde el punto de vista evolutivo, su trayectoria sea también una de las más atractivas, sólidas y coherentes de todas las promociones poéticas españolas de posguerra.
Luis García Jambrina. Hacia el canto de Claudio Rodríguez.
Fue a mediados de los 90 cuando tuve conocimiento de la poesía de Claudio Rodríguez gracias a esa excelente antología que preparó su paisano con motivo del Premio Reina Sofía. Luego llegó el recital que preparamos con su Don de la ebriedad el año de su muerte. Después vino la tertulia que le dedicamos en 2004. Si pasaba por Zamora para dejarme llevar por sus encantos, era inevitable llevar sus poemas y recrear sus pasos.
No he tenido que realizar ningún esfuerzo de investigación ni documentación gracias a que la ciudad —no siempre es así— lo aprecia y lo recuerda. Existe una ruta literaria que te ofrecerán con todo cariño si preguntas por ella en cualquiera de las oficinas de información turística. Es la misma —ahora mismo lo he descubierto— que la que la página dedicada al poeta elaboró en su momento. La única diferencia es que en esta última encontrarás los audios que acompañan a los textos y a las fotografías, junto con lectura de fragmentos más amplios que los que aparecen escritos.
Todo es nuevo quizá para nosotros.El sol claro-luciente, el sol de puesta,
muere; el que sale es más brillante y alto
cada vez, es distinto, es otra nueva
forma de luz, de creación sentida.
Así cada mañana es la primera.
Para que la vivamos tú y yo solos,
nada es igual ni se repite. Aquella
curva, de almendros florecidos suave,
¿tenía flor ayer? El ave aquella,
¿no vuela acaso en más abiertos círculos?
Después de haber nevado el cielo encuentra
resplandores que antes eran nubes.
Todo es nuevo quizá. Si no lo fuera,
Si en medio de esta hora las imágenes
cobraran vida en otras, y con ellas
los recuerdos de un día ya pasado
volvieran ocultando el de hoy, volvieran
aclarándolo, sí, pero ocultando
su claridad naciente, ¿qué sorpresa
le daría a mi ser, qué devaneo,
qué nueva luz o qué labores nuevas?
Agua de río, agua de mar; estrella
fija o errante, estrella en el reposo
nocturno. Qué verdad, qué limpia escena
la del amor, que nunca ve en las cosas
la triste realidad de su apariencia.
Toda la ciudad y su entorno se presta a leer los poemas de Claudio Rodríguez en voz alta, a dejarse llevar por el fluir de las aguas del Duero, que tienen el mismo ritmo que los versos del poeta, a quedarse enamorado de su luz, del color de sus piedras y del aire limpio y transparente en que palpita. Pero había un lugar y un óleo por los que sentía especial curiosidad: el bar La Golondrina y el lienzo de Antonio Pedrero.
El folleto de la ruta ofrece esa imagen y este texto: Antonio Pedrero, hijo de Virgilio Pedrero y Carmen Yéboles, inmortaliza en esta obra a los personajes singulares que frecuentaban el bar de sus padres, La Golondrina, entre los que se encuentra Claudio Rodríguez con sus amigos. Un enjambre humano muy singular de Zamora, que se reunían en la barra del bar de sus padres, donde el artista trabaja y observa. Finaliza el cuadro el último día de diciembre de 1960 y se cuelga en una pared del Bar, acudiendo muchos zamoranos en peregrinación desde los primeros días.
La obra fue adquirida por Caja España e instalada en la sucursal de la calle San Torcuato.
Las consultas sobre el cuadro de Antonio Pedrero nos habían llevado a averiguar que el cuadro no se encontraba ya en ninguna sucursal bancaria, sino en este estupendo Teatro Ramos Carrión, que estaba cerrado.
La suerte quiso que al pasar por allí la tarde del martes, hubiera luz en la taquilla y que dentro de ella estuviera una persona especialmente amable. Pregunté si era posible que nos abriera la puerta para acceder al vestíbulo y ver el cuadro. Sandra, que así se llama la encantadora mujer, dejó el trabajo que estaba realizando y nos franqueó la entrada, pero advirtió un poco compungida que no podía dar la luz y la que había dentro, dada la hora y la falta de ventanales era muy escasa. Yo no llevaba trípode y el resultado es este:
Sin embargo, su atención no se paró ahí. Nos indicó que el bar original ya no existía y nos dijo dónde podíamos ver una reproducción en la que, además, aparecían los nombres de todas las personas que en él están recogidas. Hacia allí nos dirigimos encantados con la atención y con la información que Sandra nos ofrecía. Y en la Taberna La Z nos encontramos con la imagen. Está hecha con el móvil, pero se puede ampliar.
La ruta, para alguien que tenga como afición la poesía y, en especial, la de Claudio Rodríguez, merece la pena.
Y mil gracias, Sandra, por tu inestimable ayuda.
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