El siglo I no es el siglo XXI y hoy sentimos mucho más próximas las aventuras de Ulises que las de los héroes que lucharon en Troya. Sin duda, la influencia popular de esta obra en los últimos cien años a través del cine, el cómic, la televisión o la novela es muy superior a la de la Ilíada, hasta tal punto que mucha gente conoce pasajes de la misma sin haberla leído. Todo el mundo tiene alguna idea del sudario que teje y desteje Penélope, de la aventura con Polifemo o la de las sirenas.
Lo cierto es que las aventuras que sufre Ulises para llegar hasta su casa y encontrarse con su familia las sentimos mucho más cercanas que las de Aquiles. Pesan menos, están menos teñidas de tragedia y, fundamentalmente, no están sujetas a la fuerza sobrenatural del destino, sino que el agudo ingenio de su protagonista y la voluntad irreductible de Penélope y Telémaco ponen en el centro de la trama la posibilidad de ejercer la libertad, aunque sea con la ayuda de la diosa Atenea.
Otro elemento sustancial que nos aproxima la Odisea a nuestra manera de sentir y de leer es el clima poético, la atmósfera en la que se desenvuelve. La Odisea nos muestra una relación abierta con el paisaje, con la naturaleza, con la belleza intrínseca del medio en que se desenvuelve. Y eso es totalmente moderno. El ser humano vive en un entorno que es capaz de apreciar.
Igualmente reseñable como elemento de proximidad es la técnica narrativa. Mientras que en la Ilíada el desarrollo es lineal, aquí se nos ofrecen tres lineas argumentales, la correspondiente a Telémaco y su viaje en busca de noticias, los avatares del sufrido Ulises por llegar a Ítaca y el resultado final en que desembocan ambas: la venganza. Toda una demostración del dominio de la técnica de lo que José Alsina denominó el principio de retardación.
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Quienes sepan alemán o hayan leído el poema, disfrutarán con este clásico de 1911 dirigido por Francesco Bertolini, Adolfo Padovan y G. De Liguoro.
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