Esas son las dos grandes señas de identidad del maestro francés: abstracción y originalidad, ambas en el sentido profundo de la palabra, es decir, etimológico. Esto, claro, tiene su contraprestación en la lectura: Valéry no se deja querer de buenas a primeras. Su frialdad aleja más que aproxima. Como ha dicho Carlos R. Dampierre, aunque el genio poético de Valéry sea indiscutible, las cualidades y calidades del mismo han sido diferentemente apreciadas por las distintas generaciones poéticas que le han sucedido (prólogo a Poesías, Visor, p 11). Quizás impulsado por ese don de la abstracción es por lo que el que fuera poeta se sumergió en el mundo de las matemáticas, raro caso en la historia, donde la dirección de los trasvases ha sido inmensamente mayoritaria en el sentido contrario.
En cualquier caso, para una primera aproximación a su poesía y su forma de entenderla bien puede valernos el libro de Cátedra, a cargo de Monique Allain-Castrillo y Renaud Richard, pues está disponible en el mercado, tiene una muy buena introducción, todo tipo de notas, un magnífico apéndice sobre El cementerio marino, una excelente bibliografía y, lo más importante, contiene los que quizá sean los dos mejores poemas del poeta francés.
Y para terminar, no estaría nada mal leer el extracto que Wikipedia ha realizado de la Teoría poética y estética, porque ofrece muchos elementos que ayudan a entender mejor la obra de Valéry. Los más atrevidos y entregados lectores pueden prescindir del extracto y pasar directamente al libro original.
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