sábado, 25 de enero de 2014

NO DIGAS QUE ALGO ES BUENO, DI QUE ALGO TE GUSTA

Nada más lejos de mi intención que indicar a nadie lo que quiera o no quiera decir, lo que crea o no conveniente expresar. Con el título de esta entrada no pretendo señalar a nadie qué es lo que debe hacer o no con sus opiniones; me refiero a la extendida costumbre de cierta crítica profesional de señalar con una descarada objetividad la calidad intrínseca de la obra que comenta, como si el juicio que nos ofrecieran no estuviera impregnado de los gustos, tendencias y adscripciones de quien escribe el comentario, por no decir —en los casos extremos de clara tendenciosidad— del dinero de quien mantiene el producto o del círculo de amistades y miserias al que se pertenece.

El arte, la expresión literaria, queridos amigos, tiene unas cuantas —pocas— normas básicas que le dotan de calidad, de dignidad. Ésas, prácticamente se aprenden en la escuela: corrección gramatical y sintáctica, originalidad, imaginación, adecuación y propiedad. Y ésas las domina todo escritor. Todo lo demás lo da el oficio, la práctica, la lectura, la experiencia vital y la creatividad. A partir de ahí distinguir si un texto es mejor que otro a mí me parece harto difícil, por no decir que es una equivocación afirmarlo.

Sin duda, disponer de una buena formación, mantener una lectura atenta, escuchar las opiniones de los demás y contrastarlas, son requisitos que ayudan a que nuestro parecer pueda tener más elementos en los que fundamentarse, pero no son garantía de verdad. Nadie está libre de meter estrepitosamente la pata cuando afirma que tal o cual obra es intrínsecamente buena y que pasará a la posteridad. O de afirmar justamente lo contrario. 

De esos errores está llena la historia de la crítica. Son cientos las grandes firmas que han emitido su juicio sobre algún contemporáneo suyo, destacando la excelencia o la falta de calidad de una obra determinada, y que luego, con el paso del tiempo, han tenido que desdecirse porque la obra en cuestión se ha visto colocada en el extremo opuesto de lo que habían afirmado. Y no voy a dar aquí ningún nombre, que no es respetuoso señalar defectos cuando son más los méritos a destacar. Sólo es necesario decir que esa historia de grandes errores va desde los clásicos más lúcidos hasta los coetáneos menos dotados.

Por eso, no conviene hacer crítica como si de práctica científica se tratara. En sí mismas, son dos actividades muy diferentes, pese a que todavía haya alguna persona que intente convencernos de lo contrario. Nada hay en el texto de nadie que pueda hacernos afirmar cosas del tipo es el mejor libro de la década, es la mejor novela europea publicada en estos últimos años, es la mejor poesía que podemos leer hoy... Esas afirmaciones son falsas físicamente, porque nadie se ha leído el todo en que se contiene esa obra; ni nadie tiene la capacidad de discriminar artísticamente lo que afirma, por mucho peso específico que tenga en el mundillo cultural, porque esa valoración la dan el tiempo y la sociedad lectora.

Otra cosa bien distinta es la exégesis, el análisis, el comentario, la crítica literaria que se practica para hacernos ver lo que nosotros, lectores apresurados, no nos paramos a ver en una obra; la que nos desvela los artificios internos y posibilita que el goce de la lectura sea así mayor. Esa sí es una gran crítica, esa sí tiene elementos objetivos —no muchos— con los que sabe operar y nos hace crecer a los demás como mejores lectores. Ese es el trabajo que hicieron, por citar sólo dos nombres, Dámaso y Amado Alonso. Lo demás, en mi opinión, es atrevimiento inconsciente o publicidad descarada. No digas, por tanto, que algo es bueno, di que te gusta.

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