Ejemplar de la biblioteca de Durango |
No sé si es necesaria esta advertencia, pero yo la hago por si acaso: los textos de los que aquí doy noticia no van dirigidos a quienes tienen por lecturas habituales la novela de distracción. Puede que sean una parte importante del mercado del libro, pero no forman parte de la historia de la literatura. Conozco muchas personas que leen habitualmente ese tipo de historias, pero que nunca leerán el Quijote porque están convencidas de que leerlo es un solemne aburrimiento y una pérdida de tiempo. La obra de Foscolo, como la de Goethe, la de Flaubert o la de Virgilio no es para esas personas. Hecha esta advertencia, voy con el asunto.
Las Últimas cartas de Jacopo Ortis tienen cuatro grandes pilares temáticos en torno a los cuales se articula toda la novela. En primer lugar, nos encontramos con una narración de carácter epistolar, tal y como realizó Goethe en su Werther. En este caso es el joven Jacopo/Ugo quien escribe cartas a su amigo Lorenzo, y lo que le va contando —sus cambios anímicos, sus ideas políticas, lo que le acontece con las personas a las que conoce— es lo que constituye el contenido de la narración.
En segundo lugar, es un obra de carácter militante, políticamente militante, pues su autor es un comprometido defensor de la unidad italiana antes de que aparezca ese movimiento que se llamó Risorgimento y sobre el que esta obra tendrá una influencia innegable. De hecho, la primera carta con la que se abre el texto comienza así: El sacrificio de nuestra patria se ha consumado: todo está perdido; y la vida, si se nos concede, no nos quedará sino para llorar nuestra desdicha y nuestra infamia. (En 1797 Napoleón firmó con Austria el Tratado de Campo Formio mediante el cual la República de Venecia pasaba a formar parte del territorio austríaco).
En tercer lugar, y ahí sí coincide con el Werther, es la historia de una pasión amorosa, del amor que el protagonista siente por una mujer, Teresa/Isabella Ronconi. Un sentimiento amoroso cuyo objetivo nunca podrá ser alcanzado, lo que llevará al suicidio, y en esto también se cumple con el ritual romántico de la época.
Por último, nos encontramos con un pensamiento existencial claramente pesimista que impregna el ser y el padecer del personaje, que recorre toda la historia y que puede sintetizarse en frases como tú serás siempre infeliz (carta del 8 de febrero), o el género humano es esta cohorte de ciegos que tú ves chocar, pelearse, batirse y encontrar al fin el sumergirse dentro de la inexorable fatalidad. ¿A qué, pues, seguir, o temer lo que te debe suceder? (carta del 3 de enero). De este pesimismo ontológico beberá Leopardi.
La traducción es de Andrés González-Blanco.
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