Editorial |
El camino que traza el joven Leopardi hacia la soledad más radical pasa por el descubrimiento de la belleza, esto es, de la poesía o, como él mismo señaló más concretamente, por el paso de la erudicción a la belleza. Estamos en 1816. Tres años más tarde sobrevino una nueva vuelta de tuerca que supuso el paso de la belleza a la verdad. Surge lo que entonces se llamaba una poesía de sentimientos. Se consolida el pesimismo histórico, que con el paso del tiempo terminará transformándose en pesimismo cósmico.
Giuseppe Petronio lo resume muy bien:(Leopardi), educado dentro del sensualismo ilustrado, había considerado como fin del hombre el placer, alcanzable en estado natural y perdido luego por culpa de un proceso histórico deformado. Pero, con el tiempo, advirtió que si el fin del hombre es el placer, y este le está vedado, hay una contradicción trágica entre las aspiraciones del hombre y su real condición humana, y llegó a la conclusión de que un ser que no puede alcanzar el fin para el que fue creado, es "naturalmente", es decir, necesariamente, desdichado (Historia de la literatura italiana, p 679).
He aquí expuesta, de manera tan breve como contundente, una parte esencial del pensamiento trágico-romántico del siglo XIX y que el autor de los Cantos plasmó en su descomunal diario filosófico, Zibaldone. Ahora bien, siempre tendremos el consuelo de la literatura que nos ofrece un mensaje de solidaridad surgida de la conciencia misma del dolor y del mal. Ante la hostil madrastra que es la naturaleza, la humilde retama, símbolo de la dignidad y la solidaridad, osa mirar cara a cara al destino:
Aquí, en la árida falda
del formidable monte,
desolador Vesubio,
a quien ni árbol ni flor alguna alegran
tu césped solitario en torno esparces
olorosa retama
contenta en los desiertos.
Comienzo del poema "La retama". Traducción de Unamuno.