He llegado hasta el espléndido soneto de Borges gracias a Vargas Llosa y su estupendo El fuego de la imaginación, una recopilación de artículos sobre literatura, teatro, cine, arte y arquitectura. En el que titula La amistad y los libros, además de tener palabras muy cariñosas para Javier Cercas y Juan Cruz, habla mucho y muy bien de Héctor Abad Faciolince —acaso os suene más por la película que se hizo con su novela—. De su El olvido que seremos dice, por ejemplo,que ha sido la más apasionante experiencia de lector de mis últimos años —el texto es de 2010—. Continuaba más adelante comentando Traiciones de la memoria, y ahí es donde surgió el argentino ciego y magistral.
Tantas buenas palabras por parte de un grandísimo escritor que al mismo tiempo es un grandísimo lector —no siempre coinciden estas dos habilidades— tuvieron como consecuencia que leyera de una tacada ambos títulos del colombiano. En el de las traiciones es donde aparece el apasionante relato Un poema en el bolsillo —yo también opino, como Vargas Llosa, que de los tres que componen el libro es sin duda el mejor—.
Esta pequeña aventura libresca, que de hecho es bastante representativa de mi caótico proceder lector, es la que ha dado pie a que me interesara por el soneto borgiano —no recogido en su Obra poética 1923-1977—. Pero la cuestión es que, una vez llegado a él, me he encontrado con los otros cuatro que aparecieron en aquella publicación prácticamente artesanal de Ediciones Anónimas. Y, claro, no he resistido la tentación de copiarlos todos, ni tampoco quiero dejar sin agradecer a Vargas Llosa y a Abad Faciolince el haberme ofrecido este hallazgo.
Estos son los 5 poemas:
I
Encorvados los hombros, abrumado
por su testa de toro, el vacilante
Minotauro se arrastra por su errante
laberinto. La espada lo ha alcanzado
y lo alcanza otra vez, Quien le dio muerte
no se atreve a mirar al que fue toro
y hombre mortal, en un ayer sonoro
de hexámetros y escudos y del fuerte
batallar de los héroes. Ilusoria
fue tu aventura, trágico Teseo;
de la bifronte sombra la memoria
no ha borrado las aguas el Leteo.
Sobre los siglos y las vanas millas
ésta da horror a nuestras pesadillas.
II
Me pesan los ejércitos de Atila,
las lanzas del desierto y las murallas
de Nínive, ahora polvo; las batallas
y la gota del tiempo que vacila
y cae en la clepsidra silenciosa
y el árbol secular donde clavada
por Odín fue la hoja de la espada
y cada rosa y cada primavera
de Nishapur. Me abruman las auroras
que son y fueron los ponientes,
el amor y Tiresias y las serpientes
las noches y los días y las horas.
gravitan sobre la sombra que soy.
La carga del pasado es infinita.
III
Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y los que seremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el fin, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá quien fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo,
esta meditación es un consuelo.
IV
Los ordenes de libros guardan fieles
en la alta noche el sitio prefijado.
El último volumen ha ocupado
el hueco que dejó en los anaqueles.
Nadie en la vasta casa. Ni siquiera
el eco de una luz en los cristales
ni desde la penumbra los casuales
pasos de vaga gente por la acera.
Y sin embargo hay algo que atraviesa
lo sólido, el metal, las galerías,
las firmes cosas, las alegorías
el invisible tiempo que no cesa,
que no cesa y que apenas deja huellas.
Ese alto río roe las estrellas.
V
¡Cuántas cosas hermosas! Los confines
de la aurora del Ganges, la secreta
alondra de la noche de Julieta.
El pasado está hecho de jardines.
Los amantes, las naves, la curiosa
enciclopedia que nos brinda ayeres,
los ángeles del gnóstico, los seres
que soñó Blake, el ajedrez, la rosa,
El cantar de los cantares del hebreo,
son la flor que florece en el desierto
de la atroz Escritura, el mar abierto
del álgebra y las formas de Proteo.
Quedan aún tantas estrellas.
Suspendo aquí esta vana astronomía.
PS: Otro día me ocuparé de la magistral El olvido que seremos.
***
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