miércoles, 20 de mayo de 2020

TIMÓN DE ATENAS (EL UNIVERSO SHAKESPEARE, 28)



Astrana Marín nos recuerda que el personaje histórico, este Timón de Atenas, procede, una vez más, de Plutarco, de la Vida de Marco Antonio, donde  se le menciona como hombre perverso y enemigo del género humano, y un poco más adelante se le califica de misántropo. Los estudios actuales son un poco más precisos y hablan de la Vida de Alcibíades de Plutarco, y el diálogo de Luciano, Timón, el misántropo, como fuentes directas. Sea como fuere, continúa el traductor comentando la obra y realiza una de las mayores alabanzas que se pueden hacer: 

La obra shakespeariana es verdaderamente admirable. Jamás se ha delineado mejor (ni tan bien) el tipo de misántropo; y quien quisiere aquilatar la excelencia del Timón de Shakespeare, compárelo con El misántropo de Molière, y notará cuán por debajo quedará la producción francesaKarl Marx también estaba entusiasmado con la obra. 

Más equilibrada me parece la opinión de G. T. de Lampedusa, el autor de El gatopardo, quien nos dejó estas agudas palabras sobre la obra: Parece uno de esos guisotes de caza que los cocineros apañan con las partes menos selectas de los faisanes, de las libres o de los jabalíes. Si el cocinero conoce su oficio te chupas los dedos. Y en este caso el jabalí es Macbeth y el faisán, El rey Lear. Y el cocinero es Shakespeare. La presentación de ese guisote no es muy buena, de acuerdo, y se sirve en la mesa en tajados y bocados poco agradables a la vista. Pero si uno se arriesga a probarlos, encuentra en ellos el aroma de la bestia salvaje y el perfume de los bosques.

Timón de Atenas es, pues, la historia de un dirigente que si bien al comienzo de la obra se muestra generoso y liberal, cuando se hace consciente del endeudamiento en que ha caído y los prestamistas empiezan a pedirle que devuelva lo que debe, busca la ayuda de todos cuantos han vivido a su costa, pero estos se excusan. Se retira al campo con un profundo odio hacia todo el mundo. En su retiro asceta encuentra un tesoro, que no le sirve para aliviar sus penas porque, lleno de amargura, se dispone a utilizar toda la riqueza encontrada para destruir la ciudad que le ha defraudado.

A pesar de que la obra tiene algunas debilidades en su construcción y más de una incoherencia, lo mejor de ella es, como siempre, la capacidad de su autor para ofrecernos algunos de los aspectos más escabrosos del carácter humano. 

Timón: ¿Qué es eso? ¿Oro amarillo, brillante, precioso? No, dioses, no soy un suplicante sin convicción. ¡Dadme raíces, cielos sin nubes! Este oro podría volver blanco lo que es negro, hermoso lo que es feo, justo lo que es injusto, noble lo que es vil, joven lo que es viejo, valiente lo que es cobarde. Dioses, ¿a qué viene esto? ¿Qué es esto, dioses? Esto alejará de vosotros a vuestros sacerdotes y a vuestros servidores, y quitará la almohada en que reposa el enfermo. Este esclavo amarillo consagrará promesas para infringirlas; bendecirá al maldito; hará adorar la podredumbre de la lepra; sentará a ladrones en el banco de los senadores, confiriéndoles títulos, homenajes y alabanzas. Él será quien obligue a casarse en nuevas nupcias a la viuda desolada. A la mujer cubierta de úlceras que sale del hospital, la embalsama, la perfuma y hace de ella un nuevo día de abril. ¡Condenado metal, puta de la humanidad, que llevas el desorden a las naciones, vuelve a la tierra en donde te puso la Naturaleza! (Act IV, esc 3).

Quienes leímos antes a Quevedo que a Shakespeare no podemos evitar el run-run del poderoso caballero.

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