domingo, 24 de mayo de 2020

SOBRE IDEOLOGÍAS, EDUCACIÓN Y MASCARILLAS



Me da la impresión de que nuestra sociedad occidental tiene una marcada tendencia a transformar cualquier tema en un furibundo debate ideológico. Cualquier excusa es buena para posicionarnos en la izquierda o en la derecha, dentro del territorio marxista-leninista o del neoliberalismo. No necesitamos muchas palabras para tomar partido rápidamente en un debate en el que se ponen en juego los grandes principios y la mismísima conculcación de la libertad. 

Hablo de mascarillas. Podía ser cualquier otra cosa, pero como estamos donde estamos y la situación es la que es, parece que uno de los debates que más nos apasionan es este. Incluso parece que el hecho de ponérsela o no es ya un distintivo de algo. Es increíble lo que una cuestión aparentemente más relacionada con la salud y la educación puede movilizar tantas pasiones. Pero somos occidentales y estamos cargados de razones milenarias como para no utilizar a Platón, a Stuart Mill, a Marx, a Gramsci, a Nozick o a quien se tercie con tal de alzarnos con la Razón.

Por donde sale el sol todas las mañanas parece que lo ven de otra manera. Cuando llega el invierno y la gripe se adueña de las calles, simplemente se ponen una mascarilla e intentan no contagiar a quienes tienen al lado. Y no es una costumbre de ahora, es algo que vienen haciendo desde hace muchos años, bastantes más de los que tienen esas imágenes que nos mostraban las televisiones de cuando la gripe aviar (2004-5) se extendía por el mundo y nos enseñaban la población oriental cubierta con mascarillas en la calle.

Blasco Ibáñez, ese famoso escritor valenciano que seguramente os suene por novelas como Cañas y barro, La barraca, Entre naranjos o Sangre y arena, se dio una vuelta al mundo montado en un crucero a comienzo de los años 20. De ese viaje nos dejó sus experiencias e impresiones en un título no muy imaginativo pero sí muy exacto, La vuelta al mundo de un novelista (1924). Allí, en el capítulo XVI, La nochebuena en Japón, se puede leer este párrafo:

En los últimos años otra moda higiénica ha venido a aumentar la fealdad del japonés moderno. Desde que pisé esta tierra llamó mi atención la gran cantidad de hombres con un emplasto negro o blanco sobre la nariz sostenido por dos elásticos sujetos a las orejas. Me inquietó ver tanto canceroso con la nariz roida y afortunadamente oculta. Luego, al encontrar muchedumbres enteras con la horrible cataplasma en mitad del rostro, no pude concebir que toda una nación estuviese atacada de cáncer. Pregunté, y supe que, para evitar la gripe, el japonés se coloca en invierno uno de estos bozales con gotas antisépticas, y así va tranquilamente todo el día haciendo sus visitas o realizando sus negocios. Es imposible llevar más lejos la despreocupación de la estética personal y el deseo inconsciente de afearse.

Esto está escrito hace un siglo. Dejando a un lado las opiniones estéticas del novelista y sus comentarios despectivos sobre la belleza japonesa, quiero resaltar el hecho de que hace 100 años ya se utilizaran las mascarillas como medida higiénico-sanitaria. También quiero anotar algo que no sé si ocurría en aquella época, pero que hoy sí ocurre: la población japonesa utiliza las mascarillas tanto para protegerse del contagio como para NO CONTAGIAR a quienes tienen al lado. Consideran una falta de educación padecer un catarro o una gripe y andar estornudando o tosiendo libremente. Se tapan, sobre todo, como un gesto de respeto y consideración hacia los demás. Y lo hacen con absoluta naturalidad.

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