Autoedición
Una poética de la arquitectura, del no lugar, del corazón midiendo los pasos de una aldea en crecimiento y por poblar —tras cruzar cien metros de túnel con balaustradas de tres metros de alto—; un mapa de la supervivencia, un tratado del arte como testimonio, la corroboración antropológica de que la magia y el dibujo son maneras prácticas, gemelas —ya lo dijo Malinowski— de enfrentarse a los problemas cotidianos y buscarles solución, conjurar el dolor y sufrimiento para transustanciarlos en objetos bellos, obras de arte, donde se posa la mirada siempre ausente de la verdad, de la eidética platónica y su mundo original y perfecto.
“Atmósferas formales, un camino en la psicología gráfica y narrativa”, del artista plástico y aprendiz Albert Lekuona (y ésta categoría, ojo, se la doy a pocos, pues sobrepuja al de cualquier título académico, a la de cualquier saber cristalizado; aprendiz es quien toda la vida mantiene una actitud de aprendizaje, de superación, de búsqueda, de niño que no afianza la huella en lugar alguno, utópico caminante) es un gran Libro de Arte (en tamaño y contenido) con colaboraciones varias (Uriel Seguí, Giulio Borbon, Jaime de los Rios, Juan Pablo Lojendio o Pablo Orlando), con el que el autor, tal como dice en una nota introductoria, trata de entender la realidad. En él describe un proyecto que se desarrolla durante casi dos décadas, cuyo catalizador es una asignatura de la Facultad de Arquitectura en Madrid en la que se pide desarrollar “una ciudad para ciegos”. Esto se convertirá finalmente en proyecto personal y obsesión autodevorante (casi aniquiladora) para Lekuona. Un libro-pensamiento donde Albert se/nos cuenta sus porqués, sus cómos, sus padecimientos y sus descubrimientos. Una toma de postura —punto de vista, qué importante en un arquitecto y artista— acerca de lo que debe ser la arquitectura y la creación en este mundo moderno donde domina el pensamiento instrumental, la funcionalidad y la dictadura de lo práctico. Una reivindicación de la necesidad de optar por otra perspectiva, en lo artístico y existencial (que al fin es lo mismo) porque la supervivencia social depende también, en última instancia, de ello.
Albert Lekuona deja fijado en “Atmósferas formales”, a modo de poética y manifiesto, su apuesta personal irreductible, su memoria, acompañándose de fotografías, bocetos de lo entrevisto, maquetas y una entrevista simulacro. Libro raro, fascinante, de los pocos que consiguen llevarme un poco más allá de lo que soy, que me inducen a pensar y a crear, que me conmueven y me recuerdan la definición de belleza que hacía André Bretón: “La belleza convulsiva será explosivo-fija, erótico-velada, mágico-circunstancial o no será”.
Un libro que es, indudablemente, mucho más que un libro.
Juan Manuel Uría
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