miércoles, 3 de abril de 2019

¿LLEGARON O LOS LLEVARON?

Suelo utilizar la primera persona del plural para referirme a la humanidad, ya sea en sus logros, en sus desastres o en sus fracasos. Puedo decir "hemos llegado a la Luna", "qué crueles somos" o "hasta Galileo todos creíamos que la teoría geocéntrica era la correcta". No es que yo haya pisado la superficie lunar, ni haya disparado a quemarropa contra prisioneros de guerra, ni tampoco haya descubierto nada acerca del universo y sus misterios. Es una forma de hablar con la que me siento más a gusto y dentro de la especie a la que pertenezco, de la que reconozco sus miserias, pero también sus grandezas. Desde que recuerdo, nunca me gustó esa forma de expresar que solo recoge lo bueno como mérito propio y achaca los defectos a los demás: "he aprobado", "me han suspendido".

Hace unos días, en una conversación sobre centros escolares, matrículas y migrantes que llegan a veces desde muy lejos, quien sacó el tema dijo que acababa de llegar alguien a un centro escolar ni más ni menos que desde Micronesia, que ni tan siquiera sé dónde está. Como el tono no era muy neutro, yo, por cambiarlo, medié diciendo que sí sabía dónde se hallaba Micronesia, pero que lo sorprendente no era que ahora nos trasladáramos de una punta a otra del mundo, sino que hace 10 o 15 mil años hubiéramos llegado hasta allí. 

El giro de la conversación no se produjo hacia la increíble capacidad humana por colonizar cualquier espacio por inhóspito que sea, el impulso aventurero que nos empuja continuamente a descubrir nuevos lugares, el grado de evolución que hemos alcanzado, el desarrollo de las tecnologías en el ámbito del transporte, o cualquier otro que pudiera hacer hincapié en el avance y expansión de la humanidad. Nada de eso.

Para mi sorpresa y estupefacción otra persona dijo con tono de pregunta, pero con esa malicia que da a entender que conoce perfectamente la respuesta: ¿Llegaron o los llevaron? Y repitió nuevamente:  ¿Llegaron o los llevaron? Por supuesto, no entraba en el juego de la primera persona del plural. No se reconocía en esa porción de la humanidad que vive en otro lado. No formaba parte de una posible humanidad doliente o, por el contrario, capaz de infringir dolor. Y es que los pecados siempre los cometen otros. 

Pero tanto como eso, me preocupa el rancio chauvinismo de pensar que nadie puede ir hasta allí (Micronesia) por decisión propia habiendo lugares tan magníficos para vivir como el lugar en el que yo vivo. Quien allí vive, cómo dudarlo, es porque alguna fuerza represora y policial se ha encargado de llevarlo

¿Es necesario recordar que estamos hablando del Paleolítico, antes de las primeras ciudades, de cualquier forma de estado y de cualquier posibilidad de transportar personas contra su voluntad durante unos pocos kilómetros, no ya unos miles de ellos, más aún teniendo que atravesar el mar? 

Me callé horrorizado, no sé si ante la magnitud de la ignorancia —quien hablaba es profesor universitario— o ante la maldad implícita en ese los llevaron. ¡Y yo que tengo una imagen de la Micronesia más próxima a la idea de paraíso terrenal que a la de un lugar insufrible!

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