Ampliadme |
En el parque que hay a unos metros del lugar en donde vivo, muy cerca de la entrada, se pueden ver estos días un par de pequeñas magnolias que apenas levantan unos palmos del suelo, pero que con el febrero primaveral y soleado que llevamos empezaron hace unos días a ofrecernos lo mejor que tienen: sus flores, unas flores grandes, de un blanco puro y tremendamente efímeras, como si quisieran recordarnos la fugacidad de la belleza, acaso de la vida misma.
Y ahí estaban las dos, orgullosas y coquetas, ante la mirada de viandantes y sus exclamaciones de sorpresa, dejándose fotografiar como modelos conscientes de su atractivo. Yo también saqué el teléfono dispuesto a llevarme el momento y el blanco prístino contra el radiante azul del cielo.
Entonces me acordé del poema de Garcilaso —"En tanto que de rosa y azucena"—, del de Góngora —"Mientras por competir con tu cabello" — y del Luis Alberto de Cuenca —"Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana"—. Pero no lograba recordar ni una sola palabra del de Brines. Nada. Di la vuelta, me dirigí a una biblioteca y ¡ahí estaba!, burlándose de mi mala memoria:
Estás ya con quien quieres. Ríete y goza. Ama.
Y enciéndete en la noche que ahora empieza,
y entre tantos amigos (y conmigo)
abre los grandes ojos a la vida
con la avidez preciosa de tus años.
La noche, larga, ha de acabar al alba,
y vendrán escuadrones de espías con la luz,
se borrarán los astros, y también el recuerdo,
y la alegría acabará en su nada.
Mas, aunque así suceda, enciéndete en la noche,
pues detrás del olvido puede que ella renazca,
y la recobres pura, y aumentada en belleza,
si en ella, por azar, que ya será elección,
sellas la vida en lo mejor que tuvo,
cuando la noche humana se acabe ya del todo,
y venga esa otra luz, rencorosa y extraña,
que antes que tú conozcas, yo ya habré conocido.
De El otoño de las rosas.
Flor de magnolia, espléndida y fugaz.
Collige, virgo, rosas.
Que el momento os sea propicio y perdurable.
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