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- Biotz-begietan. 1932, Verdes-Atxirika.
- Umezurtz olerkiak. 1934, Euskaltzaleak.
- Lizardi. 1975, Valverde.
- Olerkiak. 1983, Erein.
- Xabier Lizardi. 2000, XX.mendeko poesia kaierak.
BIZIA LO
Otsail-erdi
Egur ezearen kea
goiak du kolore:
egunaren atariruntz
zauri bat, gordiña,
odol bearrean urre.
Sakoneko lañoz gora
tontorrak elurrez:
itsasoa iduri,
ametsezko ontziez.
Bide ertzean, ez marrubi
ez belar gizenik.
Otalorea, bakanka,
goiztxo karraxika,
Udaberriari deika.
Or pago bat, lerden aski,
igazko apaingarriak
(gaur orbel gorriak)
oso yaregin nai ezik,
nola baituten oi
neskazar ezin etsiak.
Ostobakandu-sasian
kabi bat, uts, urratua...
Arru bêtik errekak ots,
euriteak bulartua...
Basora naiz. An-or,
goldiozko ogean,
yoan-elurte gaitzaren
ondarrak nabari;
kabidun usoak, ala
emazte zûrraren
zapiak iduri.
Aritzak, eundaka,
aier zazkio goiari,
argi lênenkia
egarri baitute,
arako urrezko zauria
izanik iturri.
Orregatik daude
luze-luze egiñik,
artean oñak illunik,
azken arbazta-begiez
udaberrirako
ornitzen biziez.
O, zein aizen eder loa:
eriotzaren anaitzakoa:
bizitzazko urloa!...
***
LA VIDA DUERME
Mediado febrero
Tiene el cielo color de humo de leña verde, y, hacia el atrio del día, tiene una herida fresca con oro en vez de sangre. Cumbres nevadas sobre la niebla del profundo: como si fuera un mar, y en él naves de ensueño.
No hay fresas en la orilla del camino, ni hay hierba jugosa. Hay una que otra flor de argoma estridente que, por anticipado, llama a la primavera. Hay un haya gallarda, que no suelta del todo las sus galas de antaño, hojas resecas hoy: como las solteronas duras de resignar. En el zarzal sin hojas roto, vacío, un nido. En la barranca honda un torrente resuena, que hinchó el largo llover
Llego al bosque. Esparcidas sobre el musgoso lecho, restos de la reciente gran nevada semejan palomas anidadas, o ropas a secar de hacendosa mujer. Cientos de robles tienden al cielo sus deseos sedientos, anhelando las primicias de luz cuya fuente es aquella herida hecha de oro. Por eso se los ve tan tendidos y largos, que, a favor de las yemas de sus ramillas últimas, y aún en sombra los pies, para la primavera van absorbiendo vida.
¡Qué hermoso eres, oh sueño! ¡Qué hermoso, pretendido hermano de la muerte: tú, remanso de vida…!
Tiene el cielo color de humo de leña verde, y, hacia el atrio del día, tiene una herida fresca con oro en vez de sangre. Cumbres nevadas sobre la niebla del profundo: como si fuera un mar, y en él naves de ensueño.
No hay fresas en la orilla del camino, ni hay hierba jugosa. Hay una que otra flor de argoma estridente que, por anticipado, llama a la primavera. Hay un haya gallarda, que no suelta del todo las sus galas de antaño, hojas resecas hoy: como las solteronas duras de resignar. En el zarzal sin hojas roto, vacío, un nido. En la barranca honda un torrente resuena, que hinchó el largo llover
Llego al bosque. Esparcidas sobre el musgoso lecho, restos de la reciente gran nevada semejan palomas anidadas, o ropas a secar de hacendosa mujer. Cientos de robles tienden al cielo sus deseos sedientos, anhelando las primicias de luz cuya fuente es aquella herida hecha de oro. Por eso se los ve tan tendidos y largos, que, a favor de las yemas de sus ramillas últimas, y aún en sombra los pies, para la primavera van absorbiendo vida.
¡Qué hermoso eres, oh sueño! ¡Qué hermoso, pretendido hermano de la muerte: tú, remanso de vida…!
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