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La exposición traspasa el concepto habitual y se convierte en un espectáculo. La disposición, el tamaño —en arte el tamaño sí importa—, los paneles luminosos y la música de Vivaldi y de Satie crean un clima en el que nos sumergimos y nos sentimos fascinados.
Una experiencia similar, pero en un tamaño —en mi opinión— más humano y asequible es la que preparó El Prado para la célebre exposición sobre El Bosco. Y es que 3.000 imágenes son muchas imágenes y paneles con texto también hay unos cuantos.
Tal vez la estrella de la exposición sea el vídeo 360º que combina realidad virtual e imágenes generadas por ordenador para mostrarnos los cinco girasoles que hay repartidos por el mundo y presentarlos en un mismo espacio. Pero sorpresas hay muchas, como, por ejemplo, el movimiento de las constelaciones que recogió en La noche estrellada, el vuelo de los pájaros de Trigal con cuervos o la habitación del artista montada por el alumnado de la Escuela de Arte de Sevilla, dispuesta de tal manera que quien quiera fotografiar en ella dé la impresión de ser bidimensional. El espectáculos está garantizado.
Sin ánimo de destripar la exposición —el arte es indestripable— aquí tenéis un vídeo de la exposición a su paso por Atenas, que no es idéntica a la de Sevilla, pero casi.
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