El arte de la rivalidad. Amistad, traición y ruptura en el arte moderno es uno de esos libros de arte plagados de anécdotas en los que tiene más importancia el documento biográfico que el comentario y análisis de la obra. Pero la obra está, y mucho. Vamos por partes.
Como el propio autor dice en la introducción, este libro trata del papel que desempeñaron la amistad y la rivalidad en la formación de estos ocho artistas (Freud-Bacon, Matisse-Picasso, Manet-Degas, Pollock-De Kooning) que se encuentran, todos ellos, entre los más importantes de la modernidad. A lo largo de cuatro capítulos, se contarán las amistades de cuatro célebres artistas emplazadas en un paréntesis temporal definido —generalmente tres o cuatro años de tensión— y que se relacionan con un hecho concreto: un retrato, un intercambio de obras, una visita al estudio o una inauguración (p 17).
Hablamos, pues, de rivalidad artística, del irrefrenable empuje que lleva a querer realizar algo mejor y más original, de la tensión de la influencia, del estudio y comprensión de la obra que tenemos delante, de la capacidad para seguir creciendo desde el punto de vista creativo. Los cuatro casos que Smee nos presenta parten de un trabajo y tienen en común la amistad, excepto el de la pareja Matisse-Picasso donde yo no me atrevería a calificar nunca de amistad la relación entre ambos.
Sin duda, la exposición a la novedad, el contraste con el trabajo de los demás, el estudio y asimilación de lo que los otros hacen es uno de los aspectos más estimulantes y positivos de la creación artística. Ahora bien, entre egos muy crecidos, la tensión por liderar la manada puede tener consecuencias nada artísticas. Y si añadimos un poco de alcohol y otras sustancias, una pizca de bohemia, costumbres relajadas y nocturnidad, el cóctel puede ofrecer a veces resultados desagradables.
El libro se lee de un tirón. Las tumultuosas relaciones, el anecdotario amplio y la documentación precisa hacen su lectura fácil y atractiva. A Smee, claro, le interesa más el proceso creativo que el objeto artístico en sí; eso explica la necesidad de la anécdota, necesaria para situarnos en la perspectiva tanto mental como afectiva del artista que está exponiendo. Conveniente resulta, eso sí, tener a mano algún dispositivo para ir viendo las obras de las que se habla en el texto. Las estrictamente necesarias están recogidas, pero no son suficientes para disfrutar del texto en toda su extensión.
Y una advertencia: la brillantez artística nada tiene que ver con la integridad moral o personal. La lectura de este texto puede dañar seriamente la imagen previa y candorosa que tuviéramos de alguno de los retratados.
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