martes, 18 de julio de 2017

ALEXANDRE VIGUIER LE TERRRRRRRRRRRRRRRRRRRIBLE

Penne, Francia
Penne es un pueblecito encantador del departamento de Tarn. Por suerte o por desgracia está situado en una comarca llena de encantos y de pueblos singulares y maravillosos, lo que hace que el personal se dirija hacia los más famosos y no pasen por este. Más tranquilidad, menos ingresos. Lo de siempre.


Aspectos socioeconómicos aparte, la localidad bien merece un paseo y en ello andaba el domingo pasado, disfrutando entre sus piedras centenarias y sus rincones medievales, cuando me tropecé con un nicho en el que habían colocado un muñeco barbudo y debajo un cartel donde se lee: Alexandre Viguier dit le Terrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrible de Penne, y la fecha de nacimiento y defunción.


Lo primero que pensé es que se podía tratar de un personaje del pueblo al que todos sus vecinos tuvieron que aguantar su mal humor o, tal vez peor, su insufrible genio y sus innumerables fechorías. Como pequeña venganza colectiva, es castigado para siempre a la exposición pública en la calle principal.

Nada más alejado de mi suposición calenturienta. Alexandre Viguier (1835-1911) fue, sin duda, un personaje peculiar, pero nada terrible en el sentido de que causa terror o es difícil de soportar. Autodidacta, estudió Derecho por su cuenta y asistió a tribunales y notarios durante una primera época de su vida. Más tarde, decide participar en la actividad política y se presenta a las elecciones de 1893 en las que se presenta a sí mismo como el refrescante candidato de la humanidad sufriente. Defensor del desarme y de la paz entre los pueblos, propone un sistema en el que sea posible devolver a los gobernantes que lo hagan mal con el sueldo del funcionario más bajo de la administración. 

Durante la visita a Francia del zar Nicolás II —este sí que era terrible—, se presentó en París con la intención de pedirle que aboliera la esclavitud de Rusia. Según parece, entre el aspecto que tenía y el mensaje que ofrecía, fue retenido y estudiado como un caso de locura, aunque al poco tiempo le dejaron en libertad. Solía llevar un candil para iluminar a la justicia, a la nación y al mundo. Es decir, un ilustrado libertario, al que el mundo no hizo caso, pero al que cien años después de su nacimiento, sus convecinos deciden rescatar del olvido.

Lo de las diecinueve erres del apodo son suyas, no de los vecinos. Se debe al siglo en el que vivió la mayor parte de su vida y su época más activa. Tenía la esperanza y el deseo de que el siglo XIX fuese el comienzo de una nueva era más justa y mejor.
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Si queréis disfrutar de buenas fotografías del lugar, daos una vuelta por aquí. Las mías corresponden a una hora imposible para la fotografía y están realizadas con el teléfono, lo que siempre es garantía de mediocridad.

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