sábado, 5 de noviembre de 2016

LAS ALAS DE UNA ALONDRA MADRUGANDO

He dicho en alguna ocasión que soy un lector caótico. Salvo unas líneas muy generales de trabajo que me propongo al comenzar el curso, voy saltando de un libro a otro sin más orden que el de la curiosidad del momento. Las alas de una alondra madrugando —¡qué hermoso título!— ha llegado hasta mí gracias a una cuenta de twitter, la del autor. Se puede decir que soy un usuario de esa red social bastante pasivo. Ahí dejo enlazado lo que escribo en este blog y no le dedico más tiempo. Pero un buen día alguien indicó que le gustaba alguna cosa que ahí había puesto. Persona generosa, sin duda, pues lo ha hecho más de una vez. 

La semana pasada fui a cargar la bolsa a la biblioteca —Celan me exige mucha atención y tiempo— y entre los libros que me llevé para casa estaba el del autor de los me gusta tuiteros, a quien conozco solamente por lo que publica en su cuenta. Pero leer 150 caracteres no es lo mismo que leer un libro. Como tampoco es lo mismo saludar a una persona todos los días cuando coincidimos en el ir y venir diario, que entablar una larga e interesante conversación con ella. 

El poemario ha sido una de las gratas sorpresas del año. Desde el estupendo poema-dedicatoria que abre el libro, y que aquí os dejo, hasta el último de ellos, todos desbordan buen hacer, buen ritmo, imaginación poética, dominio de la escritura y una poderosa invitación a levantar la cabeza y seguir adelante. Una opción perfecta de lectura para las tardes de otoño.


Para mi madre,
que me mostró la puerta y me tendió una llave;
que me enseñó que los únicos caminos
son los que nos acercan a nosotros mismos,
lo demás es arena.

Me dijo:
               escribe con distancia
                                                pero
sin olvidar el cuarzo negro de la mina diaria,
lo marchito y oscuro que ya está en las semillas.

Añadió:
             Vivir es defenderse de la vida,
                                                      y volvió a asegurarlo:
el que mira las olas ya ha vencido el naufragio;
sólo quien se conoce
                     puede oír el silencio que precede a los golpes,
puede sentir el mar que hay en las caracolas.

Me enseñó
                que en cada nombre se esconde lo nombrado;
que en la palabra noche
                             fluyen ríos oscuros de carbón y cenizas,
que cuando digo madera
                               la voz se me puebla de raíces y carne,
que cuando digo te quiero
                           en mi boca despierta la cereza y la lluvia.

Y estas palabras suyas las llevaré grabadas para siempre
             Nada tiene sentido
                                            por eso
              todo vale la pena
                                            porque todo

                       puede ser de la altura que le des a tus pasos.


Para seguirle el rastro:

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