sábado, 8 de febrero de 2025

REGALOS DEL DÍA (Diario de un epicúreo agradecido), 21





Ya no recuerdo dónde leí algo así como que Cézanne era capaz de distinguir cien matices distintos del amarillo en los limones. Me impresionó lo de la centena. Supongo que esa capacidad es similar a lo del oído absoluto que tienen algunas personas que se dedican profesionalmente a la música. Yo me conformo con saber que el azul y el amarillo son colores complementarios, y como en casa hay algunos limones y algunos objetos de vidrio azules, mientras decidía por dónde comenzar la tarea diaria, he cogido unos y otros me he puesto a realizar pruebas para ver si conseguía una foto bonita con la que sorprender y regalar a la propietaria de los recipientes, pues ese azul es el azul que más le gusta.

Y en esas estaba: que si un limón por aquí, que si un vaso por allá, que si la botella mejor..., mientras el día avanzaba y la luz iba cambiando el aspecto de los objetos. Hasta que vi cómo se colaba el sol en una de las habitaciones del piso y para allá que llevé limones y recipientes. 


Yo quería sorprender y regalar, pero a medida que la luz del sol iba transformando paredes y objetos, el sorprendido y regalado he sido yo. Era como estar contemplando el nacimiento del día a través de unos limones, una bandejita, un vaso y una botella. Pura fantasía de la luz. Felicidad del color.


Como escribe Sartwell en su Los seis nombres de la belleza, la monotonía del mundo surge de nuestra propia monotonía, del embotamiento de los deseos y del empacho de sensaciones. Si no hemos perdido la ilusión, si somo capaces de percibir en cada objeto, en cada gesto, en cada línea, lo novedoso y fascinante que el día nos depara, este se convierte en una fiesta. Una fiesta al alcance de cualquiera, porque está siempre a nuestro lado. No es necesario tirarse en paracaídas ni utilizar drogas ni blandas ni duras para disfrutar intensamente de los placeres que el día nos ofrece, si somos capaces de captarlos.


O como decía Rosalía, que lo decía mejor y más bonito:

Hermosas son las estaciones todas
para el mortal que en sí guarda la dicha;
mas para el alma desolada y huérfana,
no hay estación risueña ni propicia.

No es la estación la que nos proporciona la felicidad, sino nuestra capacidad para descubrirla.


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