Toda la belleza del mundo comienza con estas líneas: En la calma de la memoria, y sobre todo cuando cierro fuertemente los ojos, en el momento que quiero, veo los rostros de muchas bellas personas que he conocido en la vida y de algunas de las cuales fui amigo; entonces me vienen los recuerdos, uno tras otro, cada vez más hermosos. Y me parece que fue ayer cuando hablé con toda aquella gente. Aún siento el calor de las manos que estreché.
Aún oigo la risa feliz de Šalda, la voz irónica de Toman y la silenciosa manera de contar de Hora; y en esos momentos tengo la sensación de que sería una lástima que no anotase por lo menos algunos de aquellos instantes, aunque sólo se trate de una frase fugaz o de un cuento corto, no más largo de lo que suele ser una anécdota. Eran personas bellas e interesantes, y posiblemente yo soy uno de los últimos que tuvo encuentros amistosos con ellas...
A partir de ahí surgen un sinfín de situaciones, de momentos, de personajes, de rincones de la ciudad, de recuerdos, que van ofreciéndonos una imagen cada vez más clara del hombre que quiso contener en las páginas de un libro toda la belleza del mundo, que no es otra cosa que la belleza vivida y compartida a lo largo de los años y el descubrimiento de que lo vivido adquiere más realidad cuando lo ponemos por escrito, porque eso permite poder volver a estrechar las manos de la gente a la que quiso, volver a oír sus risas y sus voces, aunque ya se hayan apagado hace un tiempo.
Y no es que Seifert solamente cuente los momentos felices. En absoluto. La belleza está en saber contar de tal modo que nosotros podamos percibir momentos, relaciones y lugares con la viveza y la veracidad de quien los vivió. De construir un hilo de palabras que nos transmitan con exactitud emocional —ni tan siquiera importa la exacta veracidad de lo que nos cuenta—. La belleza está en que su narración nos envuelva y nos acoja dentro de ella. Y Seifert sabe hacerlo.
Las memorias de grandes escritores tienen además el atractivo de que por ellas desfilan una multitud de personajes de la cultura, lo que hace que se exciten las ganas de conocer y leer a esos otros, si es que no los conocemos. Son como matrioskas que nos van revelando nuevas posibilidades de lectura, nuevos paisajes literarios desde el amplio conocimiento de la cultura y la escritura de la época que tienen quienes han sido figuras destacadas de ese ámbito.
Otro tanto ocurre con el espacio habitado. Según vamos avanzando en la lectura, Praga se nos manifiesta como un personaje más, y hayamos estado en ella o no, van creciendo las ganas de volver o de visitarla por primera vez. Sabido es que las mejores guías para recorrer un lugar suelen ser los buenos libros de reportajes o, como en este caso, las memorias de algún ciudadano ilustre cuya vida se ha desarrollado prácticamente toda ella en la ciudad de la que se nos está hablando.
Una deliciosa anécdota final. Nos situamos hacia el final de su vida, en uno de los ingresos hospitalarios que tuvo que sufrir: Una vez, en uno de los policlínicos me prescribieron la ionoforesis. Estuve esperando con otros enfermos a que me llamaran. Cuando llegó mi turno y oí mi nombre, la enfermera me puso la compresa de calcio. Luego me miró con fijeza y me preguntó de sopetón:
—¿Le gustan las poesías?
—Sí —respondí sorprendido— ¿Por qué me lo pregunta?
—Pues como se llama usted igual que Jaroslav Seifert...
***
Si quieres la paz, no hables con tus amigos; habla con tus enemigos.



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