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Una manola: Leocadia Zorrilla. Fuente: Wikipedia |
Es cierto que la figura de la mujer está identificada, es Leocadia Zorrilla y Galarza. Ahora bien, no queda claro dónde se encuentra. Generalmente, se dice que es un cementerio, porque durante mucho tiempo fue costumbre rodear las lápidas con una verja similar a la que aparece detrás del ¿muro? sobre el que se apoya la mujer.
Más dudas me plantea a mí saber que esta es una de las pinturas negras con las que Goya cubrió las paredes de su casa, la Quinta del Sordo. Y no parece que esta esté en consonancia con el resto, salvo la utilización tan reducida y apagada de colores. ¿Qué hacía compartiendo espacio con los miedos y obsesiones del pintor? ¿Cómo se explica que formara parte de ese círculo del terror en el que estaba El aquelarre o Saturno devorando a sus hijos?
Otra cuestión que tiene mal encaje es por qué aparece ahí la única persona real, con la que compartió su exilio voluntario en Burdeos, era su ama de llaves en la Quinta y, hasta donde se sabe, se apreciaban mutuamente —no hay ninguna evidencia de que fueran amantes en el sentido tradicional de la palabra—, y Goya sentía gran estima por la hija de Leocadia, Rosario, una niña de diez años que tenía talento para el dibujo.
Para sembrar más dudas, cuando se examinó la obra con rayos X, se vio que el lugar ocupado por la posible tumba estaba ocupado por una chimenea (¿?) y que la protagonista de la escena aparecía con el rostro descubierto, es decir, sin velo. Pero esto poca importancia tiene, pues, a fin de cuentas, son rectificaciones, dudas, pruebas, que no forman parte de la intención final del artista.
Goya murió en Burdeos en 1824. Leocadia y Rosario regresaron a Madrid en 1833, después de promulgarse la amnistía, una vez muerto Fernando VII. Rosario se dedicó a realizar copias en el Museo del Prado, que luego vendía y con las que se ganaba el pan. En 1840 ingresó en la Academia de San Fernando y fue maestra de dibujo de las infantas Isabel (más tarde, Isabel ll) y Luisa Fernanda. Por qué estaba su madre entre las pinturas que cubrían todas las paredes de la Quinta del Sordo es un auténtico misterio para mí.
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