Llego a casa bajo los efectos de la fascinación que esta hierbecilla hallada en el camino me ha producido. Ignorante empedernido de todo cuanto tiene que ver con esa ciencia, para mí ignota, llamada botánica, me pongo a la tarea de averiguar a qué ser extraordinario corresponde la imagen que tengo en el archivo y, después de averiguarlo, leo el primer párrafo sobre esta espigada hierbezuela en Wikipedia: Setaria pumila es una especie de hierba conocida por muchos nombres comunes, incluidos cola de zorra amarilla, hierba de cerdas amarillas, hierba de paloma y hierba de totora. Es originaria de Europa, pero es conocida en todo el mundo como una mala hierba común. Crece en prados, aceras, bordes de carreteras, campos cultivados y muchos otros lugares.
Ciertamente, no parece muy amable ese primer párrafo. No da la impresión de que estén hablando de una gran belleza. Tampoco anima mucho la meticulosa y científica descripción que se hace en otra página sobre la parte de esta tierna hierbecilla que yo tengo recogida con la cámara del teléfono: inflorescencia en panícula, espiciforme, contraída y densa, con raquis híspido. Espiguillas 2,5-3 mm, con pedúnculos cortos, rodeadas por 10-16 setas de 8-12 mm, con acúleos antrorsos.
No sé si la están insultando por su congénita maldad o por ser una hierbezuela que nace donde le da la real gana y sin los permisos pertinentes. Abrumado por mi ignorancia, me acojo al derecho de reivindicar su belleza y quedarme embobado ante el fascinante juego de luces que el rocío mañanero ha colocado entre los cientos de pelillos de este hermoso florecimiento en espiga.
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