jueves, 11 de marzo de 2021

UN PRÓLOGO, LA PRINCESA NUKADA Y EL HANAMI

Librerías que lo tienen.
Librerías que lo tienen.


Los que vivimos en el mundo nos hallamos afectados por muchas experiencias expresando con la exuberancia de la vegetación de las palabras lo que vemos y oímos. Por ejemplo, cuando oímos el trino del ruiseñor en la floresta o el croar de la rana en el agua, comprendemos que no hay ningún ser vivo sin canción. La poesía mueve sin esfuerzo el cielo y la tierra, agita los sentimientos de los espíritus y de los dioses invisibles, suaviza las relaciones entre hombres y mujeres, y aplaca el fiero corazón de los guerreros 

 (Prólogo del Kokinshuu. Tsurayaki. Traducción de Carlos Rubio).

Tsurayaki fue poeta, editor del Kokinshuu —la recopilación de poesía más influyente de su época y la que se considera que muestra mejor el canon— y, por encima de todo, el crítico más destacado del período Heian. Este prefacio, redactado en torno al 922, es la primera obra en prosa que contiene un texto de crítica literaria y donde se reflexiona por primera vez de manera clara y sorprendentemente aguda sobre la esencia de la palabra poética. Breve e intenso, está recogido de manera completa en muchas antologías. El tercer párrafo de ese estudio introductorio sobre la poesía japonesa de aquel momento comienza así: De esta manera, al maravillarse ante las flores, al admirar los pájaros, al sentirse conmovido por la neblina o al sentir tristeza por el rocío, han ido surgiendo sentimientos en forma de numerosas y diversas palabras

Este prólogo nos deja la evidencia del protagonismo que adquiere la naturaleza en la poesía de Japón. Pero sin recurrir a la elegante prosa de Tsurayaki, tenemos un ejemplo más antiguo todavía y de mayor calado. La princesa Nukata o Nukada, de la que no sabemos con certeza nada más que vivió en el siglo VII —el de la aparición del Islam, el de la dinastía Tang en China, o el de Heraclio, emperador de Bizancio— y que inaugura una larguísima y exitosa querencia de sus compatriotas por la belleza otoñal. Su verso Akiyama so ware wa los montes de otoño yo prefiero, en traducción de Carlos Rubio—, con el correr de los años, se va a convertir en la expresión de una tendencia que compite en condiciones ventajosas con esa otra costumbre nipona, el famoso hanami

Noche de primavera,

su oscuridad es inútil:

si bien oculta el color

de las flores de ciruelo

¿acaso esconde su perfume?

      Ōshikōchi no Mitsune (traducción: Torquil Duthie).


Quisiera volver

con las mangas llenas

de hojas carmesí,

que las vieran los que dicen

que el otoño ha terminado.

         Sosei (traducción: Torquil Duthie).

***

La sociedad japonesa ha enseñado en buena medida a contemplar la naturaleza al culto e hiperintelectualizado occidental. Esa devoción por ella quizás provenga del remoto sintoísmo. Puede que sea así, no lo sé, pero quien la plasmo con todo lujo de imágenes y la expresó en toda su belleza fue la poesía. Y es tanto así, que en la actualidad, en Japón, se convocan concursos poéticos populares cada vez que llega la floración primaveral o la explosión del otoño, y todos los días aparecen publicados en los periódicos poemas que escriben sus lectores.

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