He recibido esta reflexión sobre la situación que actualmente estamos viviendo de Juan Gutiérrez. Tal vez su extensión no la haga muy apropiada para un blog, pero el autor y la propia situación merecen el esfuerzo. Aquí la tenéis:
El coronavirus como
salvador
(Ensayo improvisado de
filosofía andante por cuatro vericuetos)
Hace 217 años un poeta
filósofo alemán, FriedrichHölderlin, publicó un poema “Patmos” en el que había una frase que ha pasado a
la posteridad “Wo aber
Gefahr ist, wächst das Rettende auch” que en español significa: “Donde hay peligro crece también lo
salvador”. Desde hace tiempo me ha
fascinado esa sentencia y me pregunto si tiene algo de profético —esperanzador
en referencia a peligros del futuro—, pero año tras año voy dejando esa pregunta
quieta, dormida, sin tratar de responderla.
Primer vericueto
Sin embargo, desde hace un par
de semanas, ya en tiempo de la pandemia en que el coronavirus nos ha metido a
cada uno en su agujero (que demasiados ni lo tienen) y aislado físicamente a
unos de otros, —agujero privilegiado el mío, grande, bien equipado, con
terraza, cerca de la mar abierta— , y
pareciendo en los primeros días que el tiempo que antes nos faltaba para
cumplir con nuestros compromisos nos iba a sobrar al cancelarse o alargarse los
plazos de su ejecución, he puesto esa
pregunta en marcha hacia una
respuesta confiando en que para recorrer
esa distancia iba a contar ahora con un tiempo liberado, desocupado,
calmado.
Pero nada más iniciar este
recorrido voy notando que la pregunta no camina en línea recta por ese espacio vacío, sino dando tumbos por un
espacio superpoblado por otras inquietudes antes quietas, pero puestas de súbito
en movimiento por el mismo confinamiento y por un raudal de noticias y de
pensamientos que me vierte incesantemente por sus muchos canales —móvil, tele, radio, portátil, etc— el mundo exterior. Así la pregunta se mueve
zarandeada en el remolino de una maraña de ansias activadas, noticias y
pensamientos sin acercarse a la respuesta.
Es como la carrera de la Reina
Roja y Alicia,
La Reina Roja continuaba gritándole: “¡Deprisa, más deprisa!”, y
Alicia sentía que no podía más, aunque le faltase aliento para decírselo.
Lo más curioso era que los árboles y las demás cosas que las rodeaban permanecían
totalmente inamovibles: por más que corrieran, no conseguían adelantar nada.
“¿No será que todo se mueve con nosotras?”, se preguntó muy intrigada la pobre
Alicia.
[…]
Alicia miró con gran sorpresa a su alrededor
—¡Pero si yo diría que hemos estado bajo este árbol todo el rato! ¡Todo
está igual que estaba!
—Claro que sí -dijo la Reina-. Pues ¿qué te creías?
—Bueno, en mi país —dijo Alicia, todavía un poco jadeante—, si una corre
un rato, tan deprisa como lo hemos hecho nosotras, generalmente acaba llegando
a un lugar distinto.
—¡Un país bien lento! —dijo la Reina—. Aquí, como ves, se ha de correr a
toda marcha simplemente para seguir en el mismo sitio. Y si quieres llegar a
otra parte, por lo menos has de correr el doble de rápido.
Repito tratando de ser más
preciso: en el instante en que pongo en marcha mi pregunta noto que se están
también poniendo en marcha y me empujan o atraen demasiadas otras cosas:
•
un chorro de
noticias y pensamientos sobre la pandemia que, repitiéndose sin cesar, generan
confusión al desmentirse entre sí
(parece que no se aclaran sus mismos emisores, gobernantes, expertos o
influencers). Más incluso que las fake news tontorronas que también circulan;
•
el maremágnum de
pronósticos acerca de la transformación que la pandemia va a generar en el
mundo y en nosotros;
•
un agitarse y
revivir de vínculos de amistad entrañables, que habían quedado quietos y
dormidos pero que despierta el clima del mismo confinamiento y a los que se
suman vínculos que ya eran activos y que, aunque sin contacto físico, se siguen
manteniendo con nuevo brillo.
Así mi pregunta
corretea de un lado para otro al encuentro de esa avalancha buscando piezas del
rompecabezas que forma la respuesta. Y me encuentro zarandeado, mareado, con vértigo
y sin haberme movido hacia adelante. Siento que el rompecabezas me está rompiendo la cabeza.
Segundo vericueto
Me paro, me echo a dormir, me
doy un paseo —más o menos legal— y, ya más aquietado, me propongo
•
adueñarme de mi
tiempo regulando las vías de entrada del chorro de inquietudes, noticias,
planteamientos y pronósticos por medio de un grifo y de un filtro que corten el
paso a lo que detectan como inútil;
• en vez de forzar a la pregunta a que se mueva en línea
recta, dejar que avance dando tumbos o
en zigzag y tratar de entender por qué se mueve así;
• reflexionar sobre el tipo de respuesta que espero.
Esa reflexión me hace evidente
que:
• La respuesta que busco la va a traer el mero paso del
tiempo, que llegada la hora no
pronosticará si la realidad aún futura deja entrever una silueta que confirme o desmienta la sentencia de
Hölderlin, sino que constatará si esa sentencia se ha cumplido o no en una
realidad para entonces ya presente.
• No soy el único que pone en marcha esa pregunta, somos
una multitud los que estamos tratando de entender cómo va a ser el futuro como
consecuencia de la pandemia.
Entonces decido:
• No competir con esa multitud de adivinadores del
futuro ni pretender ponerme a su cabeza, sino colaborar con ellos en una
búsqueda conjunta de la respuesta.
• Que mi contribución a esa búsqueda conjunta consista
en cocinar una pieza propia, artesanal, que incorporar al rompecabezas que
forma la respuesta.
• Que sus ingredientes sean o de mi propia despensa, o
compartidos con amigos, o adquiridos de cualquier otro. Todo un sancocho.
Aquí otra vez me paro —normal, que esto es un ensayo de filosofía andante por vericuetos— y me
pregunto: ¿A dónde iba y dónde estoy?
Me he echado a andar buscando alcanzar una
respuesta a mi pregunta inicial y entretanto me encuentro con el yo disuelto en
un nosotros y con que la meta no es la
respuesta como rompecabezas ya completo, sino el haber cocinado una de sus
piezas.
Y sí que avanzo pero no en
línea recta.
Ahora se trata de volver a
meter ese “yo” en el “nosotros” en que se ha disuelto.
Tercer vericueto
El principal ingrediente
propio mío, aunque tengo entretanto la suerte de compartirlo en un grupo cada vez mayor, es la
puesta en juego de las Hebras de Paz Viva (HPV), que hoy la inmensa mayoría no
tiene en cuenta, dejándolo de lado porque las memorias colectivas, siendo
selectivas, nos lo esconden. Así, al caer en esa trampa de la memoria, se
escamotea un ingrediente fundamental de lo salvador.
Ese ingrediente, —nuestra
pulsión como seres humanos por verter nuestras vidas en otras vidas, para
crearlas, protegerlas, alimentarlas, enriquecerlas etc—, no lo concibo
como algo presente o ausente según los
tiempos —como una luna llena o nueva—
sino como un sol constante a lo largo de la historia humana e incluso,
por lo que parece, anterior al también darse entre seres vivos que han
precedido a nuestra especie.
Cualquier diagnóstico o
pronóstico que ignore las HPV va a declarar a la especie humana como por sí
misma incapaz, carente de recursos propios, para sobrevivir a una crisis. La
esperanza en “lo salvador” se reduce pues a esperanza en algo no humano. Y
cuanto más se sitúe este agente salvador fuera de lo humano, más se encogen el
ser humano y su dignidad.
Las HPV con presencia a lo
largo de toda la historia son un
ingrediente necesario de “lo salvador”, pero insuficiente. Para que “lo
salvador” salve tienen que combinarse esas HPV con otro ingrediente variable
históricamente para que así entren en juego “el peligro” haciéndose presente y
“lo salvador” creciendo.
No sé cómo definir a este
ingrediente variable, pero creo que podemos buscarlo entre lo que Hegel llamaba
“espíritu del tiempo”, Rousseau “voluntad general” y “contrato social”, y
ponerle provisionalmente un nombre más actual como “consenso”, tomando así como
modelo el consenso de la transición democrática española. Sin embargo, voy a
alargar algo ese nombre llamándolo “consenso en su conjunto” porque no son uno,
sino varios los temas que el consenso consensúa.
Este consenso en su conjunto
se plasma en dos planos imbricados uno con otro: el plano institucional en
forma de leyes y el plano en que vivimos, nos entendemos y encontramos los
seres humanos, —que quizá sea el plano en que se genera la cultura—.
(De paso: ¿tiene algo que ver
la distinción entre esos dos planos con la que hizo Max Weber entre “poder” y
“legitimación”?)
No concibo ese “consenso en su conjunto” como algo permanente, aquietado y distendido,
aunque así se presente en el plano institucional —como en la constitución
española de 1978, desde entonces en lo esencial blindada—.
Sin embargo, en el plano en que
viven los ciudadanos ese “consenso en su conjunto” se revela como algo en
evolución lleno de movimiento y tensión internos, que en ese plano
institucional pueden consolidarlo o resquebrajarlo hasta romperlo pese a su fuerte
anclaje jurídico.
En ese plano en que vivimos y
nos relacionamos los seres humanos entran en juego junto con otros factores las
dos pulsiones contrapuestas —para ejercer violencia o emitir HPV— contribuyendo
a su evolución, fortaleciendo o resquebrajando
el consenso en su plano institucional.
El mejor ejemplo de esa
evolución de un consenso es el avance del feminismo —ligado al reconocimiento
de los cuidados, que en gran medida son HPV—
como una ola de fondo que se va transformando, creciendo y acelerándose desde principios del siglo XX hasta hoy en que ya es rampante. Otro ejemplo es
la decadencia del monopolio de poder de la iglesia católica, respaldada por el
franquismo, de ordenar los comportamientos de la gente.
Tres otros ingredientes propios
que puedo aportar son mi gusto por la ecología, la filosofía y mi empeño por
la paz.
En relación con la ecología
tengo que agradecer al amigo Rudolf Bahro, filósofo ecologista alemán muerto en
1997, muy olvidado en España, pero famoso e influyente en los años
80, que en 1987 publicó su libro Lógica de la salvación, donde plantea la
lógica de la salvación del peligro de la autoaniquilación inevitable de la
especie humana (pág. 35): “Es cierto que las
contradicciones sociales han sido y son aceleradores y amplificadores, pero de
algo generado por una disposición de nuestra misma condición humana, que la
hace única y gloriosa: De todas todas la clave de la situación es que el ser
humano normal, en su versión excesiva de hombre occidental normal, destruye la
vida en vez de ponerse a su servicio. Y, por mucho que podamos poner en duda
que lo salvador crezca desde el peligro, quien no ve ese peligro y su causa,
quien considera que la crisis ecológica no es más que el molesto efecto colateral
de un desarrollo glorioso, no puede despertar para ponerse a buscar la
respuesta sea la que sea”.
Cuarto vericueto
De acuerdo con Bahro —y creo
que también con Greta Thunberg, con el movimiento de Viernes por el Clima, con
Ghandi (que afirmó que los recursos del mundo bastan para satisfacer las
necesidades humanas pero no la codicia humana) y con las profecías de muchos
pueblos aborígenes— interpreto la frase en que Hölderlin relaciona “el peligro”
con “lo salvador” por así decir a contrapié, porque planteo que el peligro es la aniquilación de
la humanidad por el abuso que hace esa misma humanidad de la naturaleza y, sólo
partiendo de ahí, me pregunto si la pandemia del Covid-19 puede ser, además de
parte evidente de ese peligro, puesto
que amenaza con diezmar a toda la
humanidad y desvencijar su tinglado económico, lo salvador que crece.
Afirmo así que el peligro a
tope es nuestra relación hostil como seres humanos, con la naturaleza que
ensuciamos y destruimos acelerando así nuestra propia extinción. Hoy nuestra
especie está ya en la cuenta atrás, con el punto final de su desaparición a la
vista, ya a pocos pasos del punto sin retorno.
La verdad es que este
pronóstico fruto de un cálculo intelectual nos deja bastante fríos, consigue
sólo movernos a regañadientes arrastrando los pies y tachándolo de
apocalíptico. Le falta la dimensión emocional que aportan la sensación de
inmediatez y la evidencia de que no hay escape individual a esa extinción de la
especie.
Es un peligro muy peligroso —valga
la redundancia— porque no aparece como inminente ni del todo inexorable:
➔
el fin de la
especie humana se hará evidente dentro de 30 o 40 años, ya muy pasado el punto
sin retorno, cuando sea demasiado tarde
para poner remedio;
➔ afecta a los pobres —que cuentan poco— mucho antes, como media generación, que a los potentados —que cuentan mucho—;
➔ parece más lejano que las muertes individuales de
nuestra generación;
➔ genera la esperanza falsa de esperar una repetición
del mito del Arca de Noé, según el cual el dios bíblico aniquila la especie
humana inundándola con el diluvio, pero salva a una familia.
Esa perspectiva a corto plazo
y complaciente —que resuena en el “¡Cuán largo me lo fiáis!” de Don JuanTenorio o en el “Después de nosotros el Diluvio” de la Pompadour—
➔
permite que se
pongan de nuevo en juego soluciones falsas a la crisis, de acuerdo con la
lógica determinante de proteger a los seres humanos sólo en la medida en que se
aseguran los intereses de los inversores, que más bien la agravan, como ya ha ocurrido
en la crisis económica del 2008, cuando las mismas recetas capitalistas que
generaron la crisis se aplicaron para remediarla;
➔
va a costarnos unos cuantos años el ensayo de
remedios hasta que desechemos los inútiles o incluso contraproducentes y escojamos
los eficaces ;
➔
la aceleración de nuestra economía nos tiene
en jaque y quita el tiempo para buscar y encontrar un remedio.
➔
se entiende la
lucha por la supervivencia de la humanidad como una guerra en la que poner en
juego las mismas estrategias que se aplican para conquistar y someter a la
naturaleza, que son estrategias de guerra pero inútiles y contraproducentes
para proteger al género humano.
Sin embargo, hoy se ha
adelantado a este peligro de aniquilación, que nos amenaza como especie, pero
aún no nos parece inmediato, la primera gran ola de la oleada con que la
naturaleza responde al abuso a que la sometemos, la pandemia del Covid-19, que
nos saca de este sopor, sobresalta, pone alerta y hace que estemos a escala
mundial trastocando el comportamiento de cada quisque al tomar medidas urgentes
de protección ante la epidemia desatada, que está ya matando a miles y cada vez a mayor velocidad, que —sin amenazar con la extinción a nuestra
especie—, amenaza con diezmarla en general, con lo que cada uno de los nosotros
podemos ser los décimos de esa diezma.
Esas medidas de protección
están a su vez desencadenando una crisis económica, pero “desencadenar”
significa ahora romper las cadenas que atan los procesos económicos a la lógica
de anteponer el incremento de los bienes y recursos privados a la salvación de
vidas con su dignidad.
La crisis del coronavirus ya
ha roto esas cadenas y en ese tremendo revuelo se están moviendo ingentes
capitales para, fuera de las lógicas capitalistas, atender a las necesidades y
urgencias humanas, siendo la más imperiosa y urgente la de sobrevivir con
dignidad.
Mientras esa lógica
capitalista se desbarata, está creciendo —como los pequeños mamíferos tras la
extinción de los dinosaurios— una lógica variopinta de atención y protección a
los seres humanos y a su dignidad, que
recoge y antepone planteamientos antes pospuestos —una renta básica
universal, una atención médica bien equipada y sin exclusiones—, junto con otros no planificados, sino surgidos
espontáneamente por el mismo sobresalto, como el aplaudir desde los balcones en señal de agradecimiento a los servicios
sanitarios y de limpieza, el surgimiento de redes de apoyo a personas
vulnerables con lo que, desbaratada la ley de hierro del capital, se entrevé el
nuevo orden de un “jardín de las delicias” —Hieronymus Bosch—. En ese sentido, el coronavirus es la mejor y más oportuna de
las vacunas.
En ese jardín de las delicias
florece un sinnúmero de flores, pero no me detengo
para mostrárorlas porque
también vosotros estáis en ese jardín y podéis mostrar mejor que yo y trasmitir
el color y la fragancia de las que os brotan más cercanas. Allí, además, crecen y
se fortalecen árboles, líderes de las HPV, como el papa Francisco, que ha
crecido en esta Semana Santa guardando todos sus rituales con sermones en
iglesias vacías o semivacías en los que insistentemente desbordaba los límites
que la doctrina católica tradicional impone a los seres humanos.
La pandemia es además muy
oportuna,
➔
porque su llegada, coincidiendo con el impetuoso avance del feminismo, evidencia que las
estrategias machistas de defensa militar son contraproducentes e invita a
desplegar un sistema de protección ya no centrado en el balance entre el ataque
destructor contra el enemigo y huida de ese enemigo, sino en la atención y la
generación de amistad.
A esa nueva estrategia
responde bien el coronavirus, porque parece que lo que mata no es su contagio, sino la producción
excesiva de anticuerpos por parte de los
contagiados. El objetivo ya no es aniquilar al virus enemigo, sino aprender a convivir con él. La lucha ya no consiste
en aniquilar al virus enemigo o ser aniquilado
por él, sino que es una pugna por transformar ese virus enemigo en un
amigo con el que convivir (parece que durante millones de años ha convivido el coronavirus con murciélagos
y pangolines).
➔
La cuarentena, el
aislamiento físico como medida tradicional de protección ante las plagas, era
hasta principios de este siglo algo muy duro y paralizante, pero el desarrollo
de lo digital en los últimos años lo hace mucho más llevadero y permite —por
ejemplo con el teletrabajo— soslayar muchos bloqueos.
En este rio revuelto por
haberse roto las leyes capitalistas que lo ordenaban, no sólo navegan tejedores
de Hebras de Paz Viva, también lo surcan
tiburones y especuladores decididos a
medrar sin dignidad a costa del resto, de la inmensa mayoría. Pero esas sombras ya no pueden mostrarse como
luminosas; les ha llegado la hora en que
revelarse como sombrías. El capitalismo, sin ser la solución, ha podido hasta
hace bien poco presentarse como solución moralmente neutra, pero ahora ya no
puede, porque se revela como criminal.
Algunos de esos tiburones
pretenden, e incluso consiguen, ser grandes líderes, como Trump, Boris Johnson o Bolsonaro. Sin embargo, son líderes de corto recorrido porque
chocan contra sí mismos: una semana, tras ordenar que se anteponga la codicia de
los potentados a las necesidades humanas, Trump se ve forzado a ordenar que
ingentes masas de dinero se desmarquen
de esa lógica del capital para atender a las necesidades humanas. Es el loco al
que se refería Machbeth “an idiot full of
sound and fury, signifying nothing”
Ante otras amenazas globales
se han planteado fórmulas que trataban de proteger a un sector de la humanidad
separándolo del resto —como los intentos de proteger durante la guerra fría
los EE.UU, separándolos de Europa y del bloque socialista por medio de una
campana protectora formada por misiles defensivos; guerra fría que al volverse caliente iba a destruir los misiles ofensivos enemigos manteniendo así a los de
dentro a salvo de la hecatombe que aniquilaría a los de fuera—. Pero desde el
momento en que ha aparecido esta pandemia es evidente que soluciones de este tipo
no sirven para nada: el coronavirus,
aunque comparado con la gripe española —que hace 100 años mató a más de 50 millones— mata
relativamente poco —del 3 al 10% de los afectados—, amenaza uno por uno tanto
a los ricos como a los pobres y más se trasmite de ricos a pobres que al
revés.
El muro que está construyendo
Trump para proteger los Estados Unidos separándolos de México es ante esta
pandemia algo ridículo, porque el coronavirus se lo salta como si tal cosa.
Tras los 4 vericuetos
Días antes de su asesinato
Martin Luther King pronunció la frase “He alcanzado la cumbre” (I have reached
the mountain top).
Yo no.
Nosotros aún no.
Nos queda la poesía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Este blog es personal. Si quieres dejar algún comentario, yo te lo agradezco, pero no hago públicos los que no se atienen a las normas de respeto y cortesía que deben regir una sociedad civilizada, lo que incluye el hecho de que los firmes. De esa forma podré contestarte.