Hace pocos días me encontré con un vídeo de animación que inmediatamente me recordó un famoso cuento de Fernando Alonso que a finales de los 70 y comienzo de los 80 arrasaba en los centros de enseñanza. Durante aquellos años, lo mismo se utilizaba para practicar la lectura en voz alta que para ponerlo en escena, tanto para trabajar el comentario de texto como para trabajar en una tutoría. Me estoy refiriendo a El hombrecito vestido de gris (no dejéis de leerlo, son dos minutos escasos).
El relato de Alonso y el corto de Martínez Lara tienen muchos puntos en común. Desde luego, el tema es el mismo y también el espíritu que los anima. Además, ambos se dejan querer en internet y están disponibles de forma libre, gracias a la voluntad de sus autores, a cuantas personas deseen acceder a ellos, cosa que a ambos les honra.
Si el cuento se hizo con el Lazarillo en 1977, el cortometraje de animación ganó el Goya de 2016 en su categoría.
EL HOMBRECITO VESTIDO DE GRIS
Había una vez un hombre
que siempre iba vestido de gris.
Tenía un
traje gris, tenía un sombrero gris, tenía una corbata gris y un bigotito gris.
El
hombrecito vestido de gris hacía cada día las mismas cosas.
Se levantaba
al son del despertador.
Al son de la
radio, hacía un poco de gimnasia.
Tomaba una
ducha, que siempre estaba bastante fría; tomaba el desayuno, que siempre estaba
bastante caliente; tomaba el autobús, que siempre estaba bastante lleno; y leía
el periódico, que siempre decía las mismas cosas.
Y, todos los
días, a la misma hora, se sentaba en su mesa de la oficina.
Ni un minuto
más, ni un minuto menos.
El
despertador tenía cada mañana el mismo zumbido.
Y esto le
anunciaba que el día que amanecía era exactamente igual que el anterior.
Por eso,
nuestro hombrecito del traje gris, tenía también la mirada de color gris.
Pero
nuestro hombre era gris sólo por fuera.
Hacia
adentro... ¡un verdadero arco iris!
El
hombrecito soñaba con ser cantante de ópera.
Entonces,
llevaría trajes de color rojo, azul, amarillo... trajes brillantes y luminosos.
Cuando
pensaba aquellas cosas, el hombrecito se emocionaba.
Se le
hinchaba el pecho de notas musicales, parecía que le iba a estallar.
Tenía que
correr a la terraza y...
-¡Laaa-lala
la la la laaa...!
El canto
que llenaba sus pulmones volaba hasta las nubes.
Pero nadie
comprendía a nuestro hombre.
Los vecinos
que regaban las plantas, como sin darse cuenta, le echaban una rociada con la
regadera.
Y el
hombrecito vestido de gris entraba en su casa, calado hasta los huesos.
Algún
tiempo después las cosas se complicaron más.
Fue una
mañana de primavera.
Las flores
se despertaban en los rosales.
Las
golondrinas tejían en el aire maravillosas telas invisibles.
Por las
ventanas abiertas se colaba un olor a jardín recién regado.
De pronto,
el hombrecito vestido de gris comenzó a cantar:
Se produjo
un silencio terrible.
Las
máquinas de escribir enmudecieron.
Y don
Perfecto, el Jefe de Planta, le llamó a su despacho con gesto amenazador.
Y, después
de gritarle de todo, terminó diciendo:
-¡Ya lo
sabe! Si vuelve a repetirse, lo echaré a la calle.
Días más
tarde, en una cafetería, sucedió otro tanto.
El dueño,
con cara de malas pulgas, le señaló un letrero que decía:
Se prohíbe
cantar y bailar
Y lo echó
amenazándole con llamar a un guardia.
Nuestro
hombre pensó y pensó.
¡No podía
perder su empleo!
Tampoco
quería andar por el mundo expuesto a que lo echaran de todas partes.
Y, al fin,
se le ocurrió una brillante idea.
Al día
siguiente, fingió tener un fuerte dolor de muelas.
Se sujetó
la mandíbula con un pañuelo y fue a su trabajo.
Y día tras
día, año tras año, estuvo nuestro hombrecito, con su pañuelo atado, fingiendo
un eterno dolor de muelas.
La historia
termina así.
Así de mal. Así de triste.
La vida pone, a veces, finales
tristes a las historias.
Pero a muchas personas
no les gusta leer finales
tristes; para ellos hemos
inventado un final feliz...
Pero,
nuestro pobre hombrecito, merecía que le dieran una oportunidad.
Cierto día,
conoció a un director de orquesta.
Y éste
quiso oírle cantar.
El
hombrecito, muy contento, pero con un poco de miedo, salió al campo con el
director de orquesta.
Y allí,
rodeados de flores y de pájaros, nuestro hombrecito se quitó el pañuelo y cantó
mejor que nunca.
El director
de orquesta estaba tan entusiasmado que lo contrató para inaugurar la temporada
del Teatro de la Ópera.
Y la noche
de su presentación, que se anunció en todos los periódicos, don Perfecto, el
Jefe de Planta, los vecinos que le habían regado, el dueño de la cafetería y
todos los que le habían perseguido con sus risas, hicieron cola y compraron
entradas para oírle cantar.
Y
asistieron al triunfo del hombrecito.
Y el
hombrecito quemó todos sus trajes y corbatas de color gris.
Tiró por la
ventana el despertador.
Se afeitó
el bigotito de color gris y nunca, nunca más, volvió a tener la mirada de color
gris.
¿FIN?
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