Ciro el Grande ante los cadáveres de Abradato y Pantea, boceto al óleo. Vicente López |
Este boceto, de propiedad privada, fue el centro de una exposición sobre esa obra desaparecida de Vicente López, celebrada en el Museo de Bellas Artes de Bilbao en 2002. El original ardió en el incendio que devastó en 1915 el Palacio de Justicia de Madrid.
Gracias al trabajo de Xabier Bray podemos saber que fue un encargo de Fernando VII y cuál es el significado —ya oculto para nosotros, dos siglos después— que se esconde en un tema tan alejado, aparentemente, de aquel rey.
Después de la Guerra de la Independencia (1808-14), se restablece la monarquía de los Borbones en España de la mano de Fernando VII. Pero el país estaba dividido entre absolutistas y liberales, y ambos desean un rey implicado en su bando.
En esta pugna, los absolutistas estuvieron más rápidos y se presentaron ante el rey con un manifiesto, Manifiesto de los Persas, en el que se apoyaba a un rey absolutista, en contra del gobierno constitucional establecido en Cádiz, en 1812. Lo que hoy llamaríamos un golpe de Estado.
La reacción liberal sobrevino después de seis años de gobierno absolutista. El pronunciamiento de Riego trajo tres breves años de monarquía constitucional. Al quite estaba la Europa más reaccionaria y el primo de Fernando, Luis XVIII, que no tardó en mandar un ejército para restablecer el orden absolutista.
Sabiendo todo esto, podemos entender el paralelismo que se crea entre el monarca español y el emperador persa —arquetipo del monarca absoluto—. Ambos habían sido apartados del poder durante su juventud. Ambos tuvieron que luchar por él. Un manifiesto que se "reclama" persa le apoya. Sin embargo, se le representa en un momento de dolor: la pérdida de dos seres queridos. Luis XVIII, el familiar que sale en apoyo de Fernando VII, también muere al poco tiempo de haberle dado su apoyo. Con este hecho se cerraría el simbolismo del cuadro, obra de enorme formato —4,30 x 6,80 m—, destinada a cantar las glorias y virtudes del rey.
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Ya sé que la historia está llena de servidumbres varias y que de muchas de esas servidumbres nacieron grandes obras. La Eneida no deja de ser un loa del imperio y de Augusto; Cervantes, Quevedo y Góngora dedican sus obras a "grandes hombres" en busca de protección y favores; los músicos escribían sus obras para las cortes europeas; todos los pintores han buscado el apoyo de ricos y poderosos que les garantizaran el sustento diario. El arte, de alguna manera, ha sido el entretenimiento que podían pagarse reyes, nobles y alta burguesía. Este servilismo, independientemente de la genialidad del autor, ha tenido, y todavía tiene, sus consecuencias.
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