jueves, 2 de febrero de 2023

C 2022 (E3) ZTF Y YO


#elcielonocturno

Ayer por la tarde, después de llevarme a casa El mundo como obra de arte, salí a la calle para comprobar si la finísima raya de cielo naranja que veía sobre el horizonte se iba abriendo camino o perdía la pequeña batalla atmosférica que tenía entablada con las nubes que cubrían la casi totalidad de la bóveda celeste donostiarra.

A las 19:24 exactamente, desde la barandilla de la Concha, podía ver con claridad Venus y Júpiter. Asomaban entre los rotos que se abrían por el oeste. Tal vez las previsiones que anunciaban un cielo despejado a partir de la medianoche fueran a cumplirse. 

Una vez en casa, abrí Stellarium y busqué la posición en que se encontraría el lejanísimo cometa verde en el inmenso cielo nocturno. La localización en el mapa estelar no era precisamente la mejor para andar rastreandolo desde una ciudad. Se trata de una zona del cielo con ninguna estrella visible a simple vista, lo que impide utilizar referentes de apoyo para una localización rápida y sencilla. Menos desde una ciudad en la que la Luna estaba iluminando buena parte del cielo nocturno. Pero siempre queda la posibilidad de que la suerte esté de nuestra parte.


Salí nuevamente a la calle sobre las 23:30. Llevaba los prismáticos. Busqué una zona próxima a mi casa donde la luz de las farolas molestaran poco y la Luna quedara a mi espalda. Como un delincuente que no desea ser descubierto, me oculté entre las sombras y fui rastreando el cielo. La única referencia posible desde una ciudad es Polaris, ni La Jirafa (Camelopardalis) ni El Lince (Linx) son visibles con la más mínima contaminación lumínica, y mucho menos con la Luna luciendo sus encantos.

A partir de la estrella polar fui subiendo y barrí de izquierda a derecha y de arriba abajo la parte del cielo donde podría encontrar el escurridizo cometa. Al principio con cierta rapidez, luego más despacio. Los placeres nocturnos requieren calma y paciencia. A eso de las 12:30, cuando ya empezaba a estar cansado de mirar hacia arriba y las manos comenzaban a enfriarse, pude vislumbrar lo que podía ser el escurridizo astro. No puedo afirmarlo con total seguridad. Con esa ilusión volví al refugio del hogar, dulce hogar. Al fin y al cabo, la incertidumbre forma parte del conocimiento, de la belleza y de la propia vida.

Hoy volveré pertrechado con herramientas más poderosas que me permitan ver más allá y con mayor claridad. El placer que me produce ver con mis propios ojos un pedacito de universo vagabundeando a más de 40 millones de km de mí es similar al que recibo cuando leo un poema o veo una obra de arte que son de mi gusto. Saber que él y yo estamos hechos sustancialmente de lo mismo me emociona.

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