Escaleras de acceso a los andenes en la estación de Ryōgoku |
Podría hacer un recopilatorio del año con lo más destacado del mismo, tal y como hacen los medios de comunicación, pero prefiero despedirlo con una pequeña historia personal que, pasados los meses y mirada con distancia, no deja de tener su gracia.
Durante la segunda quincena de febrero pasé dos semanas en Japón. Para ser exactos del 18 de febrero al 2 de marzo. A la vuelta, mientras preparaba lo que iba a ser la celebración de Día de la Poesía —que la pandemia se tragó—, fui dejando constancia en este mismo blog de mi paso por allí y destaqué algunos lugares. Pero la aventura, la aventura que nos tuvo al borde de un ataque de nervios, comenzó el domingo por la tarde, día 1 de marzo, cuando mi pasaporte no aparecía por ningún sitio. 😱
Os pongo en situación: empezábamos a estar un poco incómodos porque allí habían comenzado a tomar medidas para detener la expansión de la COVID-19. En Kioto, donde nos encontrábamos alojados, ¡tenían un caso!. Habían decidido cerrar centros educativos, templos y algunos museos. El sábado nos fuimos a pasar el día en Hiroshima y, tal vez, el pasaporte pude haberlo extraviado allí.😕
Estábamos fuera de Europa. Para poder coger un avión de vuelta se necesita el pasaporte. No vale el DNI. Con el poco inglés que sabía el encargado del hotel, pero muy decidido a ayudarnos, acudimos todos a un puesto de policía de barrio. Un habitáculo muy pequeño donde hay un policía de guardia por si alguien en el barrio requiere su ayuda. Hablaron mucho tiempo en japonés, pero sin pasaporte no se podía hacer nada. Arigato!😴
Para entonces ya se me habían ocurrido unas cuantas ideas disparatadas. La mayor de todas ellas era decir que estaba contagiado de coronavirus, a ver si así me empaquetaban cuidadosamente y se deshacían de mí por la vía rápida. Entre desvarío y desvarío, sobre las cinco de la tarde, logré hablar por teléfono con alguien del consulado —muy amable, por cierto— que nos tranquilizó. Todavía recuerdo como un bálsamo sus palabras:
—¿A qué hora sale vuestro avión?
—A las 15.
—No te preocupes, estate a primera hora en la embajada. Abrimos a las 9. Te dará tiempo a cogerlo.😄
La seguridad con que hablaba nos transmitió confianza. Pero la situación no era muy sencilla. Estábamos en Kioto. El tren más rápido tarda algo más de tres horas y nosotros teníamos billetes comprados para viajar cómodamente en uno que salía a las ocho de la mañana. Fuimos a la estación a ver qué se podía hacer. Por suerte, el inglés del personal de la estación de Kioto es mucho más que aceptable. Ellas viajarían en el suyo y yo cogería un tren de ejecutivos que me dejaba en Tokio antes de las 8:30. El dinero que habíamos dejado para comprar algunos recuerdos en Tokio se esfumó.👼
Teníamos dos teléfonos. Cogí uno para ir transmitiendo todos mis movimientos: Tokio, taxi, embajada. Mensaje: Ya estoy dentro. Cada minuto de espera se me hacía más largo que el anterior. Otro funcionario amabilísimo: No te preocupes. Ahora en España es de noche, pero conseguiremos que nos den permiso para hacerte un pasaporte provisional.
Eso no me tranquilizó demasiado. A las 09:30 de Tokio, en España era la 01:30. ¿Habría alguien de guardia en alguna oficina? 👮
El amabilísimo funcionario que se encargaba de mi caso salía de su habitación aproximadamente cada diez minutos y me decía que seguían llamando para conseguir la autorización. Que no me preocupara. Yo, claro, no estaba tan seguro.😓 Mensaje: Están en ello.
Mientras tanto, ellas ya habían llegado a Tokio e iban a coger el tren que las llevaría al aeropuerto.
11:00. ¡Llega la autorización! Se imprime el pasaporte. Pago las tasas y el amabilísimo funcionario mira en su smartphone. Rápidamente me pide un papel para escribirme las líneas de metro que tengo que utilizar para llegar hasta la estación del tren que conecta con el aeropuerto de Haneda. Le ofrezco mi cuaderno de viaje y escribe lo siguiente:
Después de darle varias veces las gracias con inclinación de cabeza incluida, salí a la calle —google maps en la pantalla para no perderme— y eché a correr hacia la boca de metro más próxima con la intención de llegar a tiempo para el metro de las 11:16.
Llovía y cuando vi que aparecía un taxi, no lo pensé, alcé la mano (no es necesario saber japonés para pedir un taxi). Paró a mi lado y me metí dentro. Ohayō gozaimasu —buenos días—. Como ahí se acababa mi japonés y el taxista lo suponía, esperó pacientemente a que dijera algo más, como por ejemplo, el destino. Y lo solté. Pero mi pronunciación de dos semanas en el país del sol naciente solo hizo que me siguiera mirando, eso sí, con una sonrisa muy educada. Capté la idea, saqué mi cuaderno de viaje y le señalé la última palabra escrita en esa hoja. 😶
Entonces dijo lo mismo que yo había dicho, pero bien dicho, o sea con acento de saber cómo se dice. Y con otra sonrisa entre iluminadora y divertida soltó: Ah, Hamamatsuchō Station. Creo que además de saber japonés, sabía también leer mi cara y supuso que yo tenía prisa. Aceleró, sorteó hábilmente muchos coches por unas cuantas calles y, en menos tiempo de lo que había supuesto, me dejó ante la puerta de la estación del tren. Mensaje: Cojo ahora mismo el tren para el aeropuerto✌✌✌
Cuando llegué a la sala donde se encontraban ellas, recibí la sonrisa y el abrazo más alegres de cuantos he recibido. 👪💓💙💚💛💜.Todo volvía a estar en su sitio.
***
Gracias a esta pequeña aventura, hoy tengo el raro privilegio de formar parte de un selecto grupo de personas que tiene una información puntual y detallada sobre cómo está la situación de entradas y salidas a Japón. Cada dos semanas, más o menos, recibo un correo de la Embajada de Tokio con la información de si se puede entrar en el país o no. Ahora mismo: A los españoles no residentes en Japón a los cuales se les haya expedido el visado de entrada podrán entrar en Japón hasta el 4 de enero (enlace). Le sugerimos contactar en todo caso con la Embajada de Japón en España para más información. También sé que mi pasaporte se encuentra en la comisaría central de Kioto, que se había quedado en un rincón de la habitación donde me encontraba alojado y que la única manera de recuperarlo es ir en persona a recogerlo. Creo que no voy a ir.
Os dejo algunas fotos de ese fantástico país:
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