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miércoles, 30 de diciembre de 2020

ANECDOTARIO JAPONÉS (impresiones de un turista accidental)

Escaleras de acceso a los andenes en la estación de Ryōgoku

Podría hacer un recopilatorio del año con lo más destacado del mismo, tal y como hacen los medios de comunicación, pero prefiero despedirlo con una pequeña historia personal que, pasados los meses y mirada con distancia, no deja de tener su gracia. 

Durante la segunda quincena de febrero pasé dos semanas en Japón. Para ser exactos del 18 de febrero al 2 de marzo. A la vuelta, mientras preparaba lo que iba a ser la celebración de Día de la Poesía —que la pandemia se tragó—, fui dejando constancia en este mismo blog de mi paso por allí y destaqué algunos lugares. Pero la aventura, la aventura que nos tuvo al borde de un ataque de nervios, comenzó el domingo por la tarde, día 1 de marzo, cuando mi pasaporte no aparecía por ningún sitio. 😱 

Os pongo en situación: empezábamos a estar un poco incómodos porque allí habían comenzado a tomar medidas para detener la expansión de la COVID-19. En Kioto, donde nos encontrábamos alojados, ¡tenían un caso!. Habían decidido cerrar centros educativos, templos y algunos museos. El sábado nos fuimos a pasar el día en Hiroshima y, tal vez, el pasaporte pude haberlo extraviado allí.😕

Estábamos fuera de Europa. Para poder coger un avión de vuelta se necesita el pasaporte. No vale el DNI. Con el poco inglés que sabía el encargado del hotel, pero muy decidido a ayudarnos, acudimos todos a un puesto de policía de barrio. Un habitáculo muy pequeño donde hay un policía de guardia por si alguien en el barrio requiere su ayuda. Hablaron mucho tiempo en japonés, pero sin pasaporte no se podía hacer nada. Arigato!😴

Para entonces ya se me habían ocurrido unas cuantas ideas disparatadas. La mayor de todas ellas era decir que estaba contagiado de coronavirus, a ver si así me empaquetaban cuidadosamente y se deshacían de mí por la vía rápida. Entre desvarío y desvarío, sobre las cinco de la tarde, logré hablar por teléfono con alguien del consulado —muy amable, por cierto— que nos tranquilizó. Todavía recuerdo como un bálsamo sus palabras: 

—¿A qué hora sale vuestro avión?
—A las 15.
—No te preocupes, estate a primera hora en la embajada. Abrimos a las 9. Te dará tiempo a cogerlo.😄

La seguridad con que hablaba nos transmitió confianza. Pero la situación no era muy sencilla. Estábamos en Kioto. El tren más rápido tarda algo más de tres horas y nosotros teníamos billetes comprados para viajar cómodamente en uno que salía a las ocho de la mañana. Fuimos a la estación a ver qué se podía hacer. Por suerte, el inglés del personal de la estación de Kioto es mucho más que aceptable. Ellas viajarían en el suyo y yo cogería un tren de ejecutivos que me dejaba en Tokio antes de las 8:30. El dinero que habíamos dejado para comprar algunos recuerdos en Tokio se esfumó.👼

Teníamos dos teléfonos. Cogí uno para ir transmitiendo todos mis movimientos: Tokio, taxi, embajada. Mensaje: Ya estoy dentro. Cada minuto de espera se me hacía más largo que el anterior. Otro funcionario amabilísimo: No te preocupes. Ahora en España es de noche, pero conseguiremos que nos den permiso para hacerte un pasaporte provisional.

Eso no me tranquilizó demasiado. A las 09:30 de Tokio, en España era la 01:30. ¿Habría alguien de guardia en alguna oficina? 👮

El amabilísimo funcionario que se encargaba de mi caso salía de su habitación aproximadamente cada diez minutos y me decía que seguían llamando para conseguir la autorización. Que no me preocupara. Yo, claro, no estaba tan seguro.😓 Mensaje: Están en ello.

Mientras tanto, ellas ya habían llegado a Tokio e iban a coger el tren que las llevaría al aeropuerto. 

11:00. ¡Llega la autorización! Se imprime el pasaporte. Pago las tasas y el amabilísimo funcionario mira en su smartphone. Rápidamente me pide un papel para escribirme las líneas de metro que tengo que utilizar para llegar hasta la estación del tren que conecta con el aeropuerto de Haneda. Le ofrezco mi cuaderno de viaje y escribe lo siguiente:

Después de darle varias veces las gracias con inclinación de cabeza incluida, salí a la calle 
google maps en la pantalla para no perderme— y eché a correr hacia la boca de metro más próxima con la intención de llegar a tiempo para el metro de las 11:16. 

Llovía y cuando vi que aparecía un taxi, no lo pensé, alcé la mano (no es necesario saber japonés para pedir un taxi). Paró a mi lado y me metí dentro. Ohayō gozaimasu —buenos días—. Como ahí se acababa mi japonés y el taxista lo suponía, esperó pacientemente a que dijera algo más, como por ejemplo, el destino. Y lo solté. Pero mi pronunciación de dos semanas en el país del sol naciente solo hizo que me siguiera mirando, eso sí, con una sonrisa muy educada. Capté la idea, saqué mi cuaderno de viaje y le señalé la última palabra escrita en esa hoja. 😶

Entonces dijo lo mismo que yo había dicho, pero bien dicho, o sea con acento de saber cómo se dice. Y con otra sonrisa entre iluminadora y divertida soltó: Ah, Hamamatsuchō Station. Creo que además de saber japonés, sabía también leer mi cara y supuso que yo tenía prisa. Aceleró, sorteó hábilmente muchos coches por unas cuantas calles y, en menos tiempo de lo que había supuesto, me dejó ante la puerta de la estación del tren. Mensaje: Cojo ahora mismo el tren para el aeropuerto✌✌✌

Cuando llegué a la sala donde se encontraban ellas, recibí la sonrisa y el abrazo más alegres de cuantos he recibido. 👪💓💙💚💛💜.Todo volvía a estar en su sitio. 

***

Gracias a esta pequeña aventura, hoy tengo el raro privilegio de formar parte de un selecto grupo de personas que tiene una información puntual y detallada sobre cómo está la situación de entradas y salidas a Japón. Cada dos semanas, más o menos, recibo un correo de la Embajada de Tokio con la información de si se puede entrar en el país o no. Ahora mismo:  A los españoles no residentes en Japón a los cuales se les haya expedido el visado de entrada podrán entrar en Japón hasta el 4 de enero (enlace). Le sugerimos contactar en todo caso con la Embajada de Japón en España para más información. También sé que mi pasaporte se encuentra en la comisaría central de Kioto, que se había quedado en un rincón de la habitación donde me encontraba alojado y que la única manera de recuperarlo es ir en persona a recogerlo. Creo que no voy a ir.

Os dejo algunas fotos de ese fantástico país:

jueves, 21 de mayo de 2020

GRABADOS JAPONESES, Gabriele Fahr-Becker (editora)


Sólo vivimos para el instante en que admiramos el esplendor del claro de luna, la nieve, la flor del cerezo y las hojas multicolores del arce. Gozamos del día excitados por el vino, sin que nos desilusione la pobreza mirándonos fijamente a los ojos. Nos dejamos llevar, como una calabaza arrastrada por la corriente del río, sin perder el ánimo ni por un instante. Esto es lo que se llama el mundo que fluye, el mundo pasajero
.

Con esta cita de Narraciones sobre el mundo efímero de las diversiones, del monje budista y escritor, Asai Ryoi (1612-1691), comienza el breve pero intenso ensayo de Thomas Zacharias que nos introduce en los pormenores del arte japonés de la era Edo.

Por su parte, Mitsunobu Sato, especialista en ukiyo-e, nos ha introducido previamente en esta manera de trabajar el grabado que tanto éxito alcanzó en Japón durante los siglos XVIII y XIX. 

Pero me imagino que quien suele acercarse a este tipo de libros lo hace más por la reproducción de imágenes, siempre de alta calidad y buen tamaño, que por los textos que las acompañan, y es que Taschen se ha forjado un gran reputación entre la gente aficionada a los libros de arte por la calidad "visual" de sus ediciones.

Esta, ciertamente bien cuidada, no alcanza, ni de lejos, a la que os presente anteayer, martes, sobre Cien famosas vistas de Edo, de Hiroshige, pero tiene su encanto, sobre todo porque es una muy buena selección de los artistas que practicaron la técnica del ukiyo-e, esas pinturas del mundo flotante a cuyo meollo se quería aludir metafóricamente con el texto del poeta Asai Ryoi.

Os dejo un pequeño muestrario de las delicias que podéis encontrar dentro del libro:

La inefable ola y un puente colgante de Hokusai.


De Eizan, dos grabados de la serie El encuentro con las bellezas.


Un par de retratos de actores, de Sharaku.

Dos escenas costumbrista de Kiyonaga.

El libro ya no se edita, pero podéis encontrarlo fácilmente en bibliotecas o a través de Iberlibro. Hiroshige, por supuesto, también está presente, aunque yo no haya fotografiado ninguna página dedicada a sus trabajos. 

martes, 19 de mayo de 2020

HIROSHIGE, CIEN FAMOSAS VISTAS DE EDO

Editorial. Ahí disponéis de más imágenes.

Ahora que estamos empezando a desconfinarnos y las librerías ya están abiertas traigo una propuesta de regalo para quienes gustáis de las delicadezas —pocas veces el sustantivo habrá sido tan apropiado— del grabado japonés. 

A pesar del lujo con que han editado las mundialmente famosas vistas de Hiroshige, no es en absoluto cara, tan solo 30 €. Viene en caja recubierta de seda; formato grande, 25 x 31,3 cm; casi dos kilo de peso; encuadernación japonesa en doble hoja y cosido especial; cada una de las 119 láminas se acompaña de un texto explicativo. Una pasada. En el vídeo enlazado podéis ver los detalles (está en inglés). 



¿Y quién fue Hiroshige? Para quien no lo conozca, Hiroshige ( ¿1797?-1858) fue uno de los grandes artistas del siglo XIX japonés que alcanzó una enorme fama por sus grabados acerca del monte Fuji y de la ciudad en la que nació, Edo —hoy Tokio—. Enamorado visualmente de su ciudad natal, a ella le dedicó 119 espléndidos grabados, que son los que aquí se recogen, aunque hayan pasado a conocerse como cien.


La colección se enmarca dentro del estilo ukiyo-e. Eran grabados con imágenes muy populares destinados a la clase media urbana, que utilizaban para adornar sus casas. Las imágenes son muy coloristas, de dibujo claro y limpio, que recrean lugares idealizados líricamente. La visión es siempre optimista. Con mucha frecuencia solía aparecer la población practicando las actividades propias del lugar y las costumbres de la época.


Cuando Japón fue obligado a abrirse al comercio con Occidente, empezó a descubrirse el arte de Hiroshige, quien en el último tercio del siglo XIX fue muy admirado en Europa, especialmente entre artistas, quienes se encargaron de difundir el gusto por lo oriental que dio lugar a lo que se conoció como japonismo, el que tanto influiría luego en los movimientos impresionista y modernista.


Podéis ver todas las imágenes, acompañadas de un breve comentario, al final del artículo de Wikipedia sobre las Cien famosas vistas de Edo.

***
Nota: Las imágenes que aparecen aquí corresponden a una edición trilingüe y de un formato considerablemente mayor que en la actualidad no está disponible, pero el contenido y la disposición son los mismos.

miércoles, 8 de abril de 2020

HIROSHIMA (impresiones de un turista accidental, 5)

Para Moisés Gil Santiso
sin cuya ayuda esta entrada nunca hubiera existido.

Cúpula de la Bomba Atómica.
Hay días que comienzan especialmente bien y la alegría inicial se hace duradera y se mantiene mucho tiempo, como mínimo hasta hoy que la hago pública. 

Supongo que a quienes vamos a visitar Hiroshima nos mueve, más o menos, la misma inclinación: rendir homenaje a la ciudad que sufrió la inexpresable devastación de la bomba atómica y dejar constancia, de una manera u otra, del deseo de que no vuelva a ocurrir. Tal vez después de sumergirnos en el Parque Conmemorativo de la Paz y colocar alguna grulla entre otros cientos de miles de grullas, vayamos al Castillo o visitemos el Museo de Bellas Artes, o paseemos por el Jardín Shukkein, o nos comamos una estupenda okonomiyaki. En cualquier caso, hagamos lo que hagamos, seguro que lo que nos mueve es el recuerdo y el homenaje a las víctimas. 

En este sentido, las oficinas de turismo de la ciudad disponen de unos estupendos mapas en muchos idiomas con un recorrido de 62 puntos en los que se detalla qué nos vamos a encontrar en cada uno de ellos. Práctico y sugerente, me dejé guiar por él y al llegar al número 52 me encontré con este haiku:

Monumento al poema Haiku "Oración por la paz".

Ni Google, ni la aplicación para traducir textos japoneses ofrecían ningún resultado. Nada de nada. El rastreo por internet aquel mismo día me dejó tan ignorante como estaba. Una vez en casa, me puse en contacto con varias instituciones para intentar conseguir la traducción y la autoría. De cuantos correos mandé, solo recibí respuesta de Casa Asia. Me ofrecieron la posiblidad de dirigirme al Secretario del Consul General del Consulado Japonés de Barcelona. Después de un largo mes de búsqueda, cuando ya había perdido la esperanza de encontrar respuestas, la mañana del lunes se iluminó:

Buenos días,

El haiku que nos envía reza:

悲しみの  
Kanashimi no           Tristeza – de                       Hacia la triste
夏雲むけ  
natsugumo muke     nube de verano – hacia        nube de verano,
鳩放つ    
hato hanatsu           paloma – soltar                   suelto una paloma.
康弘        
Yasuhiro                  Paz-amplio                         Yasuhiro

Yo solté una gran sonrisa de alegría hacia el día que se me alumbraba.

Para que se entienda la respuesta debo aclarar que la primera columna recoge el haiku y la firma; la segunda, cómo suena; la tercera, las equivalencias de los idiomas; la cuarta, la traducción. 

Pero la respuesta era mucho más generosa todavía: "Nube de verano" es el "kigo" o palabra estacional obligatoria. Entiendo que tiene el doble sentido de las nubes reales por un lado y la nube de hongo de la bomba atómica por otro. El autor libera en esa triste dirección la paloma de la paz. La ambivalencia de las palabras estacionales es un recurso clásico del haiku y otras formas de poesía nipona.

Y continuaba: Los autores de haiku usualmente no firmaban con su nombre real, sino nombres artísticos, a menudo de naturaleza humilde y simbólica. "Yasuhiro" se escribe con caracteres que significan paz y amplio, extenso o grande (hiro, sin ser exactamente el mismo hiro de Hiroshima, se lee igual y significa lo mismo).  El firmante "Yasuhiro", sin embargo, no es una persona anónima, sino el exprimer ministro Yasuhiro Nakasone, que gobernó en los 80 y falleció hace unos meses a los 101 años de edad. Si no me equivoco, el monumento se inauguró en octubre de 1987 (año 62 de la era Showa).

Pulsa aquí para ver con detalle el plano (número 52).
El viaje nunca acaba con el regreso. Esta entrada es una evidencia de que se prolonga más allá. Las derivaciones y los frutos continúan apareciendo. Cavafis pedía viajes largos para que las experiencias fueran abundantes. Yo me conformo con que espoleen mi curiosidad, con que me planteen preguntas. Buscar las respuestas también forma parte del viaje, tal vez su aspecto más grato, o el que yo más aprecio. Conseguirlas o no ya es otra cosa. En este caso, la desinteresada colaboración de Moisés Gil ha permitido hallar una de ellas.

Y, por cierto, ¿sois conscientes de que esta traducción es una auténtica primicia que solamente podéis leer gracias a su generosidad?

***
Y no te olvides de mandar mensajes de ánimo a los enfermos que se mantienen aislados en los hospitales.

sábado, 14 de marzo de 2020

NIKKO (impresiones de un turista accidental, 4)

Frontón de un de los edificios del santuario de Toshogu.

La pequeña población de Nikko se encuentra a una distancia de un par de horas en tren desde Tokio. No pasa de ser poco más que una calle con casas a ambos lados. Sin embargo, es uno de los lugares más visitados de Japón porque alberga algunos de los santuarios más bellos del país, un precioso parque natural, un subyugante Paseo de los 70 budas y un magnífico puente que en su momento daba acceso a la ladera de la montaña sagrada, donde se encuentran los santuarios. Un refrán japonés viene a remarcar la belleza del lugar: Quien no ha visto Nikko, que no use la palabra maravillaEl puente, cómo no, tiene su propia leyenda.

Puente Shin-kio.

Hace mucho, mucho tiempo, cuando en la montaña que hay frente al puente solamente vivían ascetas dedicados a la oración, llegó hasta el lugar un monje budista de grandes virtudes. Quería adentrarse en la montaña, pero el río, muy crecido, le impedía el paso. Comenzó a lamentarse en voz alta y entonces surgió de lo profundo del bosque una enorme serpiente roja que de un salto abarcó las dos orillas, de tal forma que el piadoso monje pudiera pasar sobre su lomo arqueado. Cuando había terminado de cruzar, se volvió para agradecer a la serpiente el generoso gesto, pero esta ya había desaparecido en una delicada voluta de humo. Supongo que en esta historia se encuentra el origen del color y de la forma de los puentes tradicionales japoneses.

Los tres monos sabios.

Un poco más adelante, poco después de penetrar en el recinto del santuario de Toshogu, me di de bruces con los tres monos sabios, a los que no había asociado ni con Japón ni con el sintonismo. Hasta ese momento eran para mí una imagen divertida que poder utilizar en las conversaciones de guasap. Y mira por dónde, allí estaban los tres monos para recordar a la población que no hay que escuchar ni ver ni proferir maldades. Sin duda, un sabio consejo que deberíamos practicar todos los días.


Al anochecer, de vuelta a la estación, me encontré con esta simpática farola adornada por una cabeza doble de dragón (serpiente voladora). Supongo que será la cabeza de la amable serpiente que ayudó al monje a cruzar el río, y que se encuentra reproducida en multitud de templos y santuarios.


***

He dejado unas pocas fotografías en la columna de la derecha de este blog. Están agrupadas por ciudades. 

martes, 10 de marzo de 2020

EL TEMPLO QUE NO PUDE VER (impresiones de un turista accidental, 3)

Cuando ya andaba por Kioto, recomendaciones de un gobierno en mi segunda semana de periplo japonés y el extravío de un documento tuvieron la culpa de que no pudiera visitar Sengakuji (Tokio). O al menos eso creo, ya que solo el tiempo posee una memoria incorrupta capaz de guardar una exacta fidelidad con los hechos, mientras que la humana es voluble y caprichosa.

Digamos que el viaje entendido como un "ver cosas" me atrae menos que nada. Y desde luego no viajo por entretenimiento. Pero cada cual tiene sus razones que más tarde el tiempo, otra vez el tiempo, se encarga de desordenar. 

Hasta allí, hasta Sengakuji, me iban a llevar estas palabras: Este es el final de los cuarenta y siete hombres leales —salvo que no tiene final, porque los otros hombres, que no somos leales tal vez, pero nunca perderemos del todo la esperanza, seguiremos honrándolos con palabras. Son las palabras con las que Borges pone fin al cuento "El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké" (Historia universal de la infamia).

Recoge en él una historia que seguramente tiene mucho más de leyenda que de hecho histórico, pero el ser humano ha sido dotado de un portentoso poder, el de la palabra y con ella ha conformado una realidad tan prístina y tan viva que incluso aventaja a la realidad de los hechos concretos.

Lo cierto es que allí están las tumbas de cuarenta y siete leales a un código de honor de hace tres siglos. La historia tal y como la recoge la propia página web del templo, es como sigue: 

Año 1701, Asano Naganori, señor feudal de Ako, es designado por el shogunato para entretener a los enviados imperiales que visitaban Edo desde Kioto. Debía buscar instrucciones de su asesor oficial, Kira Yoshinaka. Pero a Kira no le gustaba Asano y lo trató con malicia y deshonró su honor como samurái. Incapaz de tolerar más el insulto de Kira, Asano sacó su espada contra él en el Castillo Edo y logró hacerle un rasguño en la frente y otro en el hombro.

Desenvainar la espada dentro del castillo de Edo estaba estrictamente prohibido y Asano fue arrestado de inmediato. También había una ley denominada "castigo igual para las disputas" que castigaba a los dos sumarais involucrados en una pelea, por lo que se esperaba que Asano y Kira fueran castigados. Sin embargo, aunque Kira no recibió castigo, Asano fue condenado a muerte por seppuku (harakiri) en un jardín de la residencia de otro señor aquel mismo día, sin una investigación adecuada. Este castigo era propio para un delincuente, pero inapropiado para alguien de la posición de Asano. Además, la propiedad de Asano fue confiscada y su línea familiar apartada de la nobleza.

Los leales del Señor de Ako, conocidos como Ako Gishi, se indignaron de este juicio y pidieron una enmienda de la orden y la reinstauración de la casa Asano. Pero sus solicitudes fueron desestimadas.

Casi dos años después del fatídico incidente, 47 samuráis de Ako se reunieron bajo el antiguo jefe de retención, 
Oishi Yoshio, para vengar la muerte de su señor y la injusticia impuesta por el shogunato. El 14 de diciembre de 1702, atacaron y mataron a Kira en su residencia. Luego marcharon a Sengakuji para presentar la cabeza de Kira a la tumba de Asano. Más tarde, se entregaron al shogunato y, como ya sabían, fueron sentenciados a seppuku.

Algunas de las lápidas. Fuente: Wikipedia.
Esta historia es una historia tremendamente popular en Japón, y dicen que es habitual encontrar cualquier día del año personas que van a honrar al templo la memoria de los cuarenta y siete samuráis, a pesar de haber transcurridos ya más de 300 años. Este es el éxito póstumo de los 47 ronin, que no pudieron esquivar la muerte, pero vencieron al tiempo.

domingo, 8 de marzo de 2020

IZUMO NO OKUNI (impresiones de un turista accidental, 2)


Acerca del teatro kabuki no sabía nada más que la simple línea que aparecía en mi manual de Historia de la literatura universal de bachillerato. Es decir, que junto con el teatro  era una de las formas tradicionales del teatro japonés. De algo más pude enterarme cuando entré en el magnifíco Museo Edo de Tokio y me topé con la escena que he colocado sobre este párrafo y su correspondiente explicación.

Pocos días después, de paseo por el barrio de Gion, en la orilla derecha del río Kamo —¡oh, casualidad!— me encuentro con esta estatua, que, mira por dónde, es el recuerdo que la ciudad de Kioto ha levantado a Izumo no Okuni:

Estatua dedicada a Izumo no Okumi en Kioto.
Y junto al pedestal es donde me entero de que esta emprendedora e imaginativa mujer fue nada menos que la creadora del teatro kabuki a comienzos del siglo XVII. Comenzó sus actuaciones precisamente en el cauce seco del río que se encuentra a su espalda, la compañía que fundó estaba compuesta solamente por mujeres y consiguió tal fama que se extendió rápidamente por todo el país.

Los prejuicios morales asomaron pronto y durante el primer shogunato se prohibió a las mujeres actuar. Los actores pasaron a ser hombres jóvenes, pero parece que la sangre siguió tirando y la inclinación al roce permaneció. Se ordenó entonces que fueran actores de avanzada edad para evitar tentaciones. Una prueba más de que las normas morales y el arte siempre han tenido discrepancias.


sábado, 7 de marzo de 2020

JAPÓN (impresiones de un turista ocasional, 1)

Flores de ciruelo en el parque Hama-rikyu.
En La vuelta al mundo de un novelista Blasco Ibánez escribe lo siguiente para hablar del origen mitológico de este extraordinario país: Los principios de su mitología resultan oscuros y complicados. Vagan en su limbo muchos dioses de historia y atribuciones inciertas. Los primeros conocidos son Izanagui y su esposa Izanami. Este matrimonio de dioses era tan inocente que ignoraba el amor, y fueron dos pájaros los que se lo enseñaron. Por esto los representa la imaginería japonesa contemplando atentos la lección de la pareja alada (capítulo XV, 2º párrafo). Y algo debe de haber en el pueblo japonés de esa delicada inocencia de lzanami e Izanagi que subsiste en sus normas de cortesía y sus costumbres. 


Vista parcial de Shinjuku desde
el observatorio del Ayuntamiento
Lo primero que sorprende cuando se llega al país es la elegante deferencia con que te acogen. No hay abrazos ni estrechamiento de manos ni contactos de ningún tipo, tampoco cabía esperarlos en un control aduanero, en una estación de tren o en una recepción de hotelera. Sin embargo, los gestos suaves con que te envuelven, la cariñosa sonrisa con que te acogen y la sutileza con que se expresan hace que nos sintamos cómodos desde el primer momento e incluso que se les entienda sin saber una sola palabra de japonés. Ese mismo esfuerzo por hacerse comprensibles resulta admirable y gratificante, siendo que ellos son los que están en su casa. 

Cuando se llega desde una pequeña ciudad tranquila y provinciana a la megalópolis más poblada con mucha diferencia del planeta, uno espera verse arrastrado por la vorágine y el frenesí. Nada más lejos de la realidad. Tokio fluye sin agobios si se evitan los medios de transporte en hora punta. E incluso en esos momentos los empujones por entrar o salir del medio en que se viaja son menos furiosos que en otras ciudades europeas. No van más allá de una suave presión indicadora de que quien está detrás necesita moverse. Los transportes fluyen, las personas fluyen, las máquinas fluyen y hacen que los tiempos de espera sean mínimos y que las masas no se noten.

El famoso cruce de Shibuya.

Es más, en cualquier barrio de esta mastodóntica urbe, en cualquier zona por muy moderna y poblada de rascacielos que se encuentre, hay siempre un lugar de reposo, un jardín zen donde descansar, un santuario sintoista, un templo budista, un espacio que nos permite olvidar que nos hallamos en la mayor concentración urbana del planeta y donde podemos retirarnos del ruido, si es que lo necesitáramos.

Parque Yasuda.


Esto no quiere decir que la sociedad japonesa viva en una bucólica situación sin conflictos. Pero sí parece que ha sabido encontrar un punto de equilibrio entre modernidad y tradición, entre tecnología punta y costumbres ancestrales, entre sobrepoblación y espacio personal. Y a facilitar ese equilibrio contribuyen unas normas de cortesía que sirven para dulcificar las relaciones entre cada uno de sus miembros. Serán fórmulas, pero lo mismo que las señales de tráfico facilitan la circulación, las formas corteses hacen más sencillas las relaciones. Si es que hasta para indicar las obras, las señales que utilizan son amables e infantiles, como si se buscara compensar la molestia con una sonrisa.

Ese Japón rabiosamente moderno y encantadoramente delicado se hace visible a cualquier extraño que acabe de llegar al país. No serán sus habitantes ni mejores ni peores que los de otro país, pero sus sonrisas y su amabilidad intentan —y lo consiguen— hacer que nos sintamos acogidos, que nos encontremos a gusto paseando por sus calles, intentando conocer su historia, su cultura, sus peculiaridades, recogiendo la imagen invernal de sus ciruelos en flor, como si fuéramos un lugareño más, mientras una geisha nos sorprende tomando el té en el jardín.


Geisha durante la ceremonia del té en el santuario Kitano Tenman-gu.

lunes, 10 de octubre de 2016

MIL GRULLAS DE PAPEL

En 1945 se lanzó la primera bomba atómica sobre Hiroshima. La ciudad quedó destruida.

Sadako era una niña que vivía a poco más de un par de kilómetros cuando hizo explosión la bomba. Aparentemente, no le ocurrió nada. Sin embargo, diez años después, enfermó de leucemia. 

Mientras estaba en el hospital, su mejor amiga, Chizuko, le contó el cuento de la grulla, pájaro sagrado en Japón. Según la creencia popular, una grulla vivía mil años y si un enfermo hacía mil grullas de papel, lograría vencer la enfermedad.
Imagen de abiertoporvacaciones.com

Sadako se puso a hacer grullas de papel y recuperó parte del ánimo perdido. Cada vez que se encontraba con fuerzas, se ponía a realizar grullas de papel. Había conseguido seiscientas cuarenta grullas antes de morir.

Sus compañeras de clase decidieron plegar las trescientas cincuenta y seis que faltaban y Sadako fue enterrada junto con mil grullas de papel.

Por desgracia, Sadako no fue la única niña que murió de leucemia. Muchas personas más murieron de leucemia originada por la radiación mortal y diferida de la bomba atómica. De hecho, en Japón se la conocía como la enfermedad de la bomba A.

Después de la muerte de Sadako, niños y niñas de Japón tuvieron la idea de levantarle un monumento. Se creó una asociación que se extendió por todo el mundo y, al cabo de tres años, se había recogido dinero suficiente para erigir el monumento. Es el Monumento a la Paz de los Niños. Una inscripción dice:
                                         
                                          Este es nuestro clamor,
                                          ésta es nuestra plegaria:
                                          paz en el mundo.



Eleanor Coerr recogió la historia en un hermoso libro para niños en 1977: Sadako y las mil grullas de papel.