Aitzetako Txabala |
No creo que la Estación Megalítica de Txoritokieta produzca un gran interés en la población en general. Lo que ahí podemos ver no tiene la grandiosidad de Stonehenge, ni de Menga, ni de Carnac. Ni tan siquiera el tamaño del dolmen de Aizkomendi.
Más aún, seguramente las familias que acuden a pasar un rato de asueto y de expansión por el monte, y a comer o a merendar los fines de semana que hace buen tiempo, ni tan siquiera se acerquen a mirar. O sí, no lo sé. Tampoco importa mucho.
Lo que me fascina del sitio es esa conexión que, involuntariamente y sin tener conciencia de ella, establecemos con seres y culturas del pasado. Compartimos un paisaje, un territorio, un espacio, en el que alguien buscó algún tipo de protección, algo donde señalar un acontecimiento importante, un rincón en el que, por las razones que fueran, consideró relevante.
Pero no es eso lo importante. Lo verdaderamente importante es saber que la acción humana, el trabajo realizado, la vida, tiene esa continuidad que nos lleva desde la búsqueda de un lugar propicio para la afirmación, acaso de una creencia o un rito, a un espacio de expansión y ocio compartido, que nos recuerda la excepcionalidad de la vida y también su fragilidad. Cuidémosla.
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