Editorial |
Restrepo durante la entrevista. Fuente: eldiario.es |
La historia —está recogida en todas partes— se basa en un crimen real que conmovió a toda Colombia hace un par de años. No hay novela que pueda aproximarnos al horror de la realidad y eso lo sabe quien se dedica a la ficción. Nadie puede competir con lo real por muy hábil que sea con las palabras. Restrepo sabe que está haciendo ficción y, además, quiere hacer literatura. No pasatiempo, literatura.
Primer recurso: construir los personajes, ofrecerles un pasado y dotarlos de credibilidad y consistencia. Los Tutti Frutti, los Divinos, cinco amigos de clase alta y media, cada uno de los cuales protagonizará un capítulo, y a quienes su familia les ha dado todo cuanto lujo material pueden desear. Al menos a tres de ellos.
Segundo recurso: desplazar la mirada. El hecho ha sido contado hasta la saciedad con todo lujo de detalles. La prensa y los tribunales ya han realizado ese trabajo. La historia nos la cuenta uno de los cinco amigos. El más introvertido, el último en enterarse. Nosotros, lectores, le acompañamos en su ignorancia. La primera persona es más eficaz. El recurso funciona perfectamente, porque aunque ya sepamos cuanto ocurrió, ignoramos la parte más personal y afectiva.
Tercer recurso: los personajes hablan bogotano. Partir de la realidad particular y del entorno próximo permite la autenticidad del relato y lo dota de universalidad porque resulta verosímil.
Cuarto recurso: dosificar la información, ofrecerla a cuentagotas. El rompecabezas se va construyendo poco a poco y la tensión se mantiene hasta el final.
Quinto recurso: nada marca tanto a un hombre como el momento en que descubre cuál es su verdadera perversión (p 88). Olvidar la objetividad del suceso y mostrarnos —monstruo viene de mostrar— al ser humano por dentro es mucho más eficaz. Más si somos parte de ese "ser humano". Si el Muñeco es la cara visible del monstruo, la cara oculta somos nosotros (...) si quieres ver un monstruo, desvístete y mírate al espejo.
Los monicongos son mil, y el más chiquitico se parece a ti.
Los monicongos son mil, y el más chiquitico es igual a mí (p 248).
FIN.
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