El barco azul. Mari Puri Herrero. Museo de Bellas Artes de Bilbao. |
Puedo dejarme llevar por el simbolismo del color azul, el color del espacio y del cielo, y recordar la profundidad del pensamiento que se abre paso ante cualquier situación. Puedo dejarme llevar por la hondura implícita del pigmento y perderme en el infinito, o mantenerme en equilibrio porque también el azul lo representa.
Puedo dejarme llevar por lo más matérico y abrumarme pensando en lo carísimo que hubiera sido realizar este cuadro antes de que Diesbach descubriera por casualidad el azul de Prusia, allá por los comienzos del siglo XVIII, y consiguiera con ello que el azul dejara de ser, literalmente, un lujo.
Puedo comparar mentalmente la ausencia de figuras humanas con la presencia de ellas en la mayoría de las obras de Mari Puri Herrero y dejarme llevar por especulaciones en torno a la conveniencia o no de presentar el objeto que es sujeto de la representación.
Puedo navegar por un mar de fantasías y conjeturar sobre el significado acerca del origen y el destino de ese barco, sobre la tripulación que contiene o no, sobre la amenaza o no del oleaje, sobre el intimidante estado del cielo. O sobre la oportunidad de manejar una sinfonía de azules para componer cuanto vemos.
Puedo dedicarme, es cierto, a reflexionar con mayor o peor fortuna sobre todo eso y otros cuantos asuntos más, pero lo que me fascina de El barco azul es su sólida presencia, su capacidad para atraer mi atención, el magnetismo que desprende, la profunda nostalgia de saberme fantasma que mira hacia otro fantasma.
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