sábado, 28 de mayo de 2016

¿SABÍA ESCRIBIR HEIDEGGER?

Bajo el título de El libro más difícil del filósofo más oscuro, leo en Babelia el comentario de Luis Fernando Moreno sobre tres títulos recién aparecidos en torno al pensamiento de Heidegger. La reseña en cuestión me empuja a escribir estas líneas.

Estaba cursando el antiguo 6º de Bachillerato cuando un apasionado profesor destapó en mi la afición por la filosofía. Tal vez la dificultad de algunos textos, el misterio que creía ver detrás de algunas expresiones y el afán de explicación total del impulso filosófico fueran los elementos desencadenantes de aquel interés.

Desde luego Heidegger es difícil, oscuro y retorcido, pero no es el único —¿es necesesario recordar que a su compatriota Hegel se le conoce como el oscuro?—. Es tan complicado que Jesús Adrián Escudero ha tenido el buen criterio de escribir esa Guía de lectura de Ser y Tiempo que comenta el artículo y que sin duda estudiantes y profesores agradecerán.

Pero la cuestión que se me ha removido al leer la reseña es esta: ¿realmente Heidegger sabía escribir? Puede parecer una pregunta impertinente y ociosa, más aún si pensamos en la distancia brutal que existe entre un pensador sobre el que se han escrito miles de libros y un tal yo que no soy nadie. No obstante, estoy cada vez más convencido de que era así. 

Como el profesor Moreno recuerda en el mismo artículo, Ortega decía que la claridad es la cortesía del filósofo. Yo me atrevería a ser un poco menos cortés y afirmar que la claridad debe ser un elemento esencial de cualquier texto, una premisa que deberíamos tener siempre en cuenta cada vez que nos expresamos, seamos filósofos, matemáticos o barberos. A no ser que queramos convertirnos en líderes de alguna secta ocultista.

Dicho de forma rápida, entiendo por escribir, ser capaz de expresar algún pensamiento de manera coherente e inteligible. No es idea mía, sino compartida por millones de personas, centros de enseñanza, planes de estudio, gente de letras y de números, y cuanto ser humano quiere darse a entender cada vez que se expresa, sea oralmento o por escrito.

Heidegger, desde luego, estaba en el otro lado y, además, muy a gusto. Prueba de ello es la cantidad de veces que respondió con negativas a las sugerencias de interpretación que se le hacían. Daba la impresión de que todos se confundían y erraban, excepto él. Sin duda, sus textos eran suyos, pero cuando se escribe de manera que se pueden interpretar significados distintos, parece que el problema lo tiene el texto, no quien lee. Es decir, está mal escrito.

Una de las primeras enseñanzas que recibe quien se adentra en el mundo del conocimiento y su comunicación es precisamente esa: la claridad expositiva. Lo mismo ocurre en cualquier otro ámbito de expresión, pero he querido señalar ese por aquella expresión ya famosa del alemán: La ciencia no piensa, y por esa grieta que se abría entre ciencia y humanismo, y que él ayudó a agrandar.

Mario Bunge, mucho más capaz que yo y menos comedido, no dice que no supiera escribir, habla de esquizofrenía.

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