La lucha entre la racionalidad y la superstición es una constante en la historia de la humanidad. La oposición creencia-conocimiento empírico, mito-realidad, luz-tinieblas, ignorancia-cultura, es una realidad que está presente en todas las capas de la sociedad y en todos los momentos de la historia. Ciertamente, en algunas épocas estamos más inclinados al racionalismo y en otras al influjo del irracionalismo. En este sentido las épocas que denominamos clasicistas estarían marcadas por una tendencia más racionalista, mientras que los períodos posclasicistas (barrocos, manieristas, románticos...) serían etapas más inclinadas a lo irracional.
Pérez-Reverte hace con esta novela un homenaje a la institución que lo acogió en 2003 y una defensa de la racionalidad ilustrada muy a su estilo. Construye, además, un juego metaliterario con personajes de la época y actuales (la mayoría reales, aunque alguno hay ficticio), entre los que aparece él mismo contándonos las dificultades para encontrar tal o cual detalle que pudiera dar consistencia y mayor credibilidad al relato que está construyendo.
En cualquier género cabe todo y más en la novela, por la sencilla razón de que los que las escriben meten en ellas lo que quieren. Estamos acostumbrados a que inserten digresiones de todo tipo —notas de prensa, análisis matemáticos, biografías reales, poemas...—. Otra cosa cosa es que al lector le interesen todas esas digresiones. A mí, como lector de esta novela, me sobraban; a Dario Villanueva, director de la RAE, le parecen, en cambio, una profunda reflexión sobre el arte narrativo. Cada cual que decida qué es lo que le gusta.
A mí lo que más me ha gustado de Hombres buenos es la agilidad con que está construido el relato de la aventura de ese par de hombres buenos que salen de Madrid y se dirigen a París para conseguir una Enciclopedia. Me ha gustado también la magistral ambientación de la época —tanto Madrid como París son ciudades perfectamente delineadas y concretas en la novela—. Lo que menos, la reflexión metaliteraria y la repetición de los tópicos (a veces se hacen machacones) a favor de la racionalidad; y aunque reconozco la necesidad de esa defensa, creo que la repetición sistemática en boca de un personaje no incita precisamente a sumarse al club. Prefiero, para esa labor, el ensayo. Vamos, que para esa labor prefiero leer directamente a Voltaire, a Hume o a Kant, son mucho más interesantes.
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